Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
«A mí me encantan las tormentas, pero claro, yo estoy acá con techito, y ustedes no». La frase, pronunciada por Cristina Kirchner en el reciente acto en la Plaza de Mayo, es toda una síntesis...
«A mí me encantan las tormentas, pero claro, yo estoy acá con techito, y ustedes no». La frase, pronunciada por Cristina Kirchner en el reciente acto en la Plaza de Mayo, es toda una síntesis de su relación –y la de gran parte de los políticos argentinos- con la gente. Unos, privilegiados, y los otros, carecientes de casi todo. Una, jubilada de lujo, que cobra nueve millones de pesos por mes. Los de abajo, que no podrían juntar esa cifra ni en diez años.
En un nuevo show destinado a su feligresía, disciplinadamente trasladada a través de colectivos desde varios puntos del Conurbano, la condenada vicepresidenta dedicó su discurso a disparar contra los enemigos de siempre: la Corte Suprema, los medios y la oposición. Una vez más, mintiendo respecto a su supuesta «proscripción» –nada le impide ser candidata, salvo la certeza de que no podría ganar jamás una segunda vuelta- y cuestionando elípticamente al Gobierno como si fuera una comentarista política, y no una parte importante –la más importante, la fundacional, la dueña de los votos- del mismo.
Otra vez, Cristina y el kirchnerismo se apropiaron de una fecha patria. Como se apropiaron de bandera de los Derechos Humanos, que ignoraron durante sus años de poder santacruceños. El 25 de Mayo, fecha fundacional de nuestra historia, que antes era celebrado con desfiles y fervor, ni siquiera fue mencionado en el acto que recordó los 20 años de la llegada al poder de este codicioso matrimonio.
Lejos de eso, la única oradora desplegó su acostumbrado egocentrismo e histrionismo, buscando disfrazar de renunciamiento histórico a un escape por conveniencia, pero dejando en claro que sigue siendo la dueña del poder dentro de su partido, y que será la última voz a la hora de decidir si tendrán un candidato único o irán a las PASO.
Sólo pocas horas antes, el presidente Fernández, a quien ella colocó a dedo en ese lugar, escuchó en el tradicional Tedeum de la Catedral y sin inmutarse al Arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, recordándole que en la Argentina seis de cada diez niños, niñas y adolescentes son pobres, y que ese porcentaje alcanza a 8.200.000 menores de edad, 4.200.000 de los cuales padecen carencias alimenticias. «Entre los niños, niñas y adolescentes pobres, dos de cada 10 sufren privaciones graves. Si pensamos que en esa franja etárea aproximadamente son 11.556.000 alumnos del nivel inicial, primario y secundario en la escuela pública, estatal y privada, la educación, –uno de los derechos fundamentales de la infancia, y a mi entender, piedra basal de la democracia–, enfrenta graves desafíos», agregó el representante del Papa. La cruel realidad, frente al relato.
El dato obviamente no fue mencionado por Cristina en su largo monólogo, como tampoco lo fueron la inflación o la inseguridad que atormentan a millones de argentinos y de las que su gobierno es responsable. Ella se mantuvo, como siempre, en su propio mundo, con sus preocupaciones judiciales, jugando a la lideresa perseguida, rodeada por miles que estaban y seguirán estando a la intemperie, presos de un multitudinario Síndrome de Estocolmo, abandonados por esos políticos que los usan para acumular poder y riquezas materiales mientras los miran desde arriba, y desde «abajo del techito».