Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Como si los argentinos no tuviéramos bastantes problemas, siempre nos ingeniamos para crearnos algunos nuevos.
Como si los argentinos no tuviéramos bastantes problemas, siempre nos ingeniamos para crearnos algunos nuevos.
Todo empezó con la difusión -esa manía de estos tiempos de hacerlo todo público- de un video con el festejo íntimo de jugadores de la Selección Argentina al consagrarse campeones de América, entonando una canción lamentable, racista, xenófoba y homofóbica, como tantas que se cantan en las canchas y en el ambiente del fútbol, algo solo entendible por la euforia del momento. El Secretario de Deportes de la Nación salió a decir que Messi, como capitán del equipo, debería «pedir disculpas», el Presidente de la Nación lo echó, la Vice Presidente justificó el cantito diciendo que Francia era «un país colonialista», y la hermana del Presidente fue a la embajada francesa a decir que lo que dijo la Vice fue cosa de ella, y no la opinión del Gobierno. Un seinete digno de una mala telenovela centroamericana. Y una muestra más de cómo el fútbol tiene una gigantesca influencia en la política.
Todo esto aconteció en los mismos días en los que, desde el Gobierno, se insiste con el proyecto para habilitar a los clubes a transformarse en Sociedades Anónimas Deportivas, idea resistida por la AFA, varias de cuyas entidades afiliadas funcionan precisamente como SAD encubiertas, manejadas por empresarios, cuando no fundidas por dirigentes que no adoptan ningún compromiso patrimonial al malversar el dinero de los clubes que deberían administrar prolija y honestamente. Empresarios que eligen, compran y venden jugadores y directores técnicos a los que hacen rotar discrecionalmente entre los muchos planteles que controlan, y dirigentes ricos que manejan clubes pobres o que peor aún, los empobrecen, con «pases» y oscuros negociados , por los que no le rinden cuentas a nadie.
Son las hipocresías nuestras de cada día. Las de una Europa donde algunos levantan las banderas de la cancelación y se espantan por un cantito desafortunado, pero sostienen un sistema que expulsa a los refugiados que buscan un futuro mejor -o peor aún, los deja ahogarse en el mar- pero los idolatra si se nacionalizan y hacen goles para su nueva patria. Y las de este lado del Mundo, donde unos cuantos aseñorados que conocieron de grandes las mieles del buen vivir no quieren que se cambie en absoluto el «statu quo» que les ha permitido ascender socialmente y convertirse en potentados gracias al bendito, nacional y popular fútbol, aferrándose a privilegios a los que no renunciarán fácilmente.
No es sólo fútbol. Es política. Y son negocios.