Por Luján Kunzi
Emanuel Rebecchi es un joven varelense, que tras mucho tiempo de preparación y sacrificio, se convirtió en el preparador físico de la Selección Argentina de fútbol para ciegos, «Los Murciélagos».
Emanuel Rebecchi es un joven varelense, que tras mucho tiempo de preparación y sacrificio, se convirtió en el preparador físico de la Selección Argentina de fútbol para ciegos, «Los Murciélagos». «Siempre seguí mi instinto, si bien me formé en una escuela técnica y mi familia quería que hiciera una carrera en ingeniería o arquitectura, opté por algo que de verdad me apasionara y eso era el deporte», comentó a Mi Ciudad.
Iniciando su formación universitaria, en la carrera de educación física en La Plata, comenzó a trabajar en un gimnasio de Solano. «Llegaba un punto que estaba completamente exhausto, me levantaba a las cuatro de la mañana, porque entraba a cursar a las ocho y mi jornada en la facultad estaba a hasta las dos de la tarde», comentó Emanuel y resaltó: «Después de cursar, debía viajar a Solano donde trabajaba hasta las 10 de la noche y a mi casa llegaba siempre pasada la medianoche y al día siguiente se repetía la misma rutina».
Ante esto, decidió mudarse a City Bell, teniendo que dejar atrás toda una vida en el distrito que lo vio crecer. Siguió con sus estudios y comenzó a trabajar en otro gimnasio en La Plata.
En ese momento el entrenador del equipo, Claudio Falco, contactó a Emanuel para que se uniera al cuerpo técnico.
Para Rebecchi, trabajar dentro del plantel es un sueño traído a la realidad. Y lo hace en el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), donde se desempeña como preparador físico. «En el lugar donde me tocó trabajar siempre di el 100 por ciento, ya fuera en el gimnasio de Solano o en La Colonia, siempre di lo mejor de mí, siempre hice mi trabajo como correspondía y creo que eso también hace que la vida te premie», destacó.
Parte de su trabajo es ser muy específico, principalmente al momento de realizar un ejercicio.
Comenzar a trabajar con personas no videntes significó un reto para Emanuel, puesto que cambió la normalidad a la que estaba acostumbrado. «Lo que tenía era miedo a lo desconocido, pero al conectarme con ellos, al comenzar a conocerlos, me di cuenta que no hay nada que temer», explicó y remarcó: «A la larga te das cuenta de que son personas completamente iguales a nosotros, solo que son no videntes, pero más allá de eso, ellos entienden lo mismo, razonan de igual manera que cualquiera de nosotros e incluso hay veces que se me olvida que son ciegos».
Cuando comenzó a trabajar en el plantel, Emanuel fue bien recibido por «Los Murciélagos», puesto que no tardaron en incluirlo en el grupo. En su primer día, Emanuel llevaba la ropa de los jugadores hasta la habitación del Cenard en la cual se alojaban, tocó la puerta e ingresó para darles el vestuario a los chicos. «Entré, pedí permiso y como no se veía nada encendí la luz, porque tenía que ver a quien le daba la ropa, les dije buenos días y todo, para colmo antes de irme les pregunté si les apagaba la luz, a lo que me dijeron que si».
Tras cerrar la puerta y hacer unos metros en el pasillo, comenzó a escuchar gritos provenientes del cuarto, puesto que los jugadores comenzaron a llamarlo. «Entré corriendo al cuarto y pregunté qué pasaba, me contestaron que querían que encendiera la luz, porque si no, no veían nada», detalló Rebecchi. Fue cuestión de segundos, hasta que el joven entrenador se dio cuenta de la broma.
«Me dijeron cómo me vas a prender o apagar la luz, si no vemos nada, para nosotros siempre está apagada. En ese momento casi me muero, no sabía dónde meterme y eso me sirvió mucho, porque rompió el hielo», detalló Emanuel entre risas.
Finalmente resaltó: «Si bien, estoy donde estoy por mi esfuerzo y sacrificio, uno jamás debe olvidarse de toda la gente que, en silencio, ayuda y coopera para que puedas cumplir tus sueños, como por ejemplo, la familia y su incondicional apoyo, la pareja que incentiva constantemente, los amigos que empujan para que no te caigas», y concluyó: «Es el sueño de uno, pero detrás hay un montón de personas que me acompañan y motivan. A ellos les agradezco y a los pibes del barrio les digo que jamás dejen de soñar y luchar por conseguir lo que desean, escuchen a su cabeza y a su corazón y vayan sin pensar a por ello.»