Por Ramón César Suárez
Al haberse cumplido recientemente un nuevo aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges, recordamos hoy una nota de nuestro Fundador, Ramón César Suárez, en la que describe un viaje de Buenos Aires hasta Adrogué junto al inolvidable autor, que nos hizo el gran honor de escribir tres veces en el suplemento cultural de Mi Ciudad.
La relación de Mi Ciudad –y de Suárez- con Borges nació en la amistad que el escritor tenía con el profesor Roy Bartholomew, quien estaba a cargo del suplemento cultural de nuestro diario así como su similar de Tribuna, de Almirante Brown, medio que también dirigía el fundador de Mi Ciudad. Bartholomew, colaborador de La Nación y otros diarios, fue una figura relevante de las letras argentinas, y fue coautor con Borges de varios escritos.
Esta es la nota, que constituye una de las grandes páginas de nuestra historia:
Junto al escritor Prof. Roy Bartholomew me dirijo a la metrópoli en pos de quien si aún no alcanzó el Premio Nobel de Literatura, es simplemente porque su verbo acorde a sus independientes sentimientos, no es motivo de trueque alguno.
En la calle Maipú, a metros de Charcas, detuvimos el vehículo a mano derecha del tránsito pero un un lugar vedado para todos, menos para Jorge Luis Borges y quienes van en su busca o lo retornan al departamento donde maúlla su hermoso gato que obviamente no es de porcelana, pero brilla como si lo fuera.
Despaciosamente Roy viene con el Maestro del brazo. Su semblanza de gentleman es indiscutible. Si no fuera Borges, igual- como está ocurriendo en estos momentos- se detendrían los circunstanciales transeúntes . Su silencio es toda una reverencia, cuando no se quiebra esta actitud con un apretón de manos o un adiós emocionado que Jorge Luis agradece sonriendo, guiándose por la voz y apretando el ya histórico bastón.
Decide ubicarse al lado junto al volante. Frente al camino parece querer inquirirlo todo, nada menos que él, que tiene todas las respuestas.
Iniciamos la marcha en forma rauda. No le molesta la velocidad, dialoga con Bartholomew que le va leyendo el trabajo premiado de José Vicente Nuñez titulado “Kappa”. Aunque pareciera imposible, tiene todos los sentidos, pues la falta de visual no es óbice para que presienta peligro, antes de que mi pie se apoye por primera vez en el freno.
Un coche más se nos pone a la par, pero en vez de escapar como otros en plena Avenida 9 de Julio, aminora su andar y observo que dos jóvenes que identificaron a Borges, saludan y envían con claro gesto, besos. Le transmito lo que ocurre, obligando una pausa de Roy en la lectura. El episodio se repetirá una y otra vez. Distintas caras y un mismo sentimiento de admiración y orgullo.
Cuando cruzamos el Riachuelo, alerto a Borges del pasaje. Le llama la atención y agrega uno de sus jugosos bocados del ayer.
Nos narra entre otras cosas: “Cuando mi padre fue por última vez al Hotel Las Delicias de Adrogué en 1938- murió en ese año Lugones, agrega- el viaje en automóvil le costó 10 pesos, desde la quinta que ocupábamos entonces en Pueyrredón y Corrientes, incluído un peso de propina por la espera”.
Ya estamos en la Avenida Hipólito Yrigoyen. La corriente de vehículos en inmensa, el apuro el signo de todos, bueno, excepto los que ubican al gran escritor que continúan manifestándose favorablemente.
Son cerca de las 17.15 y en el área de Lomas de Zamora, varios alumnos de ambos sexos, detenido el tránsito por el semáforo en rojo, se olvidan de cruzar pero no de vivar a Borges como un auténtico ídolo.
En verdad, si no lo veo no lo creo, como decía Santo Tomás.
Reanudamos nuestra marcha. Borges va seguro. Bartholomew no hace comentarios sobre mi manera de conducir. Luego tendré presente al retornar a Buenos Aires, con esa riqueza material y espirtual que es Borges, el porqué de su silencio. Roy no viajó…
Le informo a Jorge Luis –no le gusta que lo llamen Señor- que estamos a la altura de Turdera, la zona de los cuchilleros que ganaron la eternidad con su pluma. Me refiero a los Ibarra…Nuestro ilustre acompañante suma otra información. No hace mucho estuvo con uno de sus descendientes. También nos comenta de su última estada en Coronel Suárez, de quien es descendiente. Vinieron a caballo desde Lima junto a Necochea, Pedernera, Olavarría. Borges todo es historia y sencillez. Tiene la riqueza que nadie adquiere, porque no hay dinero para ello. Suma conceptos de esa heroica travesía, trajeron el agua en bolsones de cuero. ¿Y los caminos? ¿Existirían?.
Estamos en Adrogué, cruzamos las vías del F.C. Gral Roca. Amenedo, arbolada y renovada, pero con la fragancia de otrora, merced a la presencia de algunas casas que conservan las plantas del Adrogué romántico. Tomamos por la Avenida Espora y Roy Bartholomew le habla de los señoriales árboles que aún se imponen al deseo de algunos hombres de hacerlos leña y que conforman un túnel verde.
