Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Pasó otro 24 de marzo y con él, la acostumbrada manipulación de la fecha, aniversario del último golpe de Estado, por parte del kirchnerismo y sus aliados. Nuevamente, la historia se cuenta cambiada y la memoria se hace selectiva.
Pasó otro 24 de marzo y con él, la acostumbrada manipulación de la fecha, aniversario del último golpe de Estado, por parte del kirchnerismo y sus aliados. Nuevamente, la historia se cuenta cambiada y la memoria se hace selectiva. No se habla de los crímenes de la guerrilla ni del decreto que el gobierno peronista firmó ordenando a los militares «aniquilar a la subversión». Ni de la Triple A y la violencia que regía en las calles en la época de Isabel Perón. Mucho menos de que fue Alfonsín el que decidió enjuiciar a los militares, cuando el peronismo propiciaba su amnistía. Ni de que ni Néstor ni Cristina hicieron o participaron en acto alguno por el 24 de marzo en los años que manejaron la provincia de Santa Cruz.
Sin la menor vergüenza, la facción gobernante utilizó la jornada para pedir por Cristina Presidenta -paradójicamente lo era en ese momento, por el viaje de Alberto Fernández al exterior- y repetir sus consignas antidemocráticas contra la justicia y el periodismo. Y lo hizo blandiendo las ahora deshilachadas banderas de los Derechos Humanos al mismo tiempo que se abrazaba con los dictadores y corruptos más notables de América. También, mintiendo insistentemente con la supuesta «proscripción» de la vicepresidenta, responsable principal del nefasto Gobierno que estamos padeciendo, pero clamando por su postulación. Habrá que repetirlo una y mil veces: Cristina no está proscripta. Está condenada por corrupción. Pero como su condena no está firme, ni lo estará por un largo tiempo, puede presentarse como candidata al cargo que se le ocurra este año. El problema es que en todos los escenarios posibles y sea quien fuere el opositor que la enfrentara en una hipotética segunda vuelta, Cristina perdería. Su imagen negativa supera el 60 por ciento. Se terminaron sus años de esplendor y el peronismo, especialista en «renovarse» suele dejar a un lado a los perdedores en casos como estos.
Para colmo, al bajarse Macri de la futura contienda, el oficialismo perdió el único Norte que lo mantenía unido. Después de tres años de culpar a la anterior administración por su propia incapacidad, el Gobierno intenta llegar a las Elecciones sumando parches, metiéndoles la mano en los bolsillos a los jubilados o rascando la olla de la caja que sea, y hasta admitiendo temerariamente, como lo reconoció el Ministro Ferraresi, que estuvieron «a un día de irse en helicóptero». Todo ello en medio de una lucha de vanidades en la que algunos simulan ser sus propios opositores, pero no sueltan los cargos –y los fondos- de los que disponen en el Gobierno.
Con una inflación descontrolada, una inseguridad creciente que va más allá de la anarquía que rige en Rosario y en gran parte del Conurbano, donde el Narco se hace cada día más fuerte, y una total indiferencia por los verdaderos problemas de la gente, el kirchnerismo transita los últimos meses en el poder embarrado en su fracaso pero sin perder su sesgo autoritario, hablando de «depurar» a los medios, cuando lo que está necesitando el país es una verdadera depuración, y a fondo, de la inmoral, corrupta e inservible clase política que nos viene desgobernando desde hace tiempo.