ENTREVISTA

Susana Ielpo de Braida



Entrevistas » 01/07/2018

Susana Mafalda Ielpo nació el 2 de septiembre de 1934, en Bolívar. Tiene 84 años y es hermana del recordado fotógrafo Jorge Ielpo. Sus padres, Antonio y María, eran italianos, y él trabajaba en el Ferrocarril, por lo cual tuvo varios traslados hasta que debido a la edad de sus hijos, ya en etapa de escolarizarse, solicitó quedarse en nuestra ciudad. El trabajo de Don Antonio le permitió darse un gusto que muchos chicos y no tan chicos quisieran lograr: pasear en una «zorra» a través de las vías, igual que lo hiciera algún mítico personaje de aquellas antiguas películas en blanco y negro. Cuando aún era una jovencita, Susana se casó con otro vecino a quien nadie olvidó: Mario Braida, con quien tuvieron dos hijas, Silvia y Carina. Hoy, además, tiene dos nietos y dos bisnietos. Ya retirada después de estar al frente de una conocida perfumería durante más de dos décadas, esta querida y respetada vecina visitó la Redacción de Mi Ciudad para contarnos parte de su historia. Estas son algunas de sus vivencias.

-¿Cuándo vino a vivir a Florencio Varela?
-Cuando tenía siete años. Mi papá era capataz en el Ferrocarril y lo iban trasladando a distintas localidades. Vivimos en Gorch, en Empalme Lobos, y después en Varela, donde ahora está el paso bajo nivel, en un chalet que correspondía al Ferrocarril, con salida a Lavalle y a las vías.
-¿A qué jugaba?
-Me gustaba mucho andar en bicicleta, y además veía las carreras de bicicletas que pasaban por la calle Lavalle.
-¿Qué recuerda de su niñez?
-Iba a la panadería de Vignola, cerca de mi casa, en la Avenida San Martín, que repartía el pan en carro. Una vez fui a comprar el pan en bicicleta y cuando volví me dí cuenta de que me la había olvidado en la puerta de la panadería. Fui corriendo y ahí estaba…
-¿Cómo eran sus padres y hermanos?
-Fueron buenos padres. Papá era muy recto y lo tratábamos de usted. Éramos tres hermanos, Jorge, Mina, casada con Tito Maurizzi, y yo. Con Jorge éramos muy compinches, siempre hacíamos lío en casa… Saltábamos arriba de un catre de mi papá y después nos escondíamos para que no nos agarrara. Mamá cocinaba, hacía unos canelones con carne de cerdo, y fideos amasados. Todos los domingos había pastas. Era muy prolija y trabajadora.
-¿Conoció a alguno de sus abuelos?
-A la abuela por parte de mi mamá, que se llamaba Asunta Covellone, también abuela de Ernesto Rizzo, el odontólogo. Ella era buenísima. Nos esperaba a los nietos con pasteles, y como éramos tantos los guardaba en un baúl. De mis otros parientes, mi tía Nelly, esposa de Angel Pazos, fue con la que más relación tuve.
-¿Qué le enseñaron sus padres?
-El respeto a la gente, el trabajar y cumplir… A ser ahorrativa, a pensar en que si a uno le pasa algo tiene que tener un respaldo. Mamá cuidaba mucho la ropa, lo que era para salir era para salir y lo que se usaba para trabajar era para trabajar…
-¿A qué escuela fue?
-A la Escuela 11, y mi maestra fue Pocha Ruiz. Era muy bonita, y siguió siéndolo de grande. Era exigente. Yo era medio bandida, y jugaba a las figuritas en clase y nos distraíamos… El juego era decir «Ta te ti, figurita para mí…» y había que adivinar si la figurita estaba arriba o abajo. Entre mis compañeras estaban Anita Muras, Serra…
-¿Quiénes fueron sus amigas del barrio?
-Las chicas de Zuccarino. Ellas vivían enfrente del Dr. Spagnol.
-¿Iba a bailar en su juventud?
-Sí, íbamos a Defensa y Justicia, con orquestas que tocaban en vivo. Esos bailes se llenaban. Entre los 18 y los 20 años me desesperaba por ir… Y me gustaba que mi compañero supiera bailar, que no sea «patadura»… Me acompañaban las chicas de Zuccarino, que eran más grandes, las reuniones terminaban a las tres o cuatro de la mañana, y había noches que iba aunque al otro día me tenía que levantar para trabajar en la fábrica… Chola Lagos, que vivía sobre la Avenida San Martín, iba con mi suegra, que acompañaba a Mario. En el baile estaban todas las mamás sentadas…
-¿Qué música se tocaba?
-Tocaban tango, milonga y vals… Y también rock and roll. Yo era un poco vergonzosa con eso, pero me gustaba verlo bailar…
-¿Cómo conoció a su esposo?
-A Mario lo conocí en el baile…
-¿Bailaba bien?
-No bailaba bien pero era una gran persona. El trabajaba en Buenos Aires, en una joyería de su tío, y viajaba en tren. Era muy buen chico, trabajador… Antes había trabajado en Spreáfico.
-¿Tuvo que pedirle la mano a su papá?
-No. A mi hermana sí el marido le pidió la mano, pero Mario no… Empezó a venir cada vez más seguido y cayó bien. A mí mi mamá también le gustaba como persona y tal vez pensó «voy a hacerle la comida para que mi hija no se quede soltera»… Estuvimos tres años de novios y nos casamos en la Iglesia de San Juan Bautista.