Son aquellos que sobrevivieron al insólito tornado del 29 de setiembre de 1976 y que aún en lo alto se dan la mano, uniendo anteveredas y anocheciendo en plena tarde. Nos detenemos en la casa de Roy. Allí el Maestro hace un alto. Bebe agua. No es por cierto el líquido que antaño embriagara de frescura especialmente a los porteños que se llegaban a este oasis, donde los eucaliptus suplantaban a las palmeras.
Llega la hora rápidamente. Hay que dirigirse hacia donde Jorge Luis Borges le entregará en inolvidable jornada, el premio a José Vicente Nuñez y donde habrá de disertar. Allí todo es espera y entre los que están a la expectativa se encuentra nuestro colega y vecino Luis Alberto Di Cecco.
Cabe acotar que antes de partir de la casa de Bartholomew le prometo citarle a Borges donde está ubicada “La Rosalía”, la inolvidable casa que habitara con los suyos en la calle Macías y cuya hermana dibujara hace algunos años para ilustrar su libro “Adrogué”.
Borges pregunta entonces: “¿Es bueno eso de recordar donde viví?”. Le contesto que si pensara lo contrario no se lo hubiera propuesto.
Rumbo a la Estación Adrogué, para tomar por Somellera, Nother y por último Pinedo, le informamos en el momento preciso que pasamos por donde estaba su casona. El levanta la cabeza apoyándose sobre el bastón y recuerda el Adrogue Tennis Club.
Las calles adoquinadas sin dudas le darán la sensación cabal de ese ayer que no olvida y vive en él. Nos cita entonces el pasaje Las Casuarinas. Allí de tarde había enamorados y de noche también algún asalto. Eran tiempos que Adrogué céntrico tenía muchas rejas, glicinas, eucaliptus y enredaderas de jazmines olorosos.
Vuelve el ayer. Tiene presente ahora a su madre. “Ella solía venir a Adrogué. Siempre al Hotel Las Delicias” y se internaba en su parque. En los últimos años de su vida me confesó: creía que iba a encontrar a mi padre. No me lo había dicho antes, pues temía preocuparme con esos pensamientos. Una tarde, cuando caía el sol, comprendió que ya no había lugar allí para el reencuentro”.
Estamos ya frente al lugar destinado a recibir a Borges. Son numerosas las personas que nos esperan. Le decimos a este antes de trasponer el umbral del cálido y señorial salón, digno marco para Jorge Luis, que estamos frente al mismo lugar que ocupaba el Hotel que mandara construir Esteban Adrogué. Antes de descender del auto le narramos lo que queda en el Pasaje, la estatua de Diana y el espíritu de un tiempo que no habrá tornado que renueve.
Comienza la ceremonia con un prólogo unánime y espontáneo, el aplauso a Borges. La palabra oral y escrita está de fiesta. Nuevamente en Adrogué uno de sus ciudadanos dilectos. Lo que prosigue ya fue motivo de la crónica imaginable.
El retorno fue singular. Borges, previa estada nuevamente en la casa del Profesor Roy Bartholomew, decide recorre el trayecto -15 cuadras-caminando… La decisión está tomada. Y comienza a hacer “camino al andar”. El grupo crece con la presencia de jóvenes que se suman y se sienten atraídos por la figura que Roy lleva del brazo.
Es una peregrinación silenciosa que despierta aún más calladas adhesiones, a medida que Adrogué céntrico descubre a Borges en carne y hueso, cuando sólo creía en una visión.
Tras la pausa referida reiniciamos el retorno a Buenos Aires. Junto a Borges ahora están Luis Di Cecco, Mabel Pagano y Yelma Baldi, estas figuras que lucieron en el certamen de poesías que organizáramos. La vuelta se hace más rápida aún. Claro que a esa hora el camino está libre y los semáforos saludan con su intermitencia amarilla a quien no los observa, pues no puede, aunque ve mucho más allá que otros que tienen intacto el poder visual pero atascada la mente.
Borges tararea tangos. Está muy contento. Cambia impresiones con todos y festeja los besos que le dedicaron jóvenes que se los negaban cuando él era joven. Cerciorado de nuestra presencia y solidaridad, sintiéndose libre, puede permitirse decir lo que otros callan y no porque no vean ni sientan.
En Lanús, Mabel Pagano desciende y besa al Maestro. “Hoy besé dos veces al verdadero Premio Nobel de Literatura”, exclama. Otro tanto dirá luego en Buenos Aires Yelma Baldi. Allí, otra vez en Charcas y Maipú estrechamos su mano. Lo acompaño hasta el sexto piso y lo dejo en la puerta de su departamento. Una voz le responde. El gato está oculto tal vez junto a los libros. Agradece Jorge Luis Borges la compañía. No se cansa de agradecer quien realmente debería ser el receptáculo de todo nuestro agradecimiento.
En tanto en Adrogué, el artista Alejandro Barletta, que tocó para Borges en casa de Roy Bartholomew en íntima reunión con su bandoneón universal, música de Bach y de su propia inspiración, confesó que encontró a Jorge Luis en Madrid, paseando por la calle y no tomó contacto con él, a quien personalmente desconocía, para no molestarlo.
Ramón César Suárez.
(Noviembre de 1981)