Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Gerónimo Galiana nació el 28 de mayo de 1933 en Villa Domínico. Casado con Jorgelina Tourcakis desde hace 58 años, tuvieron dos hijos: Sergio y Cynthia, y tienen dos nietos. Con su esposa, llegaron a Florencio Varela, en 1970. Inquieto y laborioso, acumuló una gran cantidad y variedad de trabajos a lo largo de su vida, dedicando también un importante lapso de la misma para actuar en forma desinteresada en varias entidades de bien público locales, como el Rotary Club, la Sociedad Civil Mi Pueblo, la Sociedad de Fomento La Esmeralda y la Asociación de Padres del Instituto Santa Lucía, dejando en todas ellas la mejor de las impresiones. Aficionado al teatro, se dio el gusto de actuar con notable repercusión en aquel recordado elenco municipal de la década del 80 junto a inolvidables vecinos. Con la amabilidad que siempre lo caracterizó, nos recibió una tarde de septiembre en el departamento en el que su hijo Sergio reside, en la Torre El Morenito de nuestra ciudad.
-¿Qué recuerda de su infancia?
-Eramos tres hermanos, de los cuales ahora solo quedo yo. Mi papá era marino, capitán de barco. Estaba mucho tiempo fuera de casa, lo que terminó siendo la razón por la cual dejé de estudiar. Hice tres años de Industrial y abandoné, pero si mi padre hubiera estado, ya que tenía mucho carácter, no me lo habría permitido. Mi mamá en cambio era buenísima. El cuñado de Héctor Souto tenía una panadería cerca de casa. Cuando mi papá iba a comprar siempre miraba la balanza, a ver si tenía un gramo de más o de menos. Y para él, la palabra valía más que un recibo. Cuando estaba embarcado, a cualquiera que originaba un problema, lo hacía desembarcar. Aunque fuera un familiar suyo. Murió bastante joven, aunque siempre tuvo buena salud.
-¿A qué jugaba?
-A la pelota. Me gustaba mucho, y jugué mucho tiempo en Argentino de Quilmes. Llegué hasta la cuarta división, en el año 50… En ese año Argentino casi sale Campeón. En F. Varela hay un fanático de este equipo, Carlos Casazza. El se debe acordar de aquellos jugadores.
-¿Dejó de estudiar y empezó inmediatamente a trabajar?
-Hice tres años en el Industrial y dejé. Entre los 15 y los 19 años tuve mi primer trabajo en una metalúrgica. Yo tenía que probar que los juegos de llaves de los sanitarios no tuvieran fallas para que salieran a la venta. Después entre en UTA, donde trabajé en los almacenes de la corporación, en unos depósitos que tenían repuestos para autos, y más tarde me tocó el Servicio Militar. Cuando salí, entré a Sainz Hermanos.
-La fábrica de golosinas… Imagino que le habrán dado algunos chocolates…
-Sí. Teníamos bombones en los escritorios y pasaban a darnos café a cada rato.
-¿Cómo siguió su historia laboral?
-Después ingresé a un comercio que vendía electrodomésticos y se llamaba Ventrilec, en la Avenida Belgrano 835 de Capital. Yo ahí llevaba el estado de las cuentas. Y luego entré a la Italo Argentina de Electricidad. Como todo ingresante, tuve que empezar abriendo zanjas. Yo llegué con una recomendación que me dio el Jefe de Policía para hablar con el Negro Smith, que tiempo después desapareció. Me atendió y me dijo «tenés que empezar en la zanja…». Y ahí fui. El primer día hacía un frío tremendo, estuve tres meses haciendo zanjas y después ascendí en categoría, desde la A hasta la E. Ahí le hacía la liquidación de comisiones a Luis Di Cecco, que era cobrador. Lo recuerdo que venía con una carterita, y que usaba un bigotito. Y en otro piso de la Italo trabajaba el fundador de Mi Ciudad, Coco Suárez. Yo estaba cómodo y trabajando bien en la Ítalo, pero dos amigos, Juan José Ripoll y Julio Isea, me ofrecieron ir con ellos a Cosmesur S.A., que era una fábrica de productos de cosmética que estaba en Wilde. Ahí me quedé diez años, de 1968 hasta 1978. Yo desde 1976 tenía un negocio de limpieza en Mitre 162, «Aero-Sur», al lado de donde arreglaban heladeras. En esa época en Mitre no había nada … Solo el negocio de Elbio Ghio, no mucho más. Después Brugaletta hizo los locales. Y abrí otro negocio similar en Av. Sarmiento 756.
-¿Cómo vino a Florencio Varela?
-A través de un crédito compramos una casa en la calle Cabello y vinimos… Era la época del caso Penjerek y la gente nos decía «¡Uy, Varela…!» Era el año 1970. Yo viajaba todos los días al laboratorio en Capital. Los primeros vecinos que encontramos fueron los Cruceño, los Krabe… Muchos se fueron mudando.
