Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Como muchos varelenses de su generación, Roberto Lambardi nació, el 18 de julio de 1950, en el consultorio de la famosa partera Doña Tomasa, que funcionaba en el número 250 de la calle ahora llamada Dr. Sallarés. Es hermano de Ricardo y está casado con Liliana Aón, con quien tiene cuatro hijos y cuatro nietos. Integrante de la comisión directiva de los Bomberos Voluntarios, se dedicó al automovilismo durante once años, logrando consagrarse campeón en 1978, y durante toda su vida trabajó en lo que lo apasiona: mecánica del automotor, estando desde hace décadas al frente del conocido taller de Rivadavia y Estados Unidos, de nuestra ciudad. Con él dialogamos obligándolo a hacer un alto en sus tareas, para que nos cuente algunos de sus recuerdos.
-¿De qué trabajaban tus padres?
-Mi mamá era ama de casa, y cuando era joven trabajó en Orbea. Mi padre también trabajó en Orbea, y después andaba en los colectivos que tenía mi abuelo, que eran escolares, y los fines de semana hacían viajes a Luján, a Punta Lara y a otros lados. Mi abuelo llegó a tener cinco o seis.
-¿Tu abuelo era argentino?
-Sí. Hijo de italianos.
-¿A cuántos abuelos conociste?
-A mi abuela paterna, Teresa Draghi, que era la esposa de Juan Lambardi, y por el otro lado, a mi abuela María Rosa Bonacalza, casada con Videberregain, fallecido antes de que yo naciera.
-¿Qué nos podés contar sobre esas abuelas?
-Mi abuela Teresa era algo fuera de lo normal. Tenía cerca de 70 años y se subía a la escalera a pintar el patio de la casa, o la cocina. Era una mujer muy moderna, una vieja divina y muy compañera.
-¿Qué recordás de tu infancia?
-Me acuerdo cuando aparecieron los primeros televisores en el barrio. Uno era de mi abuelo Juan, el otro era de Ferrari. Venían los vecinos a verlo y ponían las banquetas hasta que se terminaba la transmisión. A veces nos íbamos a pasear con mi viejo a Punta Lara o al río de Quilmes, a Ezeiza, a ver los aviones, o al Tigre, y nos decía «vamos a llegar tarde para ver la Patrulla del Camino o el Cisco Kid».
-¿A qué jugabas?
- Jugábamos a la pelota en un terreno que estaba enfrente de mi casa, que daba a un costado con unos belgas y al otro lado con los Demattei. Ahí también venía el circo. Teníamos que tener cuidado con los animales, como los leones. También me acuerdo que juntábamos cubiertas, palos, o aserrín en la carpintería de Boyer, para hacer la fogata de San Pedro y San Pablo, y teníamos que cuidar que alguno de la contra o al que no le gustaba nos la prendíera fuego… Empezábamos a juntar porquerías un mes antes, y la armábamos a campo descubierto.
-¿Quiénes eran los compañeros de juegos?
-Estaban Tatín López, Pilín Schölottauer, los hermanos Capurro, que eran la peste, Otto y su hermana mayor Lía, que el padre arreglaba motonetas sobre Monteagudo, Pocho y Edgardo López… Era una bandita linda… Jugábamos a las figuritas, a la escondida, a los autitos. En la esquina donde yo vivía había una especie de porche abierto, y hacíamos carreras de autitos ahí adentro. Les poníamos plastilina, y plomo. Fue una muy linda infancia. Con nosotros vivía mi tío Leo, padre de Juan Carlos y de Freddy. Mi tío Leo era mi padrino y tenia adoración por mí. Todos los primos nos queríamos mucho, y fuimos una familia muy unida. Con nuestras diferencias pero siempre con buena onda. Freddy atajaba para el equipo de los Calvi y vivía arriba del taller.
-¿Dónde era tu casa?
-Hasta los 20 años viví en San Juan y Monteagudo, donde ahora hay una cerrajería. Después mis padres compraron una casa en Rivadavia 33, pegado a la entrada del Club Varela Junior, y viví ahí hasta los 25, cuando me casé, y nos fuimos a vivir a la calle Aristóbulo Del Valle, donde nos hicimos un chalecito.
-¿Qué te enseñaron tus padres?
-La honestidad, las buenas costumbres.
-¿A qué escuela fuiste?
-A la Escuela 11. Entre mis compañeros estaban Piero Van Der Becke, Néstor Trujillo, Norma Vaccaro, los Seidín, la chica de Lorenzo, María Ester, la esposa de Carlitos Ferrari…
-¿Y cómo nació la vocación por la mecánica?
- Cuando era chico vivía adentro del taller, donde mi viejo hacía chapa y pintura, en Boccuzzi 12. Me crié ahí adentro. A los ocho o nueve años estaba todo el día ahí. Me encantaba. Tengo 68 años y medio y tengo la suerte de hacer lo que me gusta. A veces me canso, porque el taller es bastante castigador para el cuerpo, pero es lo que me gusta, y siento pasión por esto. Trabajé dos años en la parte de automotores del Laboratorio YPF, y me puse un taller en 25 de Mayo entre Monseñor Aragone y Moreno, en un local que le alquilaba a don Aquizu, y para la época de la Guerra de las Malvinas, compré acá y lo fui remodelando.
