Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Nacido el 20 de abril de 1946, al lado de la Estancia Abril, en una zona poblada por japoneses, en Florencio Varela, Horacio Arasaki está casado con Noriko Taira y tiene dos hijas: Verónica y Jacqueline. Recibido a los 28 años en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Nacional de La Plata, está la frente desde hace más de tres décadas de una farmacia que lleva su apellido y que ya pasó por cinco domicilios, todos en el centro varelense. Es descendiente de los pioneros japoneses que arribaron a nuestro Pueblo a principios del siglo veinte y como muchos integrantes de la querida comunidad nipona, conserva gran parte de sus tradiciones y costumbres. Con él dialogamos para que nos cuente algo de su historia.
-¿Cuándo llegaron sus abuelos a Florencio Varela?
-Mi abuelo, Seishuke Gushiken, llegó alrededor de 1905, junto con los Nakandakari, Tokumoto y otros, que fueron los primeros japoneses que vinieron a Florencio Varela. Casi todos trabajaban como mozos en bares de Buenos Aires. Al principio, se instalaron cerca del Puerto, y después empezaron a venir para esta zona porque había una tierra muy buena para el cultivo. En el Parque Pereyra había unas tierras bárbaras…
-¿Ya sabían cultivar?
-No. Aprendieron acá, como pudieron.
-¿Conoció a su abuelo?
-Sí. Tenía bigotes, le gustaba mucho hablar, era muy recto… Y le interesaba que estudiemos, y que hablemos en castellano. Porque decía que él había sufrido mucho cuando vino de Japón y no sabía el idioma. Tenía un campo muy grande en José C. Paz. Había comprado el casco de la estancia de los Aguilar. Una vez fui a visitarlo y en la biblioteca encontré un libro de medicina de Testut de 1800 y pico… Me lo traje, y al leerlo me dieron ganas de ser médico.
-Háblenos de su infancia.
-Me acuerdo a partir de que fuimos a vivir a un campo en Villa San Luis, que se lo compraron mis padres a los Devincenzi. Eramos doce hermanos, siete varones y cinco mujeres. Dos ya murieron.
-¿A qué jugaban?
- El juego era un poco rústico. No había asfalto, había barro…. Teníamos un chanchito y lo largábamos adentro de un maizal a ver quien lo encontraba. Nos pasábamos toda la tarde buscándolo en el campo.
-¿Usted trabajaba?
- Mis padres siempre quisieron que estudiara. Ya más grande ayudaba a acarrear la verdura y acomodarla en el galpón. Había muchos peones, santiagueños y tucumanos. Y había una gran rivalidad entre ellos .Hasta jugaban partidos de fútbol unos contra otros.
-¿Dónde hizo la Primaria?
-Empecé en la Escuela 10 de Villa Vatteone. Veníamos caminando con mis hermanos desde Villa San Luis. Tardábamos unos cuarenta minutos. Ahí tuve como maestra a Betty Guarasci y Beatriz Merigho. El Director era Hércules Ruffo, el padre de Jorge, mi amigo, que es veterinario, y mis compañeros eran Chiquito Devincenzi, Monroig, Mannarino, Greco… Después abrieron la Escuela Nº 5 en el Club Villa San Luis, y nos pasamos ahí. La Escuela tenía todas las comodidades, pero estábamos divididos por mamparas, y las clases eran de 15 o 16 alumnos, más personalizadas. La directora era Mafalda Varela. Muy recta. Toda la educación que tenemos los japoneses, portugueses e italianos de la Villa San Luis fue a partir de lo que nos enseñó ella. Era una mujer impresionante. Me dejó un muy buen recuerdo. A mis dos hermanos mayores se los llevó un tío a estudiar a Japón. Desde los 7 años hasta los 22, 23 años. Cuando llegaron los agarraron como desertores porque no habían hecho la colimba. No sabían hablar ni escribir en castellano, y los llevaron a Magdalena, a hacer de jardineros.
-¿Quiénes fueron sus compañeros en la Escuela 5?
-Sakuma, Hisao Yonashiro, Da Costa, Ferrario…
-Y después llegó la Secundaria. ¿Por qué fue al Santa Lucía?
-Porque justo empezaba… Funcionaba en la Iglesia de Villa Vatteone.
