OPINIÓN

Volver a los diecisiete



Opinión » 01/04/2017

Contrariando la situación de los habitantes de Casa Tomada de Julio Cortázar que deciden abandonar el que fuera su hogar, luego de ir cerrando de una en una las habitaciones, estoy convencida de que en la actualidad vivimos encerrados. Prisioneros. Cautivos. Desintegrados.
Vivimos encerrados en nuestros domicilios. Muertos de miedo. Desconfiando de todo y de todos. Detrás de puertas y ventanas enrejadas. Con sistemas de alarmas conectadas a centrales (por lo cual se abona una cuota mensual). Un llavero es el mejor regalo, o al menos el más utilizado, porque abrimos y cerramos las puertas con llave al entrar, al salir, al despertar, al ir a dormir. Aún a riesgo de quedar encerrados. y no es que cerremos las puertas para «ir a jugar», según reza la canción de ronda. Cerramos por miedo.
Los transportistas de mercaderías son seguidos de cerca por vehículos de vigilancia porque también en las rutas se producen asaltos, muchas veces con víctimas fatales. Pero, para los gobernantes, la inseguridad es cosa inventada por los medios masivos de comunicación que responden a los partidos opositores.
Y es así que los únicos que no deben estar alertas y asustados, son los ladrones. Son ellos los que tienen la conciencia tranquila frente a la indiferencia que sale a la luz del «sálvese quien pueda» y el «no te metás».
Los organismos recaudadores de impuestos se afanan por descontar en concepto de ganancias, jugosas sumas de dinero de los salarios de los ciudadanos que han invertido su adolescencia en estudiar y que reciben a cambio de su esfuerzo. Sumas que se supone debieran estar al servicio del mejoramiento del sistema de salud, etc. Lamentablemente quienes contribuyen (no por su voluntad sino obligatoria e inconsultamente), ven malgastarse los fondos del erario público en licitaciones de grandes obras que no siempre son tales. Y otra vez la indiferencia. La falta de unión para el reclamo justo y pacífico. Y el enriquecimiento ilícito de un puñado de inescrupulosos.
La educación pública no deja de ser otra Casa Tomada. Tomada por la imperiosa necesidad de efectuar cambios. Cambios improvisados e inconsistentes. Cambios que responden a ideologías políticas. Cambios que nos llevan a la desaparición de mano de obra calificada. Cúmulos de mentiras que intentan disfrazar de éxito lo que a todas luces es un fracaso. Desde los cuales se propicia la abulia, el ventajeo, la falta de compromiso y la clara intención de sembrar la ignorancia; porque un pueblo ignorante es fácilmente manejable.
Y la violencia se instala. El todo vale. El reclamo de los que infringen las reglas en desmedro de docentes que deben bajar los brazos para no perder su puesto, recibir una golpiza por parte de los alumnos o sus familiares, si intentan hacer valer las buenas costumbres y el cumplimiento como parte del aprendizaje. Y en este punto no siempre es indiferencia. Es miedo a enfrentarse a un monstruo de mil cabezas. Al «comenzóse del acabóse», como decía Quino en las palabras de Mafalda.
La Justicia merece un capítulo o cuando menos un párrafo aparte. Mientras el delito sube en ascensor, la justicia lo hace mediante una liana como en las películas de Tarzán. Claro que el resultado no es como en las historias del legendario hombre de la selva, por el contrario, el orden y la razón pocas veces triunfan. Y si lo hacen es a destiempo, cuando ya no sirve para remediar la pérdida.
La Justicia, al igual que la legislación no puede ni debe estar supeditada a la conveniencia de quienes ocupan el poder ejecutivo. El principio democrático divide en tres poderes diferenciados e independientes entre sí a los cuerpos que ejerzan el gobierno de una nación que se precie de ser república. Los gobernantes son los empleados de los ciudadanos que pagan impuestos, tasas y cargas sociales. Que les han conferido el poder por un lapso estipulado de tiempo. Para que lleven adelante políticas adecuadas a las necesidades de ese pueblo, no para enriquecerse y manejarse despóticamente. No para utilizar los bienes públicos como si les pertenecieran. Y el tiempo, siempre el tiempo que no se detiene transcurre dejando que las aguas se calmen por aburrimiento, por desgano, por descreimiento, por decepción o porque nos llega primero la muerte que la justicia. Y al igual que los homenajes post mortem, cuando ya tenemos partida de defunción a nuestro nombre poco importa que se expida la justicia.
Declaro ser incompetente para explicar y entender por qué no somos capaces de vivir en un país que vislumbre un futuro de progreso y bienestar para sus habitantes. Donde prime el reconocimiento para aquellos que se esfuerzan día a día y merecen una vida digna, sin tener que seguir eligiendo entre encerrarse en casas tomadas o que peligre su pellejo en cualquier esquina solo por atreverse a caminar de cara al sol.
No soy indiferente. Me declaro en franca rebeldía. No es este el país que soñaron los héroes que con fallas o no dejaron sus vidas por la independencia y la libertad. Tampoco el que poblaron tantos extranjeros que vinieron a poner el lomo y el esfuerzo. Soy una víctima de este proceso de destrucción de una cultura del trabajo. Me niego a bajar los brazos, a darme por vencida; pero entiendo que para que surja un desierto son necesarios muchos granos de arena. Quiero saber y quiero contestar. Quiero volver a los tiempos en que no era necesario cerrar con llave las puertas y las rejas, en que los chicos jugaban en las veredas. Y en que las bicicletas se dejaban apoyadas en un árbol.


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