Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Cada mañana, Graciela Gabriele cumple la misma rutina: A las cuatro se despierta, a las cinco está levantada, y a las seis, llega al puesto de diarios que desde hace casi 40 años, atiende amablemente en la esquina de Avenida San Martín y 9 de Julio.
Cada mañana, Graciela Gabriele cumple la misma rutina: A las cuatro se despierta, a las cinco está levantada, y a las seis, llega al puesto de diarios que desde hace casi 40 años, atiende amablemente en la esquina de Avenida San Martín y 9 de Julio -justo enfrente del tradicional Monumento a la Bandera- que durante el resto del día queda a cargo de Patricia Banco. Graciela –que lleva por primer nombre Nélida, aunque no lo usa- fue homenajeada en 2017 junto a otro histórico canillita varelense, Mario Mónaco, por el Congreso de la Nación, por llevar adelante esta actividad a la que dice estar acostumbrada, pero que también la divierte y mantiene muy activa. Hablando de divertirse, le gusta pintar mandalas, «y si tengo que pintar la casa también la pinto. Ahora me cuesta un poquito, pero hago todos los trabajos manuales», asegura.
Nacida en Lanús el 13 de noviembre de 1948, estuvo casada durante 33 años con Miguel Ángel Romero, con quien tuvo tres hijos: Daniel, Cristian y Leonardo. Tiene ocho nietos -eran nueve, uno falleció- y un bisnieto. La vida le regaló un segundo gran amor: el de Horacio Attadía, con quien compartió nueve años, hasta su fallecimiento.
«Tuve una infancia humilde pero muy linda. Vivíamos en calle de tierra, a diez cuadras de la Estación de Lanús. Era un lugar muy tranquilo. Enfrente de casa estaba la escuela, la número 10, y yo era Sarmiento… No faltaba nunca. Mi papá y mi mamá trabajaban, él en el Ferrocarril y ella en una fábrica algodonera, y quedábamos solas casi todo el día, tres hermanas mujeres. Yo era la más chica, la más rebelde, estaba siempre haciendo lío como buena escorpiana. Hacíamos todas las cosas solas. Mamá dejaba algo preparado y a las dos de la tarde volvía. Pero nos arreglábamos bien, nos planchábamos los guardapolvos, los almidonábamos, y también cocinábamos», relata a Mi Ciudad.
«Mi mamá era más estricta, y papá más tranquilo, hasta que lo hacíamos enojar. Como yo era bastante maldita, siempre era la que cobraba. Me la pasaba molestando a mis hermanas o mis primas, no me quedaba quieta nunca. Pero fue una infancia linda. Teníamos catorce o quince años y seguíamos jugando en la quinta de mis abuelos… Con muñecas, a vender cosas… Teníamos unas baterías de cocina de aluminio que nos traían los Reyes o Papá Noel. Ahora los chicos no tienen infancia, se la pasan con el celular. Yo lo veo con mis nietos.», afirma.
-¿Recuerda algún juguete especial?
-Una muñeca que me mandó Evita, grande, de yeso, que caminaba sola. No sé qué habrá pasado con ella, tal vez se rompió con los años.
-¿Cómo fue que «se la mandó Evita»?
-Supongo que mi mamá habrá mandado una carta, porque éramos tres hermanas.
-¿Conoció a sus abuelos?
-A mi abuela de parte de papá, que murió viejita, y a los abuelos de parte de mamá, que vivían dos terrenos más allá y los veía todos los días. Todos sicilianos. Cuando me casé y fui a vivir a Sarandí viví en la casa de mi abuela y la cuidé hasta que falleció. La nona Angélica se sentaba con nosotras en el patio, en unas sillas bajitas y nos contaba anécdotas de Italia… Y comíamos uvas con pan, chocolate con pan, bananas con pan…
-¿Iba a bailar cuando era jovencita?
-No. El baile lo conocí después de separada, con mi nueva pareja, Horacio, con quien íbamos a las tanguerías todos los sábados, y bailábamos siempre. Aprendí a bailar tango y milonga con él. Ya hace trece años que falleció.
