Por Justiniano
Todos los meses, los cientos de jubilados que deben cobrar sus haberes en las sucursales locales del Banco Supervielle están condenados a sufrir el mismo padecimiento.
Lo que ocurre particularmente en la sede que la firma bancaria posee en la esquina de Monteagudo y Aristóbulo Del Valle es digno de una película de terror.
Además de tener que sacar un número y esperar más de cuatro o cinco horas su turno, los jubilados están obligados a permanecer encerrados y hacinados, amontonados como ganado, sin tener donde sentarse, y hasta, como ocurre muchas veces, sobre todo en esta época estival, sin aire acondicionado.
Hay que imaginarse a decenas de personas, muchas de ellas mayores de 80 años, atrapadas en un local cerrado, en busca del que es su único ingreso monetario, agobiadas por el calor, descomponiéndose, sin tener ni una silla, y sin poder salir, porque si lo hacen, no pueden volver a ingresar cuando el horario de atención ya culminó.
Y no se trata solo de las primeras fechas del mes, que es cuando mayor flujo de público acude a la sucursal, sino de todos los días.
Para colmo, los empleados del lugar parecen confabulados para trabajar a un ritmo exasperadamente lento, hasta que llegan las dos de la tarde, hora en la cual las puertas se cierran – y el oxígeno se empieza a viciar-. A esa hora, como si les sonara el mágico reloj que les sugiere hacer las cosas más rápido para irse a sus casas lo antes posible, empiezan a apurarse y los números, que parecían aparecer en cámara lenta, ahora al menos van pasando más velozmente.
No es novedad que los bancos traten así a sus clientes, sobre todo en nuestra ciudad. Pero lo que acontece en el Supervielle desde hace años ya es intolerable.
En Florencio Varela hay una Oficina de Defensa del Consumidor que debería enviar a alguien a verificar personalmente lo que estamos escribiendo.
También hay un Intendente y un Concejo Deliberante que bien podrían ocuparse de este asunto. Pero parece que no les interesa demasiado. A lo mejor están demasiado entretenidos en sus pequeñas rencillas por los pedazos del poder político local como para destinar su tiempo a los abuelos. O tal vez crean que muchos de esos jubilados ya no votan. O que si votan, no los votan a ellos. Quién sabe.
¿Habrá alguien que se mueva para cambiar esta vergüenza local?