Por Nahir Haber
Cuando éramos chicos viajábamos de vacaciones todos los años a Mendoza porque a Jorge le parecía correcto y a mi mamá le gustaba la montaña. Además decía que era barato y por lo tanto más hermoso. Un par de días antes a Jorge le agarraba un ataque de ansiedad y bipolaridad parecido al que nos agarra a las mujeres el día antes de la menstruación y Nora tenía que correr para todos lados, mientras nosotros ya nos estábamos peleando por elegir una cama que ni siquiera habíamos visto. Nos subíamos a la camioneta Toyota Hiace y arrancábamos apenas salía el sol. Al principio Lucas iba entre los asientos de adelante sentado en un montículo que los separaba por eso Jorge bajaba el asiento del medio, pero después de un tiempo se te calentaba el culo porque abajo estaba el motor, entonces nos turnábamos.
Siempre llegaba un momento donde estábamos mi papá y yo despiertos mientras los demás dormían y a veces pasaba, que teníamos un momento de silencio donde me enseñaba a cómo poner los pies para manejar y el significado de las líneas dibujadas en el asfalto de la ruta. En el medio me decía cosas para que yo sea más independiente. Pocas eran las veces en las que me dejaba elegir la música porque él siempre ponía el casete de León Gieco o el de Baglietto. Después nos contaba la anécdota en la que conocieron con Nora a Juan Carlos Baglietto con la mujer en la frontera de Chile y viajaron juntos. Tan real como incomprobable.
Elegía el momento en el que estábamos todos despiertos, después de alguna discusión en el viaje y ponía la canción “La Navidad de Luis” cantada por Gieco y la negra Sosa. “Toma Luis, mañana es Navidad, un pan dulce y un poco de vino ya que no puedes comprar. Toma Luis, llévalo a tu casa y podrás junto con tu padre la navidad festejar.” Y a nosotros se nos hacía un nudo en la garganta, me acuerdo que nos sentíamos unos imbéciles por habernos peleado por algo tan insignificante como un lugar cuando nos comparábamos con Luis y nos aguantábamos las lágrimas. Y ahí no más arrancaba la negra Sosa cambiando la tonalidad y la cadencia de la voz -escuchen, escuchen esta parte- decía Jorge. “Señora, gracias por lo que me da, pero yo no puedo esto llevar porque mi vida no es de Navidad” hasta esa estrofa en que rompíamos en llanto. Durante los primeros tres años cada vez que la ponía, llorábamos. Los siguientes le pedíamos por Luis, Gieco y la negra Sosa que la cambie porque ya para esa altura, habíamos entendido el golpe bajo.
En medio de las crisis entre el noventa y cinco y los dos mil, las vacaciones tenían eso de especial e infinito que hacían de todo un sentimiento difícil de ultrajar y nos aferrábamos a eso. Era como una pausa en la vorágine político-económica de todo lo nacional y lo local. Era el momento dónde todos nos sentábamos a la mesa y veíamos a nuestros padres a los ojos, nos veíamos los rostros sin que entre medio ellos hagan cuentas mentales para cubrir el banco y los proveedores. A la noche Jorge se ponía reflexivo y nos decía alguna filosofía ocasional en un cuento con moraleja para que siempre lo recordemos. También utilizaba el recurso de su padre, nuestro abuelo, a quien nunca conocimos, para hablarnos de enseñanzas y las postas de la vida patriarcal.
De las vacaciones Nora se traía un tetris de artesanías y yo compraba tejidos cuyanos, sahumerios y una agenda artesanal con frases que escribía y leía de a poco. A algunas de ellas todavía me cuesta tirarlas. Aunque el mejor recuerdo eran los moretones y cicatrices, adjudicados al juego de tirarse del sauce llorón al río y dejarse llevar hasta el remanso.
Ningún concepto es tan controversial como el concepto de familia. Antropólogos, sociólogos, politólogos y filósofos han discutido durante siglos sin poder definir con certeza ni siquiera su etimología. Inclusive hay posiciones encontradas acerca de si es Maradona o es Messi quien representa el mejor modelo de familia argentina. Quizás de Aristóteles para acá, a todos estos académicos les costó reconocer muy a pesar de sus ejercicios de abstracción, que estaban asumiendo conceptos sobre la familia de sus padres y no proyectaban sobre la propia, la que cada uno constituye con lo que aprendió y experimentó.
“Mi padre me dará algo mejor, me dirá que Jesús es como yo y entonces así podré seguir viviendo».
Y ahí Gieco cerraba la canción con mucha esperanza a dueto con la negra Sosa, y nuestras lágrimas de cargo de conciencia y remordimiento evolucionaban en felicidad.