Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
El 10 de julio falleció en Neuquén, donde vivía desde hace años, el profesor Jorge Omar Siarretta.
El 10 de julio falleció en Neuquén, donde vivía desde hace años, el profesor Jorge Omar Siarretta. Docente «de los de antes», en Florencio Varela se desempeñó en la Escuela Nacional de Comercio y en el Instituto Santa Lucía, transformándose en amigo de varios alumnos con el transcurso del tiempo. La noticia de su muerte a los 95 años desató una enorme cantidad de comentarios en las redes sociales, la inmensa mayoría con sincero afecto y respeto. Tuvo un estilo singular -que reconoció con humildad en sus últimos tiempos- pero nadie puede dudar de sus valores, su hombría de bien y su capacidad. Los que lo tuvimos al frente de una clase y más tarde como compañero de interminables y valiosas charlas lo recordaremos como el mejor de nuestros «profes», mientras cientos de anécdotas nos lo hacen presente dibujándonos una sonrisa. A modo de homenaje reproducimos hoy este reportaje que le realizamos en marzo de 2012. ¡Hasta siempre, querido maestro y amigo!
Alejandro César Suárez.
«Acaba de cumplir 83 años de edad, en Neuquén, donde reside desde hace años. Fue y será por siempre un «profesor todoterreno», de esos que dejan huella, porque además de su materia –Educación Física- fue maestro de vida, inculcando valores, ayudando a formar hombres y mujeres íntegros, preocupándose de sus alumnos más allá de su cátedra. Fue también quien trajo el handball, el softball y la gimnasia acrobática a Florencio Varela. Y, para muchos, como el que firma esta nota, fue uno de los tipos más importantes que pasaron –e influyeron- sobre nuestras vidas. Se casó con su compañera de siempre, la inolvidable Idilia «Chichita» Villalba, con quien tuvo una hija, María Griselda. Tiene dos nietas, Munay y Camila, y dos bisnietos, Alma y Tiago, que viven con sus padres en Irlanda, y a los que visitó el año último. Además de su buen estado físico, conserva su buen humor. «Tengo poca memoria –nos dice- y la poca que tengo se me redujo un 30 por ciento más, por la emoción». Sin embargo, parece recordarlo todo. Por ejemplo, me habla de «Juventud», el único diario estudiantil de la historia del Instituto Santa Lucía que pasó las 50 ediciones y tres años de vida. «Era una expresión sana y democrática», dice. Famoso por sus métodos no convencionales pero muy efectivos de enseñanza, que el tiempo reveló como caminos que creaban indestructibles puentes con sus alumnos, Jorge Oscar Siarretta dialogó con Mi Ciudad en ocasión de ser homenajeado por los egresados de la promoción conocida como «El Malón», en una reunión realizada en el Santa Lucía, ese colegio al que tanto quiere y en el que dejó su impronta.
-Cuéntenos sobre su infancia y juventud…
-Nací en Capital, el 16 de marzo de 1929. Mi mamá era ama de casa y mi papá trabajador. No tuve hermanos. Cuando tenía cuatro meses de vida, toda la familia se trasladó a La Plata. La zona de Plaza España, en 7 y 66, es el lugar donde pasé mi vida hasta los 25 años… Cuando era joven, jugué al fútbol en Estudiantes. Mi puesto real era de «wing», puntero derecho, pero también lo hacía de «4» y de «8». Hice otros deportes, como pelota paleta, y hasta un poco de rugby. Y más tarde empecé a estudiar Educación Física.
-¿Cómo siguió su carrera?
-Hice el servicio militar y luego ingresé a la Dirección de Educación Física de la Provincia de Buenos Aires, donde trabajé hasta 1986, primero como profesor y luego como supervisor. Trabajé también en el Normal 3 de La Plata, en la Técnica de Wilde, en la de Bosques, y en el Santa Lucía. Fui profesor en Estudiantes de La Plata y Director de su Departamento de Educación Física.
-¿Iba a bailar cuando era joven?
-Sí, mucho. Empecé a los 14, con pantalón corto. Era chiquito y ya tenía pelos en las piernas. Iba a los bailes de Estudiantes y Gimnasia, o a los clubes Atenas o Libertad. Bailábamos con las orquestas típicas y de jazz, con Varela Varelita, Pugliese, Héctor Varela, D´Arienzo , Di Sarli y otros.
-¿Cómo conoció a su esposa?
-Yo tenía 16 años… Ella venía de Junín, y cada vez que aparecía en el barrio se armaba una revuelta. La «flaca» tenía muchos interesados atrás. Fue una lucha, nos querían separar… Hubo muchos obstáculos, y los padres no me querían. Pero después me los compré. A mi abuelo lo habían nombrado jefe de manzana durante un Censo, y justo era la manzana en la que estaba la casa de Chichita. Mi abuelo me dijo si quería hacerlo yo… y dije que sí. Fui y me metí en la casa. Sabían que yo le andaba arrastrando el ala a la hija, pero no me conocían y nunca habíamos conversado. Al padre lo convencí enseguida, y a las hermanas también. Con la madre no fue tan fácil, pero con el tiempo nos comprometimos y nos casamos.
-¿Cómo la recuerda?
-Tengo de ella el mejor de los recuerdos. Estuvimos once años de novios y 53 de casados. 64 años juntos. Tengo un recuerdo grande y hermoso. Sé que igualmente ella siempre va a estar. Una vez por semana voy al lugar donde arrojé sus cenizas a recordarla. Ahora me cuesta estar solo. Se me hace difícil. Estoy muy lejos de La Plata, de Florencio Varela, que fue mi segunda ciudad, del Santa Lucía, al que siempre voy a llevar en mi corazón.
