Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Los recuerdos de una integrante de la Escuela de Enfermería “7 de Mayo”, de la Fundación Eva Perón.
Ana Julia Thompson Jara tiene 73 años, nació en Formosa, y está casada con Salvador Pacheco, con quien tuvieron dos hijas, Sandra y Stella Maris. Esta mujer que aparenta tener una fuerte personalidad y se muestra segura y convencida al hablar fue, durante más de treinta años, enfermera del Hospital Municipal “Dr. Nicolás Boccuzzi”, lo que hace imaginable su experiencia y la cantidad de anécdotas que puede contarnos acerca del emblemático centro asistencial varelense. Pero además, fue una de aquellas ya míticas “enfermeras de Evita”, ya que egresó de la Escuela de Enfermería “7 de Mayo”, de la Fundación Eva Perón, cuando apenas tenía 19 años de edad.
Homenajeada junto a un grupo de sus ex compañeras y quien fuera directora de dicho establecimiento, la señora María Eugenia Alvarez, en un acto desarrollado en el Instituto de Investigaciones Históricas Eva Perón- Museo Evita, de Buenos Aires, el pasado 14 de octubre, Ana Julia nos recibió en su casa de la calle Contreras de nuestra ciudad, y nos hizo revivir por un par de horas los tiempos de una Argentina diferente.
Escucharla nos demostró que algunos sentimientos no solo se mantienen a través de los años, sino que pueden llegar a hacerse más fuertes aún. Como la convicción de esta mujer, que sigue agradecida a “la abanderada de los humildes” por haberle facilitado su lugar en el mundo, desde el cual eligió la más sublime de las vocaciones: ayudar a su prójimo.
-¿Cómo fue su niñez?
-Yo tuve una infancia feliz, porque soy del campo. Mis padres eran campesinos, así que imagínese… Una persona como yo, no carente de recursos, pero apenas con lo necesario para vivir, ¿qué podía haber hecho si no hubiera existido la Escuela de Enfermeras? No habría podido estudiar, desempeñarme en la profesión y ser útil a la sociedad… Todo fue gracias a Evita. Una chica de 27 años a la que le faltaba todo, menos el amor de su madre, y que tenía ansias de volar, deseos de libertad, y que siendo tan joven pudo pensar en su país. Padeció la carencia y no pudo estudiar, pero pensó en darle estudio a los jóvenes.
-¿Cómo fue que decidió ingresar a la Escuela?
-Porque mi mamá era una profunda admiradora de Evita, y trajo a mi casa la revista “Mundo Peronista”. En una de sus páginas había una nota sobre la Escuela de Enfermeras. Yo tenía 15 años y para ingresar había que tener 16, así que tuve que esperar al año siguiente. Pero la decisión estaba tomada… Así que en 1953, finalmente entré.
-¿La Escuela funcionaba como un internado?
-Sí. Ahí recibíamos todo. Educación, una formación integral de excelencia, el vestido, la alimentación, la educación física. Y no había distinciones de clases. Teníamos uniformes y las cosas eran para todas igual, salvo para las chicas extranjeras, que tenían un pabellón aparte. La Escuela tenía cinco internados: tres en Ezeiza y dos en los policlínicos, de Lanús y Avellaneda respectivamente.
-¿Cómo era la actividad?
-La teoría la estudiábamos en la calle Carlos Calvo 1218, Calvo y Arenales, donde estaba la central de nuestro colegio, y las prácticas las hacíamos en distintos policlínicos. Teníamos un micro que nos llevaba y nos traía, y nos daban educación física en un campo de deportes al que le decían “Los Chivatos”, que era un parque al que venían todos los chicos del interior durante el receso escolar. Las internas que tenían tutor podían salir una vez por mes, y a las que no, nos llevaban a conciertos, al cine, al Teatro Colón… Y también íbamos a remar al lago de Ezeiza.
-¿Había más escuelas similares?
