Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Mi Ciudad cumplía 30 años y resolvimos publicar la «Revista de las Tres Décadas». En ella, incluimos un reportaje a Francisco Iribarren. Maestro, actor, vecino querido y ejemplar, de él dijo el Padre Delfino en su responso que «fue un sacerdote vestido de laico». Antes de darnos la nota, «Panchito», como todos lo llamaban, sólo nos advirtió una cosa: «No hay nada que me moleste tanto como el elogio». Por eso, sin más introducciones, vamos al reportaje, que hicimos en 1983, agregando sólo una anécdota: fue casi imposible conseguir una imagen suya, porque en todas las reuniones se colocaba detrás de los otros para evitar salir en la foto, o directamente él era quien fotografiaba a los demás. La que finalmente publicamos es una «foto carnet», ampliada.
-Francisco, ¿dónde cursó sus estudios primarios?
-Los comencé en la Escuela 15 de Quilmes y los terminé cerca de esta casa, en la Escuela 1. Pero yo vivía entonces en lo que hoy es La Sirena y durante todo el 5° y 6° grado venía al colegio todos los días caminando, cortando campo con lluvia o sol, charlando con mis compañeros, los muchachos de Cetra, Risso, Bússolo y otros.
-¿Y luego?
-Cursé la Secundaria en la Escuela Normal Mixta de Quilmes. En 1940 me recibí de maestro pero comencé a trabajar en la Municipalidad pasando al cabo de un año a hacerlo en el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Ingresé más tarde en la Facultad de Filosofía y Letras y en un Instituto que fue precursor de la Universidad Católica. Existían entonces los «Centros de Cultura Católica» entre cuyos dirigentes estaban Tomás Casares, Osvaldo Dondo, el actual Capellán de las Fuerzas Armadas Monseñor José Medina y el desaparecido Obispo, Monseñor Zaspe. Pronto dicté clases de «Religión y moral» en el Colegio José Manuel Estrada de la Capital Federal. Eso cesó en 1955 cuando la materia fue retirada del programa educacional. Después las Hermanas Franciscanas me llamaron para dar Psicología y Educación Democrática en el Instituto Nuestra Señora Del Sagrado Corazón, y allí estuve por 20 años hasta que pasé a la Secretaria del Instituto San Juan Bautista, también de esta ciudad. A propósito de dicho Instituto Industrial me gustaría mencionar algo de lo que la gente de Florencio Varela no se ha dado cuenta en forma total. El alumnado de dicho colegio es muy especial. Creyendo que es más fácil que un Comercial o un Bachiller, muchos se vuelcan de lleno y luego la decepción es tremenda. Las exigencias son muchas y se produce una gran y lamentable deserción. La mayoría de los ingresantes proviene de medios sociales tan humildes, que al encontrarse con exigencias que no conocían o no imaginaban que en su totalidad no se pueden omitir por la vigencia misma del Instituto, abandonan el estudio. No ocurre esto por ejemplo en el Instituto Santa Lucía donde también desempeñé funciones administrativas y en el que la mayor parte de los alumnos son hijos de profesionales o de hogares de condiciones más ideales aunque no deja de haberlos de otro nivel. A mi siempre me interesó atender la parte humana, los problemas de los alumnos.
-¿Qué cosas recuerda del Varela de antes?
-Muchas. Todo era completamente distinto. Hasta 1944 era un pueblo tranquilo de alrededor de 8000 habitantes. Ya había calles asfaltadas y el clima era de real familiaridad. Todo el mundo se conocía y las villas no existían. Había quintas, jardines, tambos, hornos y alguna que otra industria. Vivían los Bengochea, Pelento, Larriategui, Berraymundo, Supervía, Pagani, Devincenzi, Roselli, Cascardi, Rodriguez, Bidart, Villar, Bernaschina, Robertazzi, Dreyer y tantos otros descendientes de los pioneros. En una vuelta por el pueblo uno se encontraba dos o tres veces con la misma persona. Después del 46 vino la avalancha y todo cambió. Creo que para bien, ya que Florencio Varela creció enormemente pero a nosotros, acostumbrados a la vida lugareña, a dejar las puertas de las casas abiertas, a tener flores en la plaza, nos costó mucho adaptarnos. El Centro Cultural Sarmiento representaba allá por el 39 una Universidad por el material que tenía y las posibilidades que nos daba. También tenía un Coro que yo integraba… Recuerdo las fiestas patronales de antes con los bailes en la Municipalidad y hasta un festejo muy especial cuando yo era chico en el que vino el Obispo Monseñor Chimento, oportunidad que en la plaza hubo tantos fuegos artificiales como no volví a ver jamás. También recuerdo que todas las semanas había competencias ciclísticas y cada domingo un partido de fútbol del Varela Junior.
