Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
El escándalo judicial y político desatado a partir de las revelaciones de «la causa de los cuadernos» dejó más en evidencia lo que muchos sospechábamos: que el gobierno kirchnerista fue el más corrupto de la historia argentina.
Por primera vez, empresarios y ex funcionarios se auto incriminan reconociendo lo que era un secreto a voces: las coimas que se pagaban para la adjudicación de obras públicas, que en varios casos, como en el de Lázaro Báez, se cobraron pero ni siquiera se hicieron.
Las denuncias periodísticas a las que la «prensa militante» intentó desacreditar durante años cobraron más vigor que nunca, confirmándose las investigaciones que revelaban el entramado de corrupción del que se valieron los que hablaban de la «redistribución de la riqueza», repartiéndola entre ellos mismos, sus amigos y testaferros.
Mientras las pruebas se acumulan de una forma abrumadora y en un univoco sentido, el peronismo se abroquela para proteger a Cristina y a la vez, autoprotegerse. Es lógico: ¿Quién está libre de pecado en el partido que es responsable de haber gobernado el país más de 25 años desde el retorno de la Democracia en 1983?
Esta conducta autoprotectiva, que mantiene al condenado Carlos Menem levantando su mano a pedido del kirchnerismo en el Senado, insiste en usar los fueros, creados para proteger a los legisladores por sus ideas políticas, para ayudarlos a eludir a la Justicia, transformando al Congreso en un aguantadero.
Agregando un detalle insólito a todo esto, en uno de los allanamientos a sus propiedades, a Cristina se le encontró entre sus «pertenencias» un manuscrito de San Martín que de ninguna manera podía estar en su poder. Tal vez ahora sus obtusos seguidores dirán que el Libertador se lo dejó en su testamento, como legó su sable a Rosas.
Mientras algunos sostienen que esta mega causa es usada para «tapar la crisis económica», sería bueno pensar si la cosa no es al revés. Si no será el kirchnerismo el que intenta evitar reconocer sus negociados y liberarse de su enorme parte de responsabilidad en la actualidad del país, valiéndose del desastre de la Economía del gobierno de Macri, que también aportó lo suyo al desbarranco.
Aunque el mérito de esta suerte de «Lava Jato» a la argentina no es sólo del Juez Bonadío. Después de todo, Cristina ya había reconocido el origen espurio de su dinero hace varios años. Fue cuando en la Universidad de Harvard, le respondió, plena de poder y soberbia, a un alumno que le preguntó cómo se había enriquecido, que ella era «una abogada exitosa».
Pero Cristina nunca firmó un escrito como abogada, porque jamás actuó como tal, de manera que difícilmente haya tenido ingresos por esa vía. Y como se dice en tribunales «a confesión de parte, relevo de pruebas».
No fue magia. Fue corrupción, disfrazada de mística. Fue nacionalismo berreta para la gilada y devoción por los dólares. Fue el «éxtasis» por las cajas fuertes. Y fue la impunidad de creerse eternos.
Fueron los muertos de Once, la máquina de hacer billetes, la Justicia a la carta, la AFIP contra los opositores, la Gestapo mediática, los Sueños Compartidos, los abusos de Milagro Sala, el Ejército-espía, el pacto con Irán y el asesinato de Nisman.
Fue todo eso. Y fue demasiado.