-También fue funcionario…
-Sí. En 1981 el Intendente Oscar Mingote, al que yo no conocía, me ofreció entrar al área de Cultura de la Municipalidad, con Ignacio Anzoátegui. Yo como Jefe del Departamento de Cultura y él, como Director. Estuve tres años ahí y después volví al negocio.
-¿Cuándo ingresó al Rotary?
-En 1978, y estuve hasta 1993, como secretario, tesorero, presidente, representante del Gobernador, y en avenidas como «servicio a la Comunidad», que era lo que más me gustaba. Desde ahí, en cada fin de año se le entregaba una medalla al mejor compañero de las escuelas secundarias.
-¿Cómo fue que se volcó al teatro?
-En 1978, en época del Intendente Hamilton, empecé a hacer teatro en el grupo de Teatro Municipal, con «Las lágrimas también se secan». El director era Juan María Melzi. Estaban Mendez, Nelly Borelina, Fernando Fernández, que era de Calzada, Miriam Figueredo, Coco Figueredo. Y también hicimos «Los árboles mueren de pie», con más de 50 funciones, y el salón del Centro Cultural Sarmiento siempre lleno. Ahí también trabajó mi hijo Sergio, que había sido apuntador en la primera obra, Ana Friant y Daniel Antonelli. Y más adelante hicimos «Urgente, joven casto», que era una obra de Nelly Melzi, «El organito», «El Puente» de Gorostiza… Varias. Mirábamos por el agujerito cómo estaba la sala, y cuando la veíamos llena nos motivábamos para salir a trabajar… A mí me cuesta hablar en público, dar un discurso, pero en teatro cuando uno se sabe la letra, se siente seguro… Y también hice de locutor, en el Centro Asturiano, que estaba en Solís 485, y en el Salón Covadonga, de Vicente López, presentando orquestas típicas. Eso me gustaba mucho.
-¿Tenía algún estudio previo de actuación?
-Cuando yo tenía unos 20 años, estudié en el Nuevo Teatro, de Av. Corrientes 2120 con dos actores que eran muy conocidos, Pedro Asquini y Alejandra Boero. Entre los actores estaban Héctor Alterio, Isidro Fernán Valdez, la escenografía estaba a cargo de Federico Padilla, que era el hermano de Haydeé Padilla. Ahí hicimos una obra «Los indios estaban cabreros»…
-¿Qué personaje que interpretó le gustó más?
-El del «hijo falso» en «Los árboles mueren de pie».
-Siguió trabajando hasta no hace mucho…
-En 1993 Carlos Rimoldi me ofreció entrar a trabajar a «la 500», ocupándome de la recaudación diaria, de tres de la tarde a dos de la mañana, y ahí estuve 20 años. Hasta mis 80… Después la 500 dejó de existir porque la compró La Blanquito. Estuve un tiempo viajando pero finalmente lo dejé porque cobraba pero no había trabajo… Así que me dieron una plata y me fui.
-¿Quiénes fueron los primeros amigos que hizo en nuestra ciudad?
-Héctor Souto y la gente de Rotary, como Adalberto Bruzzone o Bruno Magnasco. Tengo muchos conocidos. Pero tengo más amigos en San Bernardo que acá. Mi mejor amigo es el Gordo Ripoll, que era de Domínico, y ahora vive en Córdoba.
-¿Dónde conoció a su esposa?
-La conocí en Villa Dominico. Ella trabajaba como instrumentadota en el Hospital Fernández. La buscaba con una moto, una Norton 500, y después una Alpino 125, íbamos al Parque Pereyra Iraola o a La Salada… Nos gustaba estar todo el día al sol. Después compré un jeep pero ella estaba más segura con la moto que con el jeep.
-¿Tuvo que pedir su mano?
-Hablé con el padre, que era buenísimo. No tuvo ningún problema. Se llamaba Spiros… Tenía una historia especial: a los catorce años la madre lo mandó a lo de una tía, en otro pueblo, en una isla de Grecia, para estudiar, y en vez de hacer eso, con un amigo se fue en un barco y recorrió el Mundo. Nunca más volvió a su casa.
-¿Está contento con su vida?
-Sí. Muy contento con lo que me tocó, con los hijos, con mi señora… Aunque con ella somos el día y la noche. Ella lee permanentemente, y sabe mucho. Yo miro mucho fútbol… Ella habla mucho, yo no… Cuando estamos en una mesa ella habla porque sabe más que yo, de todos los temas. A ella le gusta viajar, a mí no me gusta ir más lejos que a San Bernardo. ¡No me digas de subir a un avión…! Hasta fuimos a Cataratas y ella y Sergio se fueron en avión, y yo en micro. Yo cambié de trabajos y de coches, pero no de mujer no… Seguí siempre con la misma. Mis hijos están bien. Como mis nietos. No tengo quejas de nada.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Que le estoy agradecido por todo lo que me ha dado. Soy de ir poco a la Iglesia pero igual le agradezco.
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