-¿Se acuerda del primer día de clases?
-Me acuerdo como si fuera hoy. El primer día de clase estábamos sentados unos veinte alumnos alrededor de una mesa, con los bancos corridos para un costado, y como ese día hubo un muerto, tuvimos que suspender la clase porque se hizo el velorio ahí. Estaba el Padre Arévalo y Tino Rodríguez era el Director… El Padre Arévalo era Superman. Hacía de todo, hasta trabajaba de albañil. Mis compañeros eran el gordo Beto Bidart, Jorge Ruffo, Pilín Schlottauer, Plotnikow, que era el abanderado y años más tarde murió ahogado en su Luna de Miel, Caco Ferrari, Julián Videla, Héctor Khon, Pete Cavalaro, Ana De Wynne… Fui de la primera promoción y legajo número uno del colegio.
-¿Ya estaba el profesor Siarretta?
-Sí. Siarretta estaba. ¡Teníamos cada agarrada jugando al fútbol…! El era eléctrico. Y yo también, porque hacía judo. Me decía «Japonés, ¿vos me querés pegar a mí?» y una vez nos agarramos en un partido en un picnic… ¡Qué personaje Siarretta!
-¿Qué otros profesores tenía en el Santa Lucía?
-La madre de Carlos Bossi nos dio Matemáticas por un tiempo, después vino la profesora Cirito, que era famosa… Y brava. Daba muy buenas clases pero era muy brava. En Inglés la teníamos a María Luisa de Videla, en Física a la señora de Lauro, en Educación Democrática a Ema Gagliolo, Piccina Fernández en Música, Elena Gibelli en Dibujo…
-¿Cómo era Tino Rodríguez?
-Tino era compañero, padre, hermano, de todo con nosotros. Un tipo excepcional. Pero sabía separar muy bien lo que era la amistad de las obligaciones. Una vez, durante un acto, un compañero que ahora está en Mar del Plata, el cubano Fernández, cuando pasaba una chica gordita le dijo «muuuuu». Tino lo escuchó y le metió una cachetada. Hubo muchas de esas cachetadas, eran típicas de él.
-¿Tiene alguna anécdota?
-Una vez hicimos un camping que duró un fin de semana, toda nuestra división, en el campo de los Rodríguez, «La Lata». Y la última noche hicimos una obra de teatro cómica a la que se invitó a todos los vecinos. El director de la obra fue Siarretta… Nos dio la obra, la ensayamos y la hicimos. Y otra… Teníamos un equipo en quinto año con el que una vez le ganamos un campeonato al equipo «de las estrellas», el mejor equipo de egresados de toda la vida del Santa Lucía, en el que jugaban Juanito Calvi, Renzo, Luna, Cárdenas… Pero se hizo un campeonato en la canchita de Mayol, y lo ganamos nosotros. El gol del triunfo fue muy especial. Lo hizo el gordo Bidart. Se cayó rodando sobre la pelota, y la metió en el arco.
-¿Por qué eligió estudiar Farmacia?
-Yo quería ser médico y me fui a anotar a La Plata, a Medicina, con Quique Romero y Julián Videla. Un portero nos dijo si queríamos conocer la Facultad y nos llevó a una dependencia donde había un piletón con cadáveres. Ahí me di cuenta de que eso no era para mí. Que yo para médico no servía. Y el mismo día me anoté en Farmacia. Julián y Quique siguieron Medicina, y Julián se recibió. A los 28 me recibí de farmacéutico. Cuando me recibí nos fuimos con mis compañeros por tres meses de viaje a Europa. Fue el único viaje de egresados que tuve, porque el de la secundaria, Jorge Ruffo y yo nos lo perdimos, porque se hizo en enero y nosotros teníamos que empezar el curso de ingreso a la Facultad.
-¿Cuál fue el primer trabajo por el que cobró un sueldo?
-En la farmacia de la Cooperativa de la Policía Federal. Ahí estuve hasta que quisieron darme un grado, y que usara un arma. Y ahí dije «a fin de mes me voy»… Eso no era para mí. Y me fui. Después también trabajé en la Farmacia Quilmes, en Rivadavia y Alvear.
-¿Dónde puso la primera farmacia propia?
