Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Fue uno de los almacenes más emblemáticos del ayer varelense. Ubicado en la esquina de Avenida San Martín y Chacabuco, “La Atalaya”, llamado así por estar en el punto más alto de nuestra ciudad, había abierto sus puertas en el año 1908. Su dueño era Mariano Supervía, quien junto a su esposa Elvira habían arribado desde España hacía muy poco tiempo. La pareja tenía cinco hijos: José, Mariano, Ursula, Faustino, conocido como “Tino” y Elvira (estos dos últimos, mellizos).
Cuando el fundador de “La Atalaya” falleció, en 1924, doña Elvira y su hijo Mariano, se pusieron al frente del negocio. Luego a Mariano lo acompañó José, y por último, quedaron al frente Ursula y Mariano.
Cuando yo era apenas un niño que no llegaba a la altura del mostrador, Don José Supervía me recibió en aquel viejo almacén para atenderme en la que fue la primera compra que hice solo en mi vida: un pequeño mazo de naipes que pagué con un puñado de monedas que con gran esfuerzo deposité sobre esa extensa mesada de madera y que llevé para jugar en los recreos con mis compañeros de la Escuela 1, ubicada a la vuelta del negocio.
En abril de 1993, pude reportear para Mi Ciudad a Ursula, que tenía entonces 85 años, quien pese a no querer que la fotografíe, me contó algo de la historia del tradicional comercio por el que desfilaron varias generaciones de vecinos y también se explayó sobre aquel Florencio Varela tan diferente.
“La Atalaya” era una despensa y bazar que vendía de todo… Aquí había guitarras, que se compraban en lo de Dreyer, y hasta arneses para caballos, porque acá todos andaban a caballo. El primer auto que se vió fue el del Dr. Sallarés, al que salían a ver pasar todos los chicos del barrio. Y también teníamos billares a los que venían a jugar los Mazzone, Aquilano y demás… Papá les daba la “yapa” a todos los chicos, los conquistaba y lo querían mucho… Eran otros tiempos, la gente compraba al fiado un cuarto o cien gramos de yerba o azúcar”, recuerda nuestra entrevistada.
-F. Varela era muy distinto…
-Y si… Las calles eran de tierra con pasillos de piedra. Y se andaba también en carretas tiradas por bueyes. Las más famosas eran las de los Bonacalza que tenían hornos de ladrillos. Donde está la plaza había un yuyal, lleno de caballos pastando.
Todo era campo. Mi abuelo le decía a mi papá “Mariano, acá no hay nada”, y el le respondía: “Ya va a venir la gente”, pero no venía nadie.
-¿Qué más recuerda?
-Cuando era muy chica, había faroles de querosén en las calles. Venía un señor que se llamaba Don Victor y les ponía querosén. Después con el Intendente Villa Abrille tuvimos la usina y la luz eléctrica. Había además un colegio de curas frente al Banco viejo, los chicos iban a misa vestidos como scouts y las chicas que iban eran Benita Gorostidi, las Arni, Mariana e Isabel Bengochea, las hijas de Don Francisco López, las hijas de Sosa, Luisa y Haydée Guerrero, las hermanas Echenique que eran muy bailarinas y “marcaban rumbos”.
-¿Se hacían muchos bailes?
-Si, y eran un festín. Las reuniones tenían lugar en la Municipalidad e incluían un lunch. Tocaban el piano Isabel Cocca y Humberto Robertazzi, quien lo hacía a las mil maravillas.
-¿Qué negocios existían?
-Las farmacias de Cattenaccio, González y Cascardo, el almacén de Aquilano donde hoy está el bar de los japoneses (N de la R: Contreras y Av. San Martin), el negocio de los Schiantarelli frente a la Estación, el de Antonio Perez en la hoy esquina de Sallarés y Monteagudo, la peluquería de Robertazzi donde también se sacaban muelas y había un fonógrafo, dicen que para que no se oyeran los quejidos de los que se sacaban las muelas ahí. Muchos años después tuvimos el cine de Ricardo Calvi en la hoy calle Sallarés, y un médico de entonces era el Dr. Zamora…
-Y los curas…
-Me acuerdo de Pedro Arbe, Nicanor Bajo y Perez, Vazquez, Durán, un irlandés que se llamaba Ikel y por supuesto el Padre Santolín.
-¿Fue alumna de la Escuela 1?
-Sí, y abanderada. Aún tengo la libreta de primer grado. Hubo grandes directoras como la Sra. Di Franco de Palacios, Celaya, Martinez, Cabral, Barbalán y grandes maestras como Aquilano, Dapena, Chimento y Marter.
-¿Quiénes fueron los mejores intendentes?
-Barzi, Callegari, Roselli, Bengochea y Baigorri.
-Para terminar, cuéntenos algo de aquellos carnavales…
-Papá nos llevaba al corso. Los vecinos preparaban carrozas, todo era muy colorido. Una vez se hizo una carroza muy linda, un cisne que ganó el premio ese año, sus autoras fueron las hijas de “El Molinero” que estudiaba astronomía. Y además no puedo olvidar a la banda de música que venía todos los domingos a tocar a la plaza, su director tocaba el Trombón y era Adolfo Tassi.
En 2004, el viejo edificio, donde funcionó por un tiempo una casa de repuestos, fue demolido. En su lugar se levantó un amplio local comercial.
Las paredes de la vieja Atalaya ya no existen, pero en su perímetro quedarán para siempre miles de historias de aquellos viajeros que paraban en esa posta al arribar al pueblo, y también vecinos y chiquilines que enfundados en sus guardapolvos blancos llenaban el lugar a la salida del colegio para comprarse las figuritas de moda o una golosina, esperando la siempre deseada “yapa” de Don José.
Alejandro César Suárez
(Revista Extraordinaria de Mi Ciudad, diciembre de 2019)