Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
El Doctor Néstor Genovese estuvo al frente de un prestigioso laboratorio en nuestra ciudad durante más de 40 años. Nació el 4 de septiembre de 1937, en Quilmes. Hizo la primaria en el Normal y la secundaria, en el Nacional, ambos de esa ciudad.
El Doctor Néstor Genovese estuvo al frente de un prestigioso laboratorio en nuestra ciudad durante más de 40 años. Nació el 4 de septiembre de 1937, en Quilmes. Hizo la primaria en el Normal y la secundaria, en el Nacional, ambos de esa ciudad. Está casado en segundas nupcias con Graciela Devincenzi, hija de la recordada maestra –y preceptora del Instituto Santa Lucía- Zulema Devincenzi, a quien recuerda muy afectuosamente. Tiene tres hijos, Valeria, Marco y Alejandra, y cuatro nietos. De uno de ellos, Matteo, cuenta una anécdota: «él sabe muy bien inglés, y le dijo a la maestra que quería aprender italiano. ¿Por qué querés aprender italiano? Le preguntó ella, y le contestó: Porque es el idioma de mis ancestros».
Famoso por su profesionalismo y exigencia, reconoce: «Yo era jodido… Muy rígido. Y no tenía buen carácter. Entraba y los empleados temblaban, pero no me daba cuenta. Lo que pasa es que fui criado para obedecer, no para hacer lo que uno quisiera o tener una actitud creativa, y eso es lo que de alguna manera transmitía como jefe… Ahora cambié mucho».
Hoy vive en el barrio de Palermo, de la ciudad de Buenos Aires, y a sus 86 años sigue trabajando en una farmacia de Balvanera. Con él, dialogó Mi Ciudad.
-¿A qué se dedicaban sus padres?
-Mi padre tenía un frigorífico. Y mi madre era ama de casa. Se dedicaba a las compras, cocinar, limpiar. Y era un privilegio porque teníamos auto, teléfono y mucama. Mi padre nunca me dejó meter en el negocio. Siempre me dijo: «vos tenés que estudiar». En esa época el hijo de un inmigrante tenía que ser doctor. Mi abuelo, que era tapicero, era italiano. Yo tengo la ciudadanía italiana. La cittadinanza. Mi padre era una persona muy seria. Era el hijo primogénito de varios hermanos y hermanas. Y en esa época el primogénito tenía ciertos poderes. Por ejemplo, si una hermana se iba a casar, él le tenía que dar la aprobación para que se casara. Era una persona con mucho talento, muy inteligente y fue progresando mucho en la vida. Trabajó en el frigorífico La Negra, que desapareció. Tuvo un frigorífico que se llamó Calchaquí. Y se murió relativamente joven, a los 68 años.
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-De profesor en un colegio secundario, frente a la plaza de Quilmes, cuando me recibí de farmacéutico.
-¿Dónde estudió Farmacia?
-En la Universidad Nacional de La Plata. Porque en 1955 la de Buenos Aires no era facultad, era escuela de farmacia y bioquímica. Entonces los mejores profesores estaban en La Plata. Como yo estaba en Quilmes, podía viajar para un lado u otro. Y estudié en La Plata, pero con la idea de después perfeccionarme en Buenos Aires. Cuando vino la revolución, se creó la facultad de farmacia y bioquímica que funciona junto con las otras facultades, odontología, medicina, hospitales clínicas, en el mismo edificio. Y yo trabajé muchos años ahí como docente y en investigación.
Yo trabajaba medio día en Quilmes, después en Varela, pero a la tarde iba a la UBA.
-Vivió en Varela pero después se fue…
-Sí. Vivía en Tucumán y Lavalle. Hasta 1973. Yo había comprado un terreno frente a la casa de Zulema y de Amanda, un terreno grande para hacer una casa ahí. Porque yo le dije a mi señora, mirá, viene el peronismo, o sea que va a haber inflación. El peronismo es sinónimo de inflación. Vamos a tratar de comprar algo ahora. Y no había nada para comprar. Entonces dijimos, bueno, vamos a comprar en Buenos Aires, porque a ella le gustaba más y de todos modos yo tenía que viajar. Y así hicimos. Yo saqué un crédito con el Banco Ganadero a cinco años, que te digo una cosa, vino el Rodrigazo, vino la inflación, prevista por supuesto, y a las últimas cuotas las cancelé todas juntas.
-Después se recibió de Bioquímico en la UBA. ¿Y cuándo puso el laboratorio en Varela?
-En 1966, en Mitre y Monteagudo. Primer piso. Por escalera. Le alquilaba a Manolo Fernández. Buena persona. Yo trabajaba unas horas a la mañana en el laboratorio que tenía con el Doctor Margni, profesor de la facultad. Hacía extracciones de sangre y después me iba al laboratorio con las muestras. Y ahí conocí a una enfermera que se llamaba Elvira Kenar, que vivía con una hermana en la calle Mitre, entre España y Monteagudo.