-Hablando del Santa Lucía, ¿qué nos puede decir sobre su fundador, Tino Rodríguez?
-Fue una gran persona, con gran honestidad y principios. Con valores de los que hoy se carece. Un hombre que se volcó y dedicó gran parte de su vida al Santa Lucía, este colegio que es grande por su filosofía de creación y por su trascender hacia toda la comunidad, y al que tuve la suerte de venir gracias a él…
De pronto, el silencio. Por primera vez en la vida, veo a Siarretta llorar. La sensación es fuerte. El recuerdo de Tino lo quiebra, y la explicación no tarda en llegar:
-Yo me siento agredido en mi persona cuando veo que hay gente que está manchando su nombre… El colegio sufrió cosas malas por las ambiciones de algunos hombres… pero Tino dejó su vida acá. El ambicionaba armar una familia, pero los tiempos no se le dieron y volcó todo al Santa Lucía. Finalmente se casó de grande...
-Cuéntenos cómo llegó a nuestra ciudad.
-Vine en 1959, a hacer una suplencia a la Escuela de Comercio, porque Juan Carlos Alzogaray, el profesor al que habían convocado, compañero mío de La Plata, no había podido venir. Tuve como compañeros a Malena Dreyer, Alicia Villar, Chichita Castaldo, Carlos Bossi, Tino, y en el colegio también estaban Cacho Castaldo y Estela Negri. Yo tenía 18 horas en el colegio industrial de La Plata y vine acá solo por dos horas. Una vez hice una exhibición gimnástica, que era toda una novedad en F. Varela. Yo me había perfeccionado con un profesor austríaco y trabajamos con cajones, colchonetas y trampolines. Después, Tino me llamó cuando fundó el Santa Lucía.
-¿Cómo fueron las primeras clases ahí?
-Las hacíamos en el Club Villa Vatteone. La división tenía solo dos mujeres, así que la Educación Física era solo para varones. En el segundo año incorporé la Destreza para las chicas. Fue toda una novedad, y otros colegios hicieron lo mismo. Más tarde incorporamos el softbol, pero solo para mujeres, porque si los varones bateaban nos pasábamos buscando la pelota en lo del vecino. Lo que pasa es que teníamos muchos alumnos japoneses, acostumbrados al béisbol. Esas jugadoras después jugaron varios campeonatos. Eran Susana Castagna, Susana Girola, Ana Derluk… Vergara. Algunas integraron el equipo de La Plata que jugó el torneo argentino. Y también sumamos el Handball como actividad extra programática, que engrandeció deportivamente al Instituto.
-¿Qué jugadores de Handball recuerda como los mejores?
-Son muchos y no quiero olvidarme… Pero tengo que mencionar a los hermanos Besatto, a Daniel y Diego Guarasci, a Ernesto Lozano, que fue un gran arquero, y a Juan Omar Abrahan, entre muchos otros.
-¿A qué compañeros de trabajo puede destacar?
-A Elda G. de González, Liliana Langar, Elena Crocce, Pichina Fernández, Lidia Mateo, Omar Sánchez y su esposa Silvia, Viviana Oro, Chichita Castaldo, y María Matilde Rodríguez, todos ellos del Santa Lucía, y también a Juan Peloche, Ethel Kaiser, que fue campeona nacional de natación y jugadora de vóley y a Galván, un profesor de Educación Física que integró la troupe de Martín Karadagián.
-¿Quiénes fueron sus referentes?
-Entre mis profesores, destaco a Jorge Saravi Rivier, Daglio y Angel Gallardo, y a Sciutti, que fue inspector.
-El día del 50º aniversario del Santa Lucía fue la persona más buscada por todos los egresados. ¿Se da cuenta de que usted es un profesor muy especial?
-No me creo especial. Pero todos cuentan anécdotas mías y algunas me las inventan… Tenía algunas conductas que además de ser disciplinarias eran efectivas. Pero lo del día del aniversario me hizo sentir muy honrado. Con un profundo amor por el colegio, recibiendo la gratitud de alumnos, padres y compañeros. No sé si soy merecedor de todo esto.
-Cuéntenos algo, ¿por qué cuando algún alumno se hacía el vivo usted le decía «Pepe»?
-Bueno, cuando empieza la secundaria, llegan chicos de todas partes, de distintos niveles y costumbres, y algunos son más tímidos que otros… Para evitar que los otros les pasen por arriba, yo les decía «Pepe», que era una forma jocosa de evitar decirles otra palabra que también empezaba con P… Algunas cosas que yo hacía salían medio alocadas, pero siempre actué con nobleza. Jamás tuve la queja de un padre, y nunca amonesté a un alumno.
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Aunque no concurro mucho a la Iglesia, hablo mucho con Dios y soy muy creyente. No le pido cosas personales, sino salud, paz y que el mundo encuentre el diálogo y la comprensión. Este es un país que ha sufrido y está renaciendo de a poco. El mundo necesita nobleza, volver a los principios, y del cariño entre hermanos. Para que el mundo se corrija es fundamental el estudio, y retornar a la cultura del trabajo. Abrir fábricas, que el hombre recupere la cultura del trabajo de nuestros abuelos, esos inmigrantes que engrandecieron al país.