-¿Una anécdota entre tantas?
-En 1943 siendo intendente el Dr. Pedro Pelento o Evaristo Rodriguez (no lo recuerdo bien porque se turnaban) en un acto patriótico, un tanto insólitamente se derrumbó el Palco oficial (se ríe).
-Francisco, ¿quién es su personaje inolvidable?
-Adolfo Sauze. Cristiano auténtico, de refinado criterio artístico . Con él hice «Teatro Cristiano» que formamos con varios muchachos, entre ellos Luis Di Cecco y Mario Borsani. ¿Otros? El Reverendo Padre Durán, que fuera Párroco de San Juan Bautista cuando tomé la primera comunión y el Sr. Antonio Guarasci -después doctor- , fanático del orden quien todo lo hacía con mucha propiedad.
-Si debiera señalar a alguien como exponente genuino de Florencio Varela, ¿ a quién elegiría?
-Quizás al Dr. Salvador Sallarés. Un hombre fuera de serie, contraído a su profesión estilo «médico de antes». Serio, casi solemne y desinteresado.
-¿Y a nivel intendentes?
-A Don Julián Baigorri, hombre de trabajo que sin ser un caudillo, demostró iniciativa y honestidad. También Don Luis Calegari, aunque no lo seguí mucho.
-¿Tiene presente cuando apareció Mi Ciudad?
-Si. Fue en la época que estaba el Ateneo de la Juventud. Tengo algunos números guardados por varias notas importantes.
-¿Qué nos dice para la juventud?
-Que a mi me gusta con locura porque a pesar de parecer a veces insolentes, poseen una sinceridad y un coraje que nosotros no tuvimos. La juventud tiene por ello un valor extraordinario. Pero algunos chicos, tendrían que despojarse –como muchas veces llegué a comprobarlo- de algunos insólitos complejos como el de no querer ser abanderados por miedo a ser señalados como «chupamedias». Hubo casos en que los mejores no estudiaban o caían en falta para evitar esa distinción. Lo refiero con el ánimo de que, quienes así piensan, reviertan tal actitud y sean lo que deben ser, los primeros.
-¿Qué sería lo primero que haría si fuese Intendente?
-Ordenar. Y de una manera tal que eso pudiera continuarse con sentido perfectible. El gran problema del país es la falta de continuidad. No es posible que un Gobierno destruya lo que hizo el otro. Entonces estamos siempre comenzando. Un ejemplo lo da a nivel local lo ocurrido con las estatuas de Eva Perón. Uno la puso, el otro la sacó, otro la volvió a poner. ¿Adónde podemos llegar si nos molesta un busto? . Esto demuestra una tremenda pobreza de intelecto, de «sentido histórico». En Francia tienen a Napoleón en la plaza pese a que además de gloria, les trajo atraso. Pero acá se discute a Rosas, y aclaro que no soy rosista, y sus restos un pueden descansar en este, su país. Y Florencio Varela necesita organización, industrias. Dejar de lado la burocracia, aprovechar la heterogeneidad de su población que tiene japoneses, italianos, portugueses, paraguayos, bolivianos, etc. Varela puede y debe llegar a mucho. Yo tengo fe. Ahora aquí y en todos lados parece que la gente quiere conversar. Y que un grande o un chico lo hagan es un buen indicio. Antes a los chicos no se les dejaba lugar para discutir nada.
(Revista de las Tres Décadas de Mi Ciudad, 1983)