EL OTRO VOS

Los 2000



Edición Impresa » 01/06/2018

Son las tres y cuarto de la tarde, se supone que tengo que hacer los deberes de la escuela, no quiero, no tengo ganas. Recién terminamos de almorzar, mi mamá hizo unas croquetas de espinaca que no estaban nada mal y un montón de carne que mis hermanos devoraron vorazmente. Mi papá como siempre nos dijo «de esto pueden comer cuánto quieran, se les va a los pies enseguida». Le encanta decir eso. Y mi mamá ahí atrás de él, preguntándole si necesita algo más, si está rico, si...
Es que hay veces que comer con mi papá nos deja la comida atravesada a todos. Siempre es la misma secuencia; primero mi mamá sirve la comida y estamos todos en silencio esperando que alguien diga algo que le pasó en el día. Como mis días en la escuela son casi todos iguales, no tengo mucho más que contar pero mis hermanos se ponen más charlatanes y yo los dejo porque si hay buen clima puedo pedir permiso para volver sola de la escuela. Después se sirve la comida y entonces iniciamos una batalla de miradas para ver quien obtiene el mejor pedazo y aunque casi nunca gano me parece lo más divertido del almuerzo. Sobre todo, porque después de eso todo se arruina cuando mi mamá quiere romper el hielo y le pregunta qué tal su día a mi papá. Hasta ahí la tranquilidad que nadie espera y el ojo del huracán termina.
No existe momento después de esa pregunta que no termine en un golpe sobre la mesa o un plato roto. Yo no puedo dejar de mirar los ojos de mi papá, está triste. Está loco pero también está triste porque se le está yendo todo de las manos; que no llega, qué más quieren de él, que no hay guita. Cuando se pone así se le mezclan los colores de los ojos y la parte blanca se pone un poco marrón, es horrible.
Mi mamá nos dice que tengamos paciencia, que ya vamos a estar mejor y nos mira como pidiéndonos perdón. Yo me siento tan mal, mi papá hace todo mal «no sé hasta cuando va a durar esta situación en la que nadie puede vivir en paz». Eso es lo que siempre repite mi mamá. Pero si acá nadie encontró nunca la paz, entonces no sé de qué habla. Después del silencio y la violencia viene ese espacio de reflexión que es un poco esta pausa donde todos nos queremos morir o bien porque no se llega a cubrir el banco o porque ya estamos pensando más en la violencia de la mesa que en fondo del problema.
No entiendo mucho de estas cosas pero todo parece tan frágil.
Quería tener un monopatín, todos mis amigos lo tienen pero cómo podría pedirlo, con qué cara después de estas situaciones. Sólo quiero llorar pero se lo dije a mi abuela, con ella sí que puedo hablar. Y ahora me siento peor, porque ella fue y compró uno que no es como el que quiero yo, este es como una bici y es gigante, no puedo andar con esto, todos se van a reír de mi. Primero fue el discman, ahora el monopatín, mañana va a ser otra cosa. Parece que me tengo que acostumbrar a esta sensación de vacío. De desear, de necesitar y no necesitarlo en realidad.
Debajo de los ojos, mi papá tiene unas bolsas gigantes, está envejeciendo y hoy se peleó otra vez en la calle. Es lo que más vergüenza me da en el mundo. Ver a mi papá así después de conocerlo en momentos más felices. ¿Será que el tiempo va a ayudarlo o va a empeorar las cosas?. Me siento culpable y no hago nada. Ya son más de las cuatro, voy a hacer la tarea que «es lo único que tengo que hacer» como dicen ellos.
A veces pienso que al final somos un montón de carne servida esperando ser devorada vorazmente por miradas compitiendo por el mejor pedazo. Espero que esto termine pronto.


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