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«Trabajé desde los 13 años en comercios, entre ellos una mercería. La modista que vivía enfrente de casa, Dina, que ahora vive en Italia, fue la que me enseñó a coser, a cortar. Cuando vine a Varela, en 1978, puse una mercería. Nos mudamos acá porque mi tía tenía un terreno en Villa Vatteone, y nos hicimos la casa en ese lugar. Puse una mercería en la calle Belgrano, enfrente de lo de Carrozzino, y después empecé a coser, para clientes propios y también, para Juan y Susana, de Efe Hache, durante muchos años. Hacía uniformes escolares, varias cosas», nos dice.
-¿Quiénes fueron los primeros vecinos que conoció?
-El de al lado de casa, don Juan Ibarra y su señora, doña Juana. Y Edith, Lucy García y su familia. Después, eran todos terrenos baldíos.
-¿Cómo se hizo canillita?
-Con Miguel teníamos un reparto en la zona del Matadero, y en 1983 Rubén Vázquez nos propuso encargarnos de un puesto en Barrio Parque, donde ahora está mi hijo, y del que está en San Martín y 9 de Julio. En tantos años juntos nunca tuvimos un problema, nunca faltó un diario o una revista, las cuentas a fin de mes daban exactas. Siempre nos tuvo gran confianza y trabajamos bien y con seriedad. Era como una sociedad, él ponía los puestos y nosotros el trabajo. Cuando me separé, igualmente seguí trabajando con Miguel en el puesto. Ruben le había prometido a él que cuando se jubilara se lo iba a dejar. Cuando mi ex marido se murió pensé que Ruben se había olvidado de la promesa, pero no. Me lo cedió, desde 2016.
-Todo puesto de diarios tiene su gente, sus clientes y amigos. ¿Quiénes son los suyos?
-Muchos… Silvio Iula, Ana María Corti, una amiga Edith que se fue a vivir a Concordia, Ariel Ruyo, que vive a la vuelta del puesto, Medina, que tiene la agencia de autos, Jorge Fernández y su hija Carina, Roberto Tucci, que ahora se mudó y dejó de venir, los chicos que venden alimento para perros, que son Lucas, Jimena y Claudio, y los que fallecieron como Coco y Carlos España, Calegari de la ferretería, el Fundador de Mi Ciudad, Ramón Suárez, que cruzaba a comprar La Nación... En donde ahora está el kiosco cuando yo llegué estaba Greco, el arquitecto, que también falleció.
-¿Cómo conoció a Horacio?
-Horacio trabajaba en EDESUR y a la noche en el bar de Lito. Estaba enamorado de mí hacía seis años, pero yo no le daba ni bolilla. Hasta que un día Gladys Vergani me vendió una rifa de la Tanguería de Vélez Sarsfield y 25 de Mayo. Y me la gané, con el número 188. El premio era una pata de cerdo y había que ir a retirarla a la Asociación. Le dije que yo nunca había ido, y Gladys me dijo «le digo a Horacio» y él me acompañó, como amigos. Después volvimos a salir y bueno, nos pusimos de novios. Fue muy compañero, me cuidaba mucho. Lo extraño un montón.
Aunque tiene una mirada crítica acerca de la inseguridad, considera que la ciudad progresó mucho en los últimos tiempos. «El Metrobus, por ejemplo, es lo mejor que se hizo, aunque a mí me hayan sacado la parada de colectivos. La gente se maneja mejor, está más segura. Líneas como la 178 mejoraron en un ciento por ciento. Y el Intendente Watson se está preocupando mucho por los barrios, está mejorándolos mucho, según lo que me dice la gente», agrega.
-¿Cómo se lleva con los colegas?
-Muy bien. Tenemos un grupo de WhatsApp. Está Hernán –Cabaleiro- que lo adoro, soy como una madre para él. Al principio me preguntaba muchas cosas y yo lo ayudaba. Además de un amigo es como un hijo. Lo quiero muchísimo.
-¿Cree en Dios?
-Si. Lo único que le pido es salud para la familia y todos los conocidos. No soy de ir a la Iglesia pero cuando llego a casa le agradezco.