Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
«Siéntate a esperar, y verás pasar el cadáver de tu enemigo». Nadie podría pensar que un ser tan bondadoso como se supone es el Papa Francisco pudiera recordar sonriente este viejo proverbio chino al observar como desfilan ante él con llamativa devoción desde la Presidente de la Nación Cristina Kirchner hasta los «chicos duros» de la cúpula de «La Cámpora». Sin embargo, no hay ningún otro adagio que se adapte tan bien a la actualidad de las relaciones entre el Jefe de la Iglesia y los dirigentes más encumbrados de nuestro país.
Ella y su marido ningunearon a Bergoglio durante años, y hasta mudaron el Tedéum de Buenos Aires para no verlo y escuchar su homilía, generalmente crítica hacia el Gobierno. Y uno de los máximos exponentes de La Cámpora, como Juan Cabandié, retiró a todo su bloque del parlamento porteño para evitar saludar la designación del Sumo Pontífice. Esto sin hablar de la cantidad de «tweets» que otros funcionarios kirchneristas lanzaron como flechas contra la investidura del ex Cardenal de Buenos Aires, al igual que algunos de sus «comunicadores a sueldo», siempre dispuestos a ir hacia donde mande el calorcito del oficialismo.
Las imágenes del tour que Cristina y los dirigentes de La Cámpora hicieron por el Vaticano y Nueva York tienen más fuerza que mil palabras. Los hoteles cinco estrellas, los celulares importados más costosos del Mundo, y una sucesión de lujos interminables, fueron la característica que definió el paso de esta camada «nacional y popular» por los centros de poder –y de capital- más importantes del planeta.
El pretendido odio hacia el capitalismo se cae a pedazos cuando se tienen a mano muchos de esos bienes que se dice repudiar. Estos y otros autodefinidos «soldados del pingüino» encontraron en su arribo a los espacios de la función pública un inmejorable medio de subsistencia y enriquecimiento, que no piensan abandonar bajo ningún concepto. Los casos de funcionarios de este Gobierno que nada tenían y hoy son millonarios asombran por su impune hipocresía disfrazada de «progresismo». Es fácil hacerse el Che Guevara viviendo como Henry Ford.
Y como en la vieja fábula, en la Argentina de hoy también parecen haber muchos zorros que no se comen las uvas no porque no las quieran, sino porque no pueden llegar hasta ellas.