-Estaba la escuela para hombres, en Nuñez. También había hogares escuela cerca de donde estábamos nosotras, para que las mujeres que trabajaban en la semana pudieran dejar a sus hijos en esos lugares.
-Cuéntenos algo de sus años en el recordado Hospital Boccuzzi…
-En el Hospital, fui una de las organizadoras de la sala de bebés… Y también colaboré en al formación de asistentes. Trabajé ahí 25 años, junto a doctores como Lozano, Zurita, Galella, Peralta, Urlezaga y Dos Santos. A algunos de ellos los conocí como practicantes. Tengo muchas anécdotas… Cuando todavía no estaba el distribuidor del Cruce, en cada temporada estival se producían muchos accidentes y trabajábamos toda la noche. Una vez, mi marido vino con las nenas, un pollo y una sidra para festejar la Navidad en el Hospital, porque ya era cerca de la medianoche y yo todavía estaba ahí. Por suerte me pude ir cinco minutos antes de las doce… Otra vez, la policía nos avisó que se habían escapado unos presos y que no le abriéramos la puerta a nadie, pero afuera había un hombre gritando que su mujer ya estaba dando a luz el bebé… y claro, le abrimos pese al miedo que teníamos.
-¿Estuvo alguna vez con Perón?
- Estuvimos con el General el 12 de setiembre de 1955, en el Teatro Colón. Estábamos muy felices, participando de la ceremonia de egreso de las enfermeras y comentando que al año siguiente nos iba a tocar a nosotras, sin saber que se venía el golpe militar… Cuando cayó Perón, a los pocos días vino el Ejército y sacó todo lo de nuestra biblioteca y se llevaron el material que había. ¡Hasta quemaron los uniformes! Fue una pena. Si esta escuela y tantas otras hubieran seguido, seguramente hoy el país sería distinto.
-¿Usted hizo guardia junto al cuerpo de Evita?
-Tuve el honor y el privilegio de hacer guardia en el edificio de la CGT de la calle Azopardo, donde estaban haciendo un tratamiento al cuerpo sin vida de Evita. Todos los días iba un grupo, salíamos a las 4:30 de la mañana y a las 8 tomábamos la guardia, igual que los muchachos del Liceo Militar, que estaban con nosotras. A las 8:25 sonaba la diana y nos retirábamos.
-Siente una verdadera admiración por Evita…
-Sí. Una mujer que era del campo, y chica, como yo, vino con sus ilusiones, pensó como pensó, dijo todo lo que dijo e hizo todo lo que hizo, es para admirar. Fíjese que pasaron más de 50 años de su muerte y todavía no apareció nadie que la pueda sustituir.
-¿Quiere agregar algo?
-Solo manifestar que fue un gran placer “haber estado ahí”, haber formado parte de esa Escuela, y por eso, tengo que contar la historia. Para que se sepa cuánto nos dieron…
Aunque la obra social de Evita había comenzado en el año 1940, la Fundación Eva Perón nació el 8 de julio de 1948, reemplazando a la antigua “Sociedad de Beneficencia”. Desde su creación hasta el año de la caída del gobierno de Juan Domingo Perón, en 1955, la Fundación fue una permanente usina de obras, asistencia y solidaridad. Hogares de ancianos, escuelas talleres, colegios, policlínicos, hospitales, jardines de infantes y hogares maternales se multiplicaron en todo el país. El “tren sanitario” llevaba asistencia a los más lejanos puntos de la Argentina, se construyeron miles de viviendas, y se realizaba una profunda actividad recreativa para niños y jóvenes, a quienes se hacía participar en campeonatos deportivos y viajes turísticos que servían para que muchos de ellos tuvieran una revisación médica por primera vez en sus vidas. En setiembre de 1950, la Fundación fundó la Escuela de Enfermería “7 de Mayo”, cuyas estudiantes tenían como lema “Nuestro destino es servir a la humanidad”.