-¿Dónde ibas a bailar en tu juventud?
-Ibamos a La Farola, que era del Gurí Scrocchi, en Av. Vázquez y Alberdi, a Elsieland, a boliches de Chascomús… Con el Negro Néstor Calegari, Carlitos España, Emilio Faura, Luis «Popeye» Rodríguez, Piero Bongiovanni. Y estaba la barra del auto de carrera. Con Coco Muro, Carlitos España, Randazzo…
-Contanos alguna anécdota…
- Siempre jugábamos a las cartas en el taller, sobre un cartel de chapa, revestido con un papel blanco como mantel, de los que traían de Agfa. Una vez le pedí a un cliente que lo limpiara un poquito con lavandina, y lo limpió y le dije que todavía tenía olor, entonces fue a olerlo y cuando se acercó le conecté el probador de las bujías… Así que le saltó la corriente por la nariz. Gritaba que le habíamos puesto 220… es una de las maldades que hacíamos.
-¿Cómo empezó la etapa de correr?
-Un día mi primo Freddy dijo «vamos a hacerle un auto de carrera al Loco, porque va a matar a alguien por la calle».
-¿Quién era el Loco?
-Yo. Andaba muy rápido en todos lados y tuve la suerte de no atropellar a nadie… Corríamos en San Jorge, en Mayol… Claro, no había nadie… Pero igual tuve suerte. Empezamos con lo del auto de carrera en una época que en Varela se había aplacado el tema del automovilismo porque Poroto Cetra se había matado con el auto de Galvez… Arrancamos con un Sport Prototipo, en 1969, 1970, corriendo en Estancia Chica, y en Dolores. Mi Ciudad lo publicó en ese entonces. Estuve corriendo por once años, y fue una etapa hermosa. Debuté en Lobos, quedé primero en la clasificación pero tuve que abandonar. Mi copiloto siempre fue el Gordo Mejías, y a lo último, Pomelo Martínez. También corrí con Roberto Guimet, que era el hijo del preparador del motor, que era Chevrolet, hasta que hicimos nuestro propio motor, un Peugeot, en el taller, a prueba y error, y nos salió bien. Nadie podía entender cómo andaba tan rápido. Y bueno… En 1978 gané el Campeonato de Cafeteras 31, sacándole 56 puntos al segundo. Antes había sido subcampeón. Y cuando me casé, un 6 de diciembre, perdí el campeonato por no presentarme a la última carrera, que era en Tandil. Yo quería que me llevaran el auto, después hacíamos la fiesta y nos íbamos de Luna de Miel… Pero no quisieron.
-¿Quién no quiso?
-El entorno. No me dejó… Si fuera ahora, les digo «no me caso este sábado, me caso el que viene».
-A propósito, ¿cómo conociste a tu esposa?
-La conocí por las carreras. Ella iba con Teresita, Freddy y Polo Calvi, Albertito Del Nido, el Tano Mené… Empezamos a salir, me tuvo mucha paciencia con el auto de carrera, me acompañaba… Y tengo unos suegros maravillosos: Divia Belén y Tito Aón. Mejores suegros no me podían haber tocado. La verdad, que si me preguntás qué cambiaría de mi infancia, te diría: Nada. Fui feliz y pleno toda la vida. Y ni hablar de la «Negra» esta que me dio cuatro hijos… Lucrecia, que es abogada, Florencia, que es médica cardióloga, Juan José y Juan Ignacio, que son abogados. Todos de muy buena entraña, grandes personas. Y tengo cuatro nietos… No me puedo quejar…
-¿Quiénes son tus amigos?
-Siempre tuve muy buenos amigos, como Carlos España, Coco Muro Alberto Del Nido, Hugo López que es de San Vicente... Y Sebastián Zunino.
-¿Te habías ido de los Bomberos?
-Cuando murió Jorge García renuncié pero ahora volví. Sufrí muchísimo con lo de Jorge. Dejó un legado enorme en Bomberos… Fuimos a elecciones y ganamos, para continuar con su obra.
-¿Quién fue tu «personaje inolvidable»?
-Uno fue Jorge. Yo le tenía adoración, y él a mí también. Nos decíamos las cosas de frente y siempre con mucho respeto, Era un tipo muy conciliador. Y otro fue mi tío Leo, con el que teníamos un ida y vuelta especial. Era un tipo muy bueno, que marcó una línea de conducta, intachable, durante toda su vida. Y yo traté de aplicar eso…
-En definitiva, se nota que estás muy feliz con tu vida…
-Sí. Contento con mi mujer, que es un sol. Pasó varias operaciones pero está muy bien. Y con mis hijos, que me dieron unos nietos hermosos y me los van a seguir dando si Dios quiere. Así que ya está… ¿Qué más puedo pedir?
-¿Qué le dirías a Dios, entonces?
-Le diría gracias, y le digo gracias muchas veces, sobre todo en cuestiones de salud de los chicos.
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