-¿Cuál fue su primer trabajo?
-En 1951 entré a la fábrica de telas Jeannot Lardet, que estaba en la Avenida San Martín, donde ahora está el cuartel de los Bomberos. Tenía menos de veinte años y atendía el teléfono. En una oficinita, y con un trabajo que me ponía nerviosa porque a veces las líneas estaban colapsadas. Cuando mi papá se jubiló habíamos mudado a Sallarés y Rosende. Sallarés pasando Ituzaingó era todo un mejorado, y se hacía una laguna. Yo iba desde ahí a la fábrica en bicicleta. Después me pasaron a la parte administrativa. Tuve que ir a la Pitman, a Lomas, a aprender a escribir a máquina. Salía de la fábrica y me iba para allá… Mis compañeros en la fábrica eran Osvaldo Filardi, Miguel Harguindeguy, Emilia y Blanca Fraegri, el encargado era Genoud, Hermann era el que estaba al frente del Taller, estaba el Contador Giauque, que era el padre de Susana y Mannet… Y los gerentes eran Cleimberg y Carlos Jeannet. Luis Sellas era el encargado de llevar los pedidos con el camioncito a los distintos comercios.
-¿Qué fabricaban?
-Rollos de tela de satén, de raso… Era una fábrica hermosa, y trabajaban por lo menos 50 personas.
-¿Cuánto tiempo estuvo ahí?
-Unos 20 años.
-¿Recuerda alguna anécdota?
-Un día iba con una taza de café al piso de arriba y patiné, me caí, y para no soltarla, bajé varios escalones sentada… Quedé llena de moretones.
-Después puso la perfumería…
-Sí. Cuando la fábrica cerró, pusimos el negocio con Miguel Harguindeguy y otra compañera, que era Nélida Betancort. La abrimos en Sallarés, frente a la Optica Muras, en una galería. Se llamaba «Bambi», tenía una vidriera hermosa y ofrecía productos que acá no había, como la línea de cremas Artez Westerley, que todavía hoy sigo usando… Después nos mudamos a la vereda de enfrente, donde ahora hay un local que vende carteras. Estuvimos varios años y otra vez por el precio del alquiler nos pasamos también en Sallarés a un local que era de Sbarbatti. Ahí ya estaba como socia Margarita Gómez. La perfumería duró 30 años… Después los tiempos cambiaron y tuvimos que cerrar. Se empezaron a vender artículos de perfumería en todas partes, hasta en los supermercados… Antes en los negocios se asesoraba más a los clientes, hoy se perdió eso de que te atiendan, hay muchos locales con autoservicio…
-¿Quiénes eran sus clientes?
-María Rosa y Anita Muras, mucha gente…
-¿Todas mujeres?
-No… También venía algún hombre que nos compraba tinturas para taparse las canas porque iba a bailar con los jubilados…
-Y su esposo tuvo la Joyería «Velo-Braida», otro negocio que fue tradicional…
-Sí. Cuando trabajaba con el tío en Capital traía joyas en un paño, y Gutani, que era un muy buen cliente, le sugirió que pusiera una joyería. La abrió con el primo, Velo, y estuvo primero en la calle Mitre, al lado de Salinas. Y después, en Monteagudo, frente a donde está el Banco Nación. Ese negocio duró sesenta años.
-¿Está contenta con su vida?
-Muy contenta. Tuve una vida muy linda, viajé con Mario, tuvimos muchos amigos, entre ellos Lita de Lázzari, y su pareja, a los que conocimos en nuestra Luna de Miel. Soy bastante metódica, me levanto, me ducho, tengo a mi perra, a la que quiero mucho y con la que hablo… Carina se va temprano y es muy compañera. Mi otra hija también, pero está un poco lejos, en la Costa. Igual viene a verme y yo voy para allá…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le agradezco todos los días el poder levantarme y depender de mí misma. Le pediría que me siga dando salud y el día que sea, no sufrir…


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