Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Rebelión en el Instituto Santa Lucía.
El Obispado debió dar marcha atrás -por segunda vez en la historia- con respecto a la medida tomada contra el colegio.
La del pasado viernes 7 de septiembre, fue una jornada épica en la historia del Instituto Santa Lucía, que, en muchos aspectos, recordó a los inolvidables hechos de 1983, cuando más de 2000 personas se congregaron en el gimnasio del colegio para apoyar al Rector del colegio, Tino Rodríguez, ante el intento de los obnubilados segundones del Obispo Jorge Novak de separarlo del cargo.
Ahora, la nueva «cúpula» que desplazó a la Directora María Matilde Rodríguez adoptó, como una de sus primeras medidas, reducir la cantidad de pavos reales, que históricamente deambularon libremente por el parque del colegio, y envió a once de ellos a un predio del Obispado en Avellaneda. Los catorce restantes, fueron metidos en una jaula donde, hacinados, estaban muriendo de tristeza, de hambre y de sed. Sólo por la iniciativa de algunos empleados del Instituto y de muchos alumnos, los pobres animales recibían comida y agua a través del alambrado que los contenía. También las gallinetas que poblaban el parque desaparecieron de un día para el otro, con destino incierto. Y hasta un par de gatos. La indignante situación fue denunciada a través de facebook, y en Mi Ciudad. Pero nada parecía hacerle mella a los recién llegados directivos.
A través de una convocatoria hecha por las redes sociales, y en solo dos días, más de 1000 personas pusieron su firma para exigir a las autoridades del colegio la liberación de las aves enjauladas. El petitorio fue entregado ese mediodía, y puesto en conocimiento de los directivos, que desde su asunción, parecen empecinados en borrar las tradiciones santalucinas. Basta recordar que después del inusual ninguneo al que se sometió a la Asociación de Padres, tampoco se hará el habitual gran asado este año, y que hasta hay en carpeta un proyecto de cambio del uniforme.
El 7 de septiembre, el representante del Obispado en el Santa Lucía, Dr. Alejandro López Romano, dijo a quienes le entregaron el petitorio por los pavos que en la jaula solo iban a quedar nueve, y que los restantes también iban a ser trasladados a Avellaneda. Aclaró que esos nueve pavos rotarían, para salir de la jaula por turnos. Como motivo de su insólita decisión, esgrimió que las aves «se habían comido» lo sembrado en una granja de alumnos del Primario. ¿No era más fácil alambrar la granja?
Esa misma tarde, varios pavos fueron cargados de mala manera arriba de un camión, con sus patas atadas, lo que fue advertido por los alumnos del secundario, que, celulares en mano, comenzaron a grabar lo que estaba ocurriendo. Cuando quisieron bajar al parque, hubo quienes intentaron encerrarlos para que no lo hicieran. Pero la bronca ya fue incontenible. Las puertas de las aulas tuvieron que abrirse, y, al grito de «Liberen a los pavos», decenas de chicos y chicas –a los que se sumaron padres, y también alumnos de la primaria- provocaron la mayor revuelta estudiantil de la que se tenga memoria en los últimos treinta años de Florencio Varela. Bajaron, cortaron el alambre de la jaula para liberar a los pavos que todavía estaban en el colegio, y exigieron la restitución de los que se habían llevado. Todo esto, con el agregado de una cámara de Crónica TV poniendo al aire en vivo lo que pasaba.
La protesta dio resultado. Un representante del Obispado llegó presuroso a hablar con los chicos, y prometió que al otro día, todos los pavos iban a volver al Santa Lucía, y sin jaulas.
El sábado por la mañana, la promesa se cumplió, y todos los animales volvieron al colegio, aunque su silencio, producto del stress que les habían hecho pasar, duró casi un día más.
La batalla por los pavos reales se ganó. Es todo un símbolo y queda mucho por delante aún. Es hora de preguntarse cuál es la legitimidad de las autoridades del Santa Lucía, que asumieron sus cargos dejando de lado lo firmado por Monseñor Jorge Novak en 1983, cuando quedó claramente establecido que, en virtud de las especiales condiciones de esta institución educativa, desde allí en más, todos sus directivos y representantes legales debían ser nombrados de entre una terna elevada por la comunidad del colegio al Obispado. Algo que no se respetó en absoluto en esta ocasión.
Y cuando se carece de legitimidad, se carece de autoridad. Querer arrasar con una historia de más de medio siglo, en la que se involucró, desde siempre, toda la comunidad varelense, no sólo es una falta total de ética, sino una gran torpeza.
No debe olvidarse que el Obispado es el propietario del Santa Lucía, solamente porque quienes levantaron este colegio, se lo donaron a la Iglesia. La curia nunca pagó ni un ladrillo de esta monumental obra de tantos varelenses. Pero ser el dueño no significa tener una licencia para hacer lo que se les ocurra. Antes del Derecho objetivo, debe primar el Derecho Natural. Al menos eso es lo que se enseña en los claustros de las distintas Universidades Católicas de nuestro país. Y hay un innegable derecho natural de nuestra comunidad sobre este colegio.
El Obispo Tissera tiene la palabra. Esta no parece ser la forma de continuar con el legado de Novak al que tanto nombran y recuerdan desde la cúpula de la Diócesis.
El 7 de septiembre tuvieron una muestra contundente para entender de qué se trata todo esto. Sería bueno que tomaran nota de ello.