Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Unos minutos antes de la hora acordada para la entrevista, Rubén Irriguible, o «Rubén Aragón, el Caballero del Tango» entra a la Redacción de Mi Ciudad y lo primero que nos cuenta es que nació en Barracas, el 7 de mayo de 1944.
Unos minutos antes de la hora acordada para la entrevista, Rubén Irriguible, o «Rubén Aragón, el Caballero del Tango» entra a la Redacción de Mi Ciudad y lo primero que nos cuenta es que nació en Barracas, el 7 de mayo de 1944. Y no se priva de ponerle música y letra a ese detalle: «Barrio de tango, luna y misterio, calles lejanas, ¡cómo estarán!... Viejos amigos que hoy ni recuerdo, ¡qué se habrán hecho, dónde andarán!».
Muchos lo conocen porque lo vieron cantando en la Casa de la Cultura, o en las «Noches de Tango» que Tito Rodríguez organizaba en el Bingo Varela, o, más lejos en el tiempo, en su época de gloria, cuando integró algunas de esas orquestas de música tropical que hacían giras por todo el país, en escenarios tradicionales e históricos, como el viejo Teatro Roma de Avellaneda, u otros sitios emblemáticos, pero también, como nos lo remarca, «por algunos piringundines», cuando los contrataban para animar las noches de «bailongo».
En su niñez, vivía en Gualeguay 1047, entre Hernandarias e Irala. «Me acuerdo que cuando era pibe, andaba en bicicleta y jugaba en casa, porque para jugar a la pelota era un tronco… El barrio era muy lindo, a mí me gustaba. Y estaba cerca de la fábrica Canale… Ahí iba yo a buscar los bizcochos, y me decían «¿los querés? Si están todos rotos…» ¿Y a mí qué me importaba?... Si eran buenos igual», nos cuenta.
«Al lado de casa estaba Soda Negri, donde trabajaba un viejo que era el dueño del lugar en que vivíamos y que mi papá alquilaba. En la esquina había un vecino que siempre andaba silbando, con una canasta y se llamaba Tino Otero… El decía que yo me acordaba de todo. Siempre tuve mucha memoria», agrega.
-¿De qué trabajaban sus padres?
-Papá trabajaba en una fábrica de acero. Mamá era ama de casa… Tenía una Volcán grandota y ahí hacía de todo. Ella y mi papá siempre jugaban a la lotería. Papá me dijo que se iba a morir un día 9… Y se murió un día 9. El tocaba el piano de oído y también la armónica. Había llegado de España y era aragonés. También tuvo una pizzería en Berazategui.
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-¿Qué más nos puede contar de cuando era chico?
-Íbamos mucho a Burzaco, a lo de una tía, hermana de papá. Eran siete mujeres y mi papá el único varón. El abuelo Valentín, que también era de Aragón, vivía con nosotros, y usaba una boina. Todavía la tengo de recuerdo. Una vez me llevaron a Chaco, me subí a un caballo y dije: «no arranca, me dieron un caballo que no camina»… Pero después se subió mi papá y empezó a caminar.
Su primer trabajo fue en la Casa García Bruion, en Moreno 888 de Buenos Aires, una empresa de propaganda a la cual lo ayudó a entrar su padre, y también fue empleado, por varios años, en General Electric. Aunque por sus venas siempre corrió la música.
En la década del 50 Rubén y su familia se radicaron en Florencio Varela, convocados por un tío, Nicanor Agustín Luengo, que hacía herrería y manejaba un «bergantín», como se le llamaba a los autos de lujo de aquellos años. Ese tío convenció a su padre para que comprara una casa en España y Contreras, muy cerca de la Panadería San Juan.
Del Varela del ayer, Rubén rescata a algunos personajes. Entre ellos, Josecito el zapatero, que tenía un local en la avenida Juan Vázquez. «Le hice una canción: Aquí me pongo a cantar de un viejito aventurero, era un viejo remendón, Josecito el zapatero, arregla bien los zapatos, te coloca las chapitas, y cuando te descuidás, no te deja cinco guitas…», canta.
Lo de componer temas era, según parece, moneda corriente en sus años mozos. Al hablarnos sobre una tienda local ya desaparecida, «Benito lo viste», que estaba en la céntrica esquina de Mitre y Monteagudo, Rubén también se pone a cantar un «jingle» que escribió para ese comercio, esta vez en conjunto con el inolvidable autor de «Voy a pintar las paredes con tu nombre», Joe Borsani: «Be-Be-Benito, lo-lo-lo viste… «
A Joe, quien terminó sus días trágicamente en España, lo unió una gran amistad. Había sido su compañero en el viejo «Comercial», escuela de la que rescata un sobrenombre casi desconocido para el luego fundador de Instituto Santa Lucía, Tino Rodríguez, a quien en ese colegio se lo conocía como «Musculito». Y con Joe también compartió valiosos momentos artísticos, como una presentación en el programa «Escala Musical», que en la década del 60 conducían Cristina Berys y Jorge Beillard en el antiguo Canal 13. Un ciclo que iba los domingos a la tarde, por el que desfilaron figuras como Sandro, Lito Nebbia y Leo Dan. En aquel show, acompañando a Rubén y a Joe, estuvo Alicia Di Módica.
Su carrera incluye su participación en varias orquestas de música tropical, como la Jazz Sao Paulo, Los Bahianos, Las Vegas, Verde Mar y otras. «Una vez fuimos a Entre Ríos y como en esa época no había puente tuvimos que quedarnos a dormir adentro de los coches», recuerda entre risas.
Su palmarés tiene otro galardón: el haber cantado en la reconocida orquesta de Angel Torrandell.
Luego de la charla, nuestro entrevistado nos deja como obsequio un CD titulado «El Bulín de Barracas», en el que canta -y muy bien- tangos como «Cafetín de Buenos Aires», «Caminito», «Malena» -nombre que le puso a su gata- y otros.
Hoy afincado en el barrio de Zeballos, Rubén está jubilado, y antes de retirarse, nos comenta una anécdota de su infancia que pareció marcarle un camino dentro del mudo del canto.
-Una vez íbamos caminando por Barracas con mi papá y me mostró un auto que estaba estacionado ahí, cerquita de casa, y me dijo ¿sabés de quién era ese auto? Yo le dije, no, no sé… y me contestó: «De Carlos Gardel».