Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
La cadena de privilegios e inmoralidad del presidente de la Nación no se detiene. Luego de la fiestita en Olivos en plena cuarentena, Alberto Fernández logró otra concesión: la Justicia lo exoneró de culpa y cargo a cambio de un pago de 3 millones de pesos.
La cadena de privilegios e inmoralidad del presidente de la Nación no se detiene. Luego de la fiestita en Olivos en plena cuarentena, de la que en primer término le echó la culpa a su esposa, y que se conoció gracias a una periodista que consiguió la foto probatoria, Alberto Fernández logró otra concesión: la Justicia lo exoneró de culpa y cargo a cambio de un pago de 3 millones de pesos. Pero no todo quedó ahí: como el mandatario «no tenía» esa cantidad de dinero, obtuvo un crédito de un banco privado, que devolverá en cuotas. Sin embargo, Fernández había podido depositar sin inconveniente alguno ese mismo monto hace pocos meses, en concepto de tasa de justicia, cuando inició un juicio millonario a la ex ministra Patricia Bullrich. Cuando este hecho tomó estado público, su abogado, el indescriptible Dalbón, declaró que esa plata la había pagado él. Es curiosa la suerte que tiene el Presidente, al igual que muchos funcionarios. A todos ellos les regalan importantes sumas de dinero y les prestan lujosas residencias para vivir y valiosos automóviles para trasladarse. Tanta suerte que también le otorgaron sin ningún problema un crédito de 3 millones de pesos de un día para el otro. ¿Cuántos argentinos tendríamos ese privilegio?
Pero si Alberto fue capaz de violar con su festejo el decreto que él mismo estableció, impidiendo a los argentinos despedirse de sus seres queridos, fundiendo miles de Pymes y encerrándonos con su tonito amenazante, verlo el último 25 de Mayo tocando la guitarra y desafinando lastimosamente en el escenario del club Nahuel de Florencio Varela demostró su total disociación con la realidad. Elegir para su nueva celebración una ciudad donde más del 60 por ciento de la gente carece de los servicios esenciales y cientos de personas tienen que concurrir a comedores populares para poder vivir, y sentarse al lado del gran responsable de este atraso, el diputado nacional Julio Pereyra, que además es uno de los «vacunados VIP» que figurando desvergonzadamente como «personal de salud» se aplicaron las vacunas contra el COVID antes que nuestros ancianos y las personas vulnerables, demuestra su total falta de escrúpulos.
Armar una festichola militante para más de 1200 «compañeros» en una ciudad que hacía horas se había conmovido por el brutal asalto a una chica de 13 años, a la que le dieron cinco cuchilladas para robarle un celular sin que él ni los inoperantes ministros de seguridad de Nación y Provincia dijeran algo al respecto, es una demostración cabal de su carencia de empatía.
Fernández, como gran parte de nuestra dirigencia política, vive en una nube de irrealidad, donde lo único que importa es aferrarse al poder y disputar los espacios para no perder nunca los privilegios que aquel implica.
Mientras el país sufre por la corrupción, la inseguridad y la inflación, y la pobreza alcanza niveles escandalosos, Fernández –y su vice Cristina- desnudan su incapacidad y se dedican a su lucha interna, mandándose mensajitos cifrados a través de sus medios amigos o las redes sociales. Lejos, muy lejos, quedó el Pueblo, que, esta vez, a diferencia de aquel histórico y fundacional 25 de Mayo, sabe muy bien de qué se trata.