CRÓNICAS VARELENSES

Aki Kaurismäki en Varela



Edición Impresa » 03/01/2024

Fuimos con Shirley a la fiesta de fin de año con sus compañeros de natación. Digo fuimos, pero
en realidad yo fui de colado porque no hago natación desde que el Natatorio 2000 cerró sus
puertas, allá no tan lejos y hace tiempo. Recuerdo caminar por el barrio y conversar de libros
con Margarita que paraba en una ferretería todas las tardes y extrañaba estar en el agua.
Escritores como Marta Miranda, Fogwill y Viel Temperley escribieron sobre el tema. John
Cheever tiene un cuento maravilloso que se llama El nadador donde una tarde un tipo decide
volver a su casa nadando por las piletas de toda la ciudad hasta que llega a la pileta de una ex
amante. Quienes nadan tienen algo de personajes Gombrowiczianos, personajes un poco fuera
de sí mismos, llenos de juventud, inmadurez y mucho, mucho, pero mucho humor. Quienes
nadan tienen algo de soñar despiertos. De no ser tan convencionales, como dice el rebelde
Gonzalo García Pelayo: Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer. Suele decirse que en
las fiestas se perdió un poco de todo eso. Suele decirse que las fiestas se parecen, son siempre
las mismas. Las fiestas, las reuniones donde se juntan amigos y en vez conversar con vos están
mirando el celular. refugiándose en esas frías pantallas como si fuera que estuvieran rezando
con un rosario en la mano. En esta fiesta de natación, como no conocía a nadie, miraba de
lejos la conversación que Shirley sostenía con una pareja amiga llama Carla y Claudio. Como la
música estaba muy alta no podía escuchar nada. Así que imaginaba lo que decían hasta que se
sentó una pareja de viejito que me recordaron a mis abuelos. Acá el que nadaba era el viejo y
la viejita lo había venido a acompañar. En realidad -y acá me saco la careta- acompañamos a
nuestras parejas a las fiestas para comer. Nos confesamos con la vieja mutuamente y al
revelarnos eso nos reímos. El viejo nos animó antes de que empiece el banquete: coman como
si no hubiera mañana. Enseguida se apagaron las luces y se volvieron a prender para que
aparezca un chino trayendo la bandeja con toda la comida. Todo el mundo atacó. Yo de
entrada había elegido mal la bebida en el super y la soda que habíamos traído no sé por qué la
dejamos en la heladera y quedó muy abajo cuando la fui a buscar y decidí dejarla perdida ahí
en el fondo de las bebidas. En fin, comimos, se comió muy bien. El viejo que nos había
exhortado comió como si no hubiera mañana. Había que apagarle la luz para avisarle que
parara. Los parrilleros a lo lejos lo festejaban mientras hacían rancho aparte ingiriendo bebidas
que parecía mejores. Los profesores también comían juntos. Había un muchacho que parecía
estar en todos lados, un muchacho canoso de anteojos que se la pasaba haciendo morisquetas
y chistes. Terminamos de comer, el viejo seguía pellizcando lo poco que quedaba en la
bandeja, de la cual se había sentado cerca. Las luces se volvieron a apagar. Una sorpresa se
venía. La chica que había organizado y recaudado todo para que la fiesta se lleve a cabo, trajo
dos bolsas y se puso a hablar micrófono en mano. De una bolsa empezó a sacar nombres y de
otra bolsa las cosas que habían salido sorteadas. Cupones de compra en lugares que nadie
conocía, zapatillas todas rotosas, papelitos que decían: TE GANASTE MIL PESOS. Mil pesos por
acá, mil pesos por allá. A Shirley le tocó pintarse la cara y la pintaron como si fuera el Guasón.
Todo exagerado y delirante hasta que me tocó a mí. La pareja de Shirley. Y lo que me gané,
para mi sorpresa y para sorpresa de todos los presentes, fueron unos auriculares adentro de su
respectiva caja. Confieso que me emocioné con la cajita. El tipo canoso de anteojos me la dio
mientras hizo un paso de baile que traté de imitar malamente. La fiesta siguió con la sacada de
papelitos mas bizarra que nunca. El chino tuvo que bailar con uno de los profesores un
cuarteto. Y así hasta que corrieron la mesa larga a un costado y nos pusimos todos a bailar
como posesos. Caminamos por la calle desierta en el medio de la noche y llegamos a casa.
Desesperado, abrí la caja con los auriculares: no había auriculares. Me empecé a matar de risa
solo, porque había entendido el chiste. Tarde, pero lo había entendido. Se suele decir que ya

no hay fiestas, que la fiesta no está en ningún lado, pero yo no lo creo tan así. Siempre hay
lugar para cosas como estas, solo es cuestión de ponerse la máscara, plantarse y dar batalla.
Por eso, me veo en la obligación de confesar una situación que ocurrió algún tiempo atrás. En
el casamiento de mi prima Sandra le robé el vino a Roberto de Dina. Los vecinos de junto de la
casa de la abuela. Como nos tocó la misma mesa nos pusimos a conversar y Roberto me
espoliaba toda la fiesta. Recepción, plato frío, vals con los novios, plato caliente, baile, otro
plato caliente, baile otra vez, postre y carnaval carioca. De repente todo estaba armado y
Roberto ya me lo había contado. Cuando quedó sobre la mesa ese vino que nadie quería y
Roberto me dijo: me lo llevo. Y cuando se fue a bailar el carnaval carioca no no lo dudé. Al otro
día, como buen nieto, se lo di a mi abuelo y ese vino se lo tomó. Diría Omar Khayyam, o bien
Horacio Guaraní o todos mis tíos juntos: bebe vino y lograrás la vida eterna.


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