- En 9 de Julio y Monteagudo, después me mudé a Monteagudo, en lo de Gutani, después a Boccuzzi, en lo de Selaya, más tarde pasé en la misma Monteagudo a un local de Morenito, y ahora estoy en Presidente Perón.
-¿Iba a bailar en su juventud?
-Íbamos a los asaltos en las casas de las chicas del colegio, con los japoneses, a la Asociación Japonesa de Capital, y a bailes que se hacían en el club de Varela.
-¿Dónde conoció a su esposa?
-La conocí en Florencio Varela, en el club de los japoneses, en La Colorada. Y al tiempo nos pusimos de novios.
-¿Tuvo que pedirle la mano a su suegro?
-Antes se usaba eso. Pero se usaba más mandar al padrino. Mi cuñado era muy amigo del padre de Nori, y fue a hablar con él…
-¿Qué le dijo?
-No sé qué le dijo pero es una formalidad entre los japoneses. Ahí empecé a ir a la casa, y años después nos casamos en la Iglesia de San Juan Bautista. Fue una gran sorpresa ver la Iglesia completamente llena… La fiesta la hicimos en el salón del Santa Lucía.
-Pese al paso del tiempo las tradiciones se mantienen…
-La tradición sigue. Pero también se empezó a mezclar, antes los japoneses solo se casaban con japoneses… Ahora somos todos iguales.
-¿Tuvo algún cargo en la Asociación Japonesa?
- Fui tesorero en la peor época… En el 2000, cuando no había un mango. El club nunca cobró una cuota a los socios, nunca se le sacó un peso a nadie. Ahora hay gente joven que labura muy bien. La comisión trabaja mucho para mantener el prestigio del club.
-¿Cómo recuerda a sus padres?
- Mi papá murió muy joven, a los 58 años. A él le gustaba mucho leer. Se levantaba todos los días a las cinco de la mañana en el campo, prendía el sol de noche, porque no había luz eléctrica, y se ponía a leer de todo. También libros que le traían de Japón. Estuvo en muchas cooperativas y fue presidente de la Asociación Japonesa, que cuando se fundó era la Asociación de Quinteros. Mi mamá se dedicó siempre a la familia. Cocinaba, lavaba… Después mis hermanas mayores eran las que se encargaban de esas cosas. Mi hermana mayor tuvo mucho sufrimiento. Fue la madre de Horacio Gushiken, que desapareció. Estuvo toda la vida luchando con eso,,, Hasta que por lo menos aparecieron los restos.
-Ese tema es algo muy sagrado para los japoneses: los cuerpos de sus muertos…
-Sí. A los ancianos y a los cuerpos de los muertos se les da mucho valor. Eso es ancestral. La misa de los muertos es algo que se respeta a rajatabla. La primera misa es a la semana de la muerte, después a los 49 días, hay otra a los tres años, otra a los siete años, otra a los 21 años y la última, a los 33 años. Se hacen sí o sí.
-¿Está contento con la vida?
-Sí. Muy contento. Siempre tuve muy buenos compañeros. En la primaria, en la secundaria, en la Facultad… Y con muchos nos seguimos viendo. También me junto con los compañeros de la Colimba. Cumplimos 50 años desde que la hicimos, en el Regimiento 7 de Infantería. Yo tuve mucha suerte en la vida, viví mucho tiempo junto con mis doce hermanos, lo que te va uniendo… Tuve mi familia, mi señora, mis hijas… Pude estudiar gratis… Y ahora voy a pescar, con Eduardo Moreno y un muchacho de Lanús, Gustavo González, que es compañero de pesca de toda la vida
-¿Pescan de verdad o van a comprar pescado a lo de Vittorioso?
-No… pescamos… y desayunamos en el Automóvil Club de Chascomús, con medialunas. Es toda una ceremonia.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Somos muy creyentes en Dios. Somos cristianos budistas. Cristianos porque estamos bautizados, por los casamientos y comuniones, pero con costumbres budistas, con respecto a las muertos, y las misas. Y Dios hay uno solo .Cuando te aprieta el agua, la bota, vamos a pedirle todos al mismo Dios. Pero haciendo las cosas bien, no hay Dios que se oponga. Parece que te puede fallar, pero no te falla.
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