EL OTRO VOS

La división argentina



Edición Impresa » 01/01/2019

Por Nahir Haber (*)

Un viernes 29 de octubre un corredor de Ford que seguía cuidadosamente a los punteros en Huanchasco, Perú, cree ver al Chevrolet líder de la caravana a un lado del camino. El piloto intenta detenerse pero su auto comienza a zigzaguear en una maniobra por no desbarrancar. La niebla densa no permitía ver con claridad pero efectivamente era el auto del puntero el que se había caído por el terraplén. Las puertas del auto estaban abiertas porque su copiloto, había sido disparado en el choque. Oscar Galvez se baja del Ford junto con Herrero su copiloto y ayudaron a Fangio su histórico contrincante, a salir del auto y a buscar a su fallecido copiloto Juan Manuel Urrutia. Galvez se asegura que un compañero y rival lo lleve hasta el Centro de Asistencia mientras cambiaba el neumático reventado y le ponía aceite al Ford. El accidente le cuesta la vida a su copiloto y la carrera a un provinciano del que todos hablaban y hablarán después. Galvez termina en el puesto 42 y su hermano menor gana la etapa siete del Gran Premio América del Sur en 1948, un dato ya anecdótico.
Esta es la última versión de lo que pasó, que se reconstruyó de acuerdo a lo que dijeron todos los integrantes de ese carrera para desmentir los dichos por la radio que indicaban que Galvez había tenido incidencia en el accidente de Fangio para subrayar la diferencia. Fangio-Chevrolet, Galvez-Ford, fue una de las primeras rivalidades de alta devoción que dividieron a los argentinos.
Un sábado 24 de noviembre se jugaba la vuelta de la final de la Copa Libertadores, un partido que la Argentina esperó toda la vida; Boca vs River, después del empate. El clásico en el que se disputa la copa que permite clasificar a otros torneos, se jugaba a las cinco de la tarde pero era un sábado destinado a la competencia. Amigos, familia, simpatizantes, hinchas, como los llamen, todos detrás del que pagó al cableoperador para verlo.
El micro estaba preparado para la llegada nupcial de Boca al Monumental, tanto que el techo estaba ploteado para que el dron que los seguía tomara de arriba la publicidad. Los últimos policías se separaron en el último tramo y un grupo de personas atacó el micro a piedrazos. Fue el día con la previa más larga de la historia de un partido de fútbol y después de un papelón administrativo, decidieron la suspensión.
La final de River Boca fue en Madrid, no se jugó en el Monumental sino en el Santiago Bernabeú. Se perdió la noción de un clásico en la final y la importancia del resultado pero más aún la idea de la competencia.
Hay un acento argentino de la hinchada que resignificaba la competencia que la hacía atractiva para los sponsors nacional e internacionalmente. Hay algo del público que sigue a la banda. Hay videos de tres horas en YouTube explicando por qué los argentinos somos el mejor público del mundo. Detrás de eso está la identidad que nos obnubila: el otro, el amargo, el cagón, el que está para alentar a su equipo. Que no somos los mejores del mundo, somos violentos. La pasión y el fanatismo para nosotros es agresión.
Si yo hubiera sabido esta historia en los ´90, le hubiera dicho a mi papá antes del asado los domingos, que Fangio quería una cupé Ford y no la consiguió. Por eso se hizo de Chevrolet, no le importaba el llavero del auto.
A los argentinos nos gusta la división, porque de esa manera podemos estigmatizar al otro. La división es diferente a la identificación. Porque en la identificación uno elige y se apropia y en la división uno es llevado por una masificación de lo que cree que lo identifica a uno.
Y al final del día los chanchos que cortan el bacalao se sientan en una mesa redonda separados por su estómago mientras nos miran a nosotros cómo nos matamos por lo que llamamos pasión.

(*) desde La Haya, Holanda. Especial para Mi Ciudad.


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