Por Cacho Sosa
La obligada inmigración a la que condena la desgracia de las guerras, tenia –allá por mediados del siglo XX- la ilusión de una vida mejor en la América de la esperanza. Así, la Argentina , que aún se deslizaba en la inercia de aquel “granero del mundo”, fue faro de destino de tantos seres humanos que llegaron adonde los esperaba la bendición del trabajo, que les aportaría la posibilidad de subsistir, poder afincarse, llamar a sus familiares y paliar, como se pudiese, el amargo sabor del desarraigo.
Y aquí iremos entrando en tema, presentando al actual Supervisor de Utilería del Teatro Colón de Buenos Aires, el ebanista Víctor D’Aloisio, nacido y residente en Florencio Varela, nieto de uno de los queridos italianos que tanto hicieron por demostrar el agradecimiento hacia la tierra que los había recibido sin otro requisito que su honestidad y disposición para encarar una vida de trabajo.
Iniciada la década del 50, el abuelo Don Arturo pudo completar la documentación para acceder a una de las parcelas de la por entones llamada “Colonia 17 de Octubre” (hoy “Colonia La Capilla”), que el Ministerio de Asuntos Agrarios asignaba a colonos atendiendo un orden de prioridades que apuntaba fundamentalmente al numerario familiar. Inmediatamente, con sus hijos y en común con los demás adjudicatarios, se fue gestando lo que es hoy día un muy importante centro hortícola.
El trabajo rural y su posterior ingreso al Teatro.
Víctor compartió las tareas rurales dentro de la clásica modalidad del trabajo en familia, con su padre, tíos y abuelo, y ya en la mayoría de edad, habiendo formado su propio hogar, decidió seguir su vocación por la carpintería. Así, luego de unos años de aprendizaje en importantes empresas del ramo, en 1982 ingresa por concurso al plantel del Teatro Colón, luego de rendir examen sobre conocimientos de tipos de madera, maquinarias y estilos de muebles, y cumplimentar un curso de tallado a mano.
Los talleres del teatro –construidos en 1938 con una superficie de 20.000 m2.-, están ubicados en el segundo y tercer subsuelo, conectados con la boca del escenario a través de un túnel que, naciendo en la mitad de la Av. 9 de Julio, pasa por debajo de la Plaza Estado del Vaticano, finalizando a la altura de calle Viamonte, donde empalma con un montacargas que traslada los elementos de decoración para las distintas representaciones de ópera y ballet.
Asimismo, sobre la explanada de la vereda de la calle Cerrito, una planchada metálica es la base de otro montacargas sobre el cual descienden camiones con mercaderías directamente al tercer subsuelo, lo que da una idea de la estructura logística de nuestro primer coliseo.
De la magnitud de los recursos que requiere el funcionamiento de este Teatro, son elocuentes algunos datos que proporciona D´Aloisio, por ejemplo, que la compra promedio anual de madera, preponderantemente pino brasil y kiri, oscila en los 20.000 pies (1 pie 30 x30 x 2,5 cm.), los que luego de su manufactura son reciclables en mínima proporción. Del mismo modo, los numerosos trajes y vestidos de época, los zapatos a medida y otros elementos personales utilizados en su oportunidad, permanecen almacenados en los subsuelos, sin destino fijo. De las escenografías ya expuestas, se estima que sólo un 30% podría recuperarse.
La utilería a cargo de D´Aloisio tiene la responsabilidad de asegurar los mínimos detalles visuales que ubicarán al espectador en situación del espectáculo, y para ello un equipo de casi un centenar de operarios se distribuye entre carpintería, herrería, esculturas en telgopor, materiales de alto impacto, moldes de yeso, pintura en general, etc. En esos menesteres se desempeñó D´Aloisio durante 9 años, pasando luego a la Supervisión.
Año 2007 : Cierre temporario por trabajos de restauración. Reapertura en 2010.
