Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
La pesadilla tantas veces anunciada por el cine catástrofe se hizo realidad, y nos toca a nosotros padecerla. El Coronavirus detuvo al Mundo y sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas aún son impredecibles.
La Pandemia llegó a Argentina en medio de su enésima crisis, pero algunas noticias son auspiciosas: la decisión gubernamental del «aislamiento social» parece haberse tomado a tiempo –en unos 30 días sabremos realmente qué tan a tiempo- como para evitar un escenario similar al que vemos en algunos países del Primer Mundo.
Quienes vivimos en el Conurbano estamos inmersos en una situación aún más particular. Las precarias condiciones en las que subsisten miles de personas obligan a replantear toda estrategia macro: ¿cómo pedirle a alguien que se lave las manos con abundante agua y jabón, si no tiene agua potable? ¿Cómo exigirle que «no salga» a un vecino que vive hacinado en una casilla precaria junto a su mujer y sus cinco hijos? ¿Cómo explicar las reglas de la distancia entre una persona y otra –y cualquier otra regla- a quienes se alentó durante décadas a no respetar ninguna norma? ¿Cómo esperar que la gente acate la orden de un uniformado, si durante los últimos años sólo se sembró odio y desprecio hacia «la gorra» y «los milicos»?
Hace pocos días, y por estas cosas de la globalización, Florencio Varela fue noticia internacional. Imágenes subidas a las redes de Mi Ciudad llegaron a Canal 13 y TN y, desde allí, a la TV de Gran Bretaña. La nota mostraba la cantidad de gente agolpada frente a los bancos para cobrar sus planes sociales en plena crisis sanitaria. Los motivos de ese caos son varios, y existen desde hace rato: en Florencio Varela, prácticamente no hay cajeros automáticos en ningún barrio. Cada mes, las entidades bancarias explotan de jubilados y beneficiarios de distintas asignaciones que esperan amontonados por horas –y a veces haciendo cola desde la madrugada- para ser –muy mal- atendidos. Con un detalle adicional: de los bancarizados, una gran parte no sabe utilizar los cajeros. Es normal ver al personal de seguridad de los bancos –que no está para eso- dando una mano a mucha gente en estos casos. Además, varios comercios de los barrios no aceptan tarjetas de crédito, y si lo hacen, cobran recargo.
En la urgencia, todos quieren soluciones inmediatas. Como esos hospitales de campaña, que empezaron a construirse a toda velocidad, ahora que se descubrió que la Salud sí era importante.
Pero no puede cambiarse a una sociedad de un día para otro.
Hace 40 años, que en el Conurbano se acostumbró a la gente a ser esclava del Estado y de los «punteros», repartiéndoles chapas y colchones en lugar de darles trabajo digno. Hace 40 años que se viene degradando la educación y el respeto, y aumentando la «fábrica de pobres» para asegurarse más asistencialismo –y más votos-, y vivir a costa de los que menos tienen.
Tal vez la Pandemia, sirva para que de una vez por todas terminemos con nuestros males endémicos.