Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Los vergonzosos acontecimientos que dieron la vuelta al Mundo el pasado 24 de noviembre en la previa de la final de la Copa Libertadores, volvieron a dejar al desnudo lo peor de una sociedad –la nuestra- que está irremediablemente enferma.
Nuevamente, una minoría arruinó la fiesta de varios miles. Y lo paradójico es que esos miles tampoco son inocentes: participan de un colectivo social que tolera la impunidad en todas sus variantes. Que es parte de ella y hasta la alienta.
¿Qué otra cosa puede esperarse en un país donde se permite todos los días que hordas de energúmenos marchen con palos y sus caras encapuchadas cortando calles y bloqueando puentes? ¿Qué esperanza de cambio puede existir cuando los que destrozan la propiedad pública no reciben sanción alguna por ello?
El fútbol está en manos de los barrabravas, con la histórica complicidad de los políticos y los dirigentes, del mismo modo que las calles están en poder de las hordas violentas que hasta pretendieron meterse en el Congreso por la fuerza para impedir que los legisladores sesionen con libertad. Ni a unos ni a otros se les aplica la Ley. Y cuando alguien es detenido, la «cofradía de los derechos humanos» exige su pronta liberación.
La Justicia ordena detener a Hebe de Bonafini, pero la señora, habitual fuente de mensajes fascistas, se niega y no se la detiene, rodeada de su militancia. Tres pibes irrumpen en la quinta del Presidente de la Nación, pero es «un chiste» sin consecuencias legales. Un piloto interfiere desde tierra las comunicaciones de un avión y no se produce un accidente sólo por milagro, pero aún no se resuelve si se le va a quitar o no la licencia para volar. Un juez pide el desafuero de Cristina, pero el peronismo la protege, como protege a Menem, condenado por una masacre y aún usurpando una banca de senador nacional. De punta a punta del país, funcionarios y grandes empresarios que se enriquecieron ilícitamente disfrutan de sus privilegios sin rendirle cuentas a nadie. Sindicalistas devenidos en multimillonarios se aferran desde hace décadas a sus cargos haciendo gala de su poder y amenazando con pararlo todo si son encarcelados al comprobarse su vínculo con las mafias. Asesinos, motochorros, violadores y delincuentes de todo calibre actúan con total libertad, amparados por una Justicia garantista y contaminada por donde se la mire. ¿Por qué en el fútbol debería ser diferente?
Vivimos en una sociedad violenta, donde a muchos les interesa que no haya educación, y que la gente sea cautiva. Los «cambios» resultaron un fracaso y el futuro no se ve con mayor optimismo. Estamos en un país enfermo y los remedios, hasta ahora, fueron peores que la enfermedad.