-Claro, la hermana de Mary Kenar, la secretaria de los intendentes Hamilton y de Mingote…
-Sí. Y ella me dijo que en el Hospital Boccuzzi hacía falta un bioquímico por seis meses porque una doctora había pedido licencia. Y fui. Yo en ese tiempo ya tenía una farmacia en Quilmes. Los médicos, cuando me conocieron, me empezaron a mandar trabajo a Quilmes. Diéguez, de Contalex, fue uno de mis primeros pacientes. Y Antonio Bengochea. Y eran varios los médicos: Riu, Castellanos, Spagnol… Después, con Raquel Merovich, una amiga que había conocido cuando estudiaba, pusimos el laboratorio. La gente hacía cola en la escalera… A mí Varela me gustaba mucho. Yo de chico iba con mi padre porque él iba a entrenar los perros de caza. Allá había muchas perdices. Entonces les tiraba a los perros una pelota con olor a plumas de perdices y ellos las levantaban. Conocí aquel Varela, que tenía la entrada con los árboles, y me encantaba.
-El Laboratorio cambió de lugar más tarde ¿verdad?
-Sí, me mudé a Monteagudo 252, en 1970 o 1971. Porque ya el laboratorio quedaba chico. Entonces alquilé ahí a un tal Ramírez. Y más tarde construí el laboratorio en Mitre 64. Yo no entendía nada cuando iba. Porque veía que los números estaban al revés. Porque digo, en todas partes el impar va a la derecha y el par a la izquierda. Y acá, 64 a la derecha. Al revés. Si tenía que hacer un domicilio, siempre me equivocaba. Después lo cambiaron. Y bueno, en 1982, más o menos, inauguré el laboratorio ahí. Había una propiedad que era de un carnicero. Se tiró todo y se hizo un laboratorio. Y duró hasta que me fui, en 2008.
-¿Quiere recordar a algunos de sus empleados?
-La que más trabajó para mí fue Alicia González. Desde el principio. Tenía 15 años cuando entró. Y bueno, se fue como a los 30 y pico, 40... Y también trabajó Daniela Padial. Fue muy curioso lo que pasó con ella. Porque un día yo estaba adelante, y ella pasó, con un sombrero, entró y me dijo que estaba buscando trabajo. Y yo le pregunté ¿para qué querés trabajar? Y, para comprar shampoo, me respondió. Y entonces le dije, ¡qué divertido! Y le digo, bueno, vení que voy a ver cómo trabajás. Era una chica muy inteligente. Y enseguida aprendió todo. Después hubo un tal Ramón, pero no me acuerdo el apellido. Y muchas chicas. María del Carmen Almirón, también buena empleada. Y Maura Tonello. Y después trabajando conmigo estaba Julieta, mi sobrina, que venía a la tarde.
-¿Qué se acuerda del Varela de esa época?
-De las vivencias que tuve. Y de mucha gente que fue amiga, como el doctor Richard Szumski, el doctor Caiafa y su esposa.
-¿Y ahora cómo pasa sus días?
-En 2009 empecé a trabajar como farmacéutico, en el barrio de Balvanera. El colectivo me deja en media hora ahí.
-Haciendo un balance… ¿Quién fue su maestro?
-Yo pienso que fue el doctor Margni. Porque, imaginate, yo recién recibido y él profesor universitario era una combinación muy extraña. Él era director técnico del Instituto Biológico y pasaba por el laboratorio un rato. Pero el que tenía que trabajar era yo. Con un ayudante. Y después nos íbamos los dos con su Ford Falcon a la Facultad. Porque mi vida era: a la mañana laboratorio, a la tarde la Facultad. Y tuve una carrera en la Facultad. Estuve muchos años, fui empleado. Tuve mis hijos, después me separé. Y me casé con Graciela. Y dije bueno, o me dedico a la investigación y a la docencia que no me va a dar mucho o me dedico al laboratorio. Y me dediqué al laboratorio. Entonces dejé la Facultad.
-Volviendo a la infancia por un minuto. ¿Se acuerda a qué le gustaba jugar cuando era chiquito?
-Al tenis. Amaba el tenis. Mirá una cosa. Yo fui muy lector porque mi hermana estudiaba filosofía y tenía muchos libros. Y yo me leía todos los clásicos españoles, Calderón de la Barca, Quevedo, todo eso. Y cuando tenía trece años estaba leyendo un libro de José Ingenieros que se llama El Hombre Mediocre, y decía que el hombre mediocre no tiene ideales. Y entonces yo decía, «yo tengo ideales, jugar muy bien al tenis».
-¿Y en Varela con quién jugó al tenis?
-En el Club Varela jugábamos con Raúl Cirielli, Guillermo Dingevan, Mario Blanco, Chiche Baigorri, que era famoso porque te tiraba la pelota al cuerpo… Pero yo no era muy buen jugador. Aparte, después me di cuenta que tenía un gran problema. Que tengo talasemia tipo dos. Mis glóbulos rojos son más chiquitos y les llega menos oxígeno. Con esa enfermedad, nunca se puede ser muy buen deportista.
-¿Está contento con la vida?
-Sí. Lo que pasa es que uno no debería vivir tanto. Para eso tendrías que tener muy buena salud, que yo no tengo y mucha plata. Ahí sí se justificaría. Económicamente no tengo problemas, pero salud no tengo.
-Pero está en actividad todavía…
-Estoy en actividad, sí. Y me ocupo de muchas cosas. Sobre todo de pagar cosas. Todo por internet.
-¿Maneja internet también?
-Sí, por supuesto. Muy bien.