Por Federico Quinteiros
Dejábamos las boletas con las jugadas debajo de la virgencita y decíamos: “Ayudame virgencita que no me gusta el trabajo”.
Dejábamos las boletas con las jugadas debajo de la virgencita y decíamos: “Ayudame virgencita que no me gusta el trabajo”. Y esos papelitos de colores quedaban ahí y hasta a veces nos olvidábamos de controlarlos. Herencia de mi abuelo y de mis tíos el sueño eterno de ganar el Quini 6 y ser “el salvador” de toda la familia. Sin saberlo me convertí en jugador y todos los sábados agarraba mi bicicleta e iba a apostar a distintas quinielas. Después pasó un tiempo y dejé de jugar. Había escasas, nulas probabilidades de ganar. Hasta que el otro día entré en la librería y compré El jugador de Dostoievski. Y subrayé una frase que me llamó la atención: —¡No importa! Quien teme al lobo no va al bosque. Bien, ¿hemos perdido? ¡Pues vuelve a jugar! Me recordó a mi mamá cuando en una cancha me gritó desaforada: despertáte y corré pelotudo!
El destino suele hacer cosas curiosas, da giros, a veces inexplicables. Una hormiga se levanta todos los días a las cinco de la mañana y viaja toda apretada en el subte. Incluso siendo una hormiga tan menudita, le cuesta ingresar sus patitas adentro de la formación. Su cabeza se encuentra con manos de todos colores y caras cansadas de otras hormiguitas que viajan como ella a algún lugar. Las hormigas van mirando su aparato en el que juegan un jueguito con pelotitas de colores. El tren despega. Llega a su estación final. La hormiguita sale a la calle y un pájaro se la come. Es un pájaro, es un avión…no, es el hombre pájaro. Se sacó el destino de encima.
Llega la tarde, una tarde fría y estamos con mis amigos Darío y Yamila en un Mc Donalds conversando sobre lo que fueron las elecciones que nadie vio venir de tan obvias que resultaron. Cambiamos de tema y nos ponemos a conversar sobre nuestras cosas literarias. Darío es un poeta concreto y Yamila es una novelista descomunal. Ambos están terminando como yo sus carreras universitarias y está latente el vértigo que implica independizarse de la familia para pasar a hacer vaya a saber qué cosas nuevas. Se cierra la noche, nos despedimos. Es una noche fría y bajo al subte. Había escrito sobre él en el verano y a veces siento que cuando escribo sobre las personas que quiero estas aparecen tarde o temprano. Y me encuentro nada más ni nada menos que con Luis Miguel. Y justo coincide con la llegada del cantante en su tour por Argentina. Pero con Luismi no hablamos de dobles ni nada de eso sino de su carrera universitaria, de su desparpajo -es lunes y viene de tomar unas cervezas con sus compañeros del hospital Clínicas-, del profe Gabi, de Margarita, de su tía Isabel y como está hoy su librería Grafitti. Y así nos vamos en el tren. Entrando en la ciudad nos sinceramos sobre quién votamos en las elecciones y me hace un chiste que todavía sigo sin entender.
Y el chiste dice así: era el dueño de una casa de sepelios que todas las mañanas luego de fumar en su oficina, salía a tomar aire fresco y decía al aire mientras el mundo giraba: yo no le deseo la muerte a nadie pero que no me falte el trabajo.