Recuerda nuestro entrevistado que entre 2007 y 2010 el Teatro permaneció cerrado por trabajos de restauración, ínterin en el que su programación se desarrolló en salas alternativas de la Capital Federal. Su reapertura -24 de mayo de 2010- fue preestablecida para que coincidiera con los actos conmemorativos del Bicentenario del primer Gobierno Patrio.
El interregno posibilitó la parcial descentralización de los talleres del trabajo escenográfico, ocupándose un galpón de 3.000 m2 en calle Maure al 3600 en el barrio de Chacarita, bautizado como “La Nube”, que opera como anexo de los originales, conservándose en éstos en forma exclusiva los especializados en Vestuario, Peluquería Maquillaje, Zapatería y Fotografía.
Algunos aspectos desconocidos sobre este orgullo de los argentinos.
De este maravilloso teatro, conceptuado entre los cinco mejores del mundo, -de la talla de La Scala de Milán; Opera de París, Metropolitan de Nueva York, etc.-, Víctor nos brinda detalles de su conformación, a la luz de sus más de treinta años de servicio; por ejemplo, que las dimensiones de la sala principal son de 32 m. de diámetro, 75 de profundidad y 28 de altura, que cobijan un total de 2.478 localidades, a las que se pueden agregar 500 ubicaciones de pie en casos excepcionales.
El escenario cubre un vano de 34 m. de ancho y 35 de fondo y, en el piso, un disco giratorio de 20m. de diámetro, accionado eléctricamente en cualquier sentido, permite el rápido cambio de escenas en los entreactos, sin la más mínima percepción para el auditorio. La apertura y cierre del telón –restaurado en 2010- de dos hojas de 360 m2. cada una, y un peso total de 700 kg. es accionada electrónicamente. Al término de las funciones, para posibilitar el saludo final de los artistas, un equipo de auxiliares, conocidos en la jerga interna como “baletos”, confundida su vestimenta con los colores del telón, abren y cierran manualmente ambas hojas sin notarse su presencia.
El frente del proscenio lo ocupa el foso de las orquestas, con espacio para 120 músicos; y en parte posterior –de espaldas a la sala- se erige el podio construido en madera y decorado con una lira, obra realizada en 1982 por el ebanista Donato Caetano, contando con la asistencia del por entonces novel colega Víctor D´Aloisio; quien sería -28 años más tarde- el encargado de su renovación en madera de roble, incluyendo el tallado a mano de la lira que lo adorna.
El ebanista, espectador privilegiado.
Su trabajo en este ícono de la cultura argentina (declarado Monumento Histórico Nacional en 1989) le posibilitó ocupar virtualmente la mejor ubicación en funciones memorables, por ejemplo las exclusivas veladas de gala presidenciales, pasando por la recepción al Papa Juan Pablo II en ocasión de su segunda visita al país ; y ya en el terreno de las artes, las presentaciones de bailarines de Ballet como Julio Bocca, Eleonora Cassano y Maximiliano Guerra; los musicales con tenores de la talla de Plácido Domingo y Luciano Pavarotti; sin soslayar los momentos de acceso de la cultura musical popular consistentes en recitales de las orquestas típicas de Aníbal Troilo, Horacio Salgán y Osvaldo Pugliese –este último celebrando su octogésimo cumpleaños- y, más cercanos en el tiempo, la dirección orquestal del maestro Daniel Baremboin, y la reaparición de la eximia pianista Marta Argerich.
Una reflexión teñida de futuro.
Nuestro amigo Víctor pudo hacer de su vocación su medio de vida, logrando el reconocimiento de sus superiores por su condición profesional, su honestidad y un elevado concepto del compañerismo. Felizmente, dos de sus hijos siguen su huella, ya incorporados ambos al elenco de operarios del escenario y el taller propiamente dicho. La artesanía que lo distingue perdurará luego de una no tan lejana jubilación, en su propia carpintería instalada en el predio de la Colonia, su lugar en el mundo, el mismo que en su momento contuvo a sus mayores, y al que acudieron ofreciendo su único y valioso capital: la cultura del trabajo.
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