Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
La hipocresía kirchnerista no tiene límites. En pleno 24 de marzo, remarcando la necesidad de «hacer memoria» y agitando la bandera de los «derechos humanos», el Gobierno se retiró del Grupo de Lima en otra acción de apoyo a la Dictadura de Maduro, responsable de más de 2000 asesinatos de opositores solamente en el último año.
El lente selectivo de Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, entre otros, tampoco detecta los encarcelamientos irregulares, las torturas y la represión desplegados por el autoritario gobernador eterno de Formosa, el «compañero» Gildo Insfrán.
Hace rato que organizaciones como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo perdieron el prestigio que alguna vez tuvieron al enfrentarse a la dictadura, para transformarse en un apéndice más de un partido político y un gobierno del que obtuvieron y siguen recibiendo jugosos beneficios económicos.
Las únicas violaciones de los «derechos humanos» válidas parecen ser las atrocidades de la década del 70. Pero sólo las ejecutadas por los militares, ya que los guerrilleros asesinos ahora fueron reconvertidos en inocentes «jóvenes idealistas». Los avasallamientos a las libertades de la actualidad no se mencionan ni perturban al kirchnerismo, si son cometidos por sus aliados estratégicos, como el líder venezolano, o por integrantes de su espacio, como el mandamás formoseño.
Esta actitud también se extiende a la política sanitaria. Mientras se hace épica con los costosos y desorganizados vuelos de Aerolíneas Argentinas que traen las dosis de Sputnik V a cuentagotas desde Rusia, se sigue privilegiando con la vacunación a los militantes del partido gobernante. Desde el Indio Solari, ese gran anticapitalista que vive en Nueva York, la sede mundial del capitalismo, hasta la becaria de 18 años amiga de Ferraresi, el ministro que, cuando asumió como intendente de Avellaneda, usó a chicos de diez años para tomarle su juramento «por Perón, Néstor y Cristina». Todo ello, mientras todavía falta inocular al 40 por ciento del personal de Salud de la provincia de Buenos Aires y sólo se vacunó a la cuarta parte de los alojados en residencias geriátricas.
Prometieron 10 millones de vacunados para fines del año pasado, pero tuvieron que archivar las filminas que usaban para compararnos con los demás países del mundo y todavía no pudieron explicar por qué no compraron las vacunas de Pfizer. Dicen que «la Patria es el otro», pero sacaron ventaja para vacunarse antes de tiempo. Dan lecciones de moral, pero mantienen en sus cargos a los «vacunados VIP». Aseguran que los críticos y opositores «fomentan el odio», pero provocan permanentemente a los que no se subordinan a la facción gobernante. «¿Y vos de qué lado de la mecha te encontrás?», dijo el incalificable Ministro de Salud bonaerense Daniel Gollán, en franca burla a los familiares de los miles de muertos por COVID que ven indignados cómo el diputado Julio Pereyra y otros «cumpas» accedieron a la vacuna usurpando el lugar de un trabajador sanitario sin recibir sanción alguna por su inmoral -e ilegal-accionar.
Es lo de siempre. Por un lado, está el relato, y por el otro, la realidad. Tal vez, lo que deberían hacer el Presidente de la Nación y muchos de sus acólitos, es vacunarse contra la hipocresía. Aunque difícilmente les alcance con una sola dosis.