ENTREVISTA

Horacio Pietruszka



Entrevistas » 01/03/2018

Lo conocemos desde hace muchos años, cuando era un activo presidente de la agrupación Scout Florentino Ameghino de Florencio Varela. Hoy, aunque algo más canoso, conserva su aspecto y vitalidad de siempre. Horacio Pietruszka, nuestro entrevistado, nació el 2 de agosto de 1943, en Avellaneda. «La ciudad del más grande: Racing», nos dice ni bien comienza la charla que mantuvimos en su casa de la calle Mármol de nuestra ciudad. Casado con María Gutovnik desde hace más de 50 años, con quien tuvo dos hijos: Martín y Diego, tiene cuatro nietos y una bisnieta. Martín vive en Mendoza y Diego en Estados Unidos. Pronto, la tierra cuyana será su destino y el de su esposa, pero no ya para pasar alguna fiesta o hacer turismo familiar, sino para establecer allí su nueva residencia.
Aún planeando su adiós a nuestro pueblo, este habitual participante del Correo de Lectores de Mi Ciudad, no deja escapar la oportunidad para plantear una vieja inquietud: «Espero antes de morirme ver la prolongación de Monteagudo empalmándola con Senzabello. Son 100 metros nada más… No puede ser que no lo hagan». ¿Se hará?
-Háblenos de su niñez… ¿A qué jugaba?
-Jugábamos a la bolita, el balero… Había una pequeña canchita donde jugábamos al fútbol. Pero era malo, y como todos los malos, iba al arco.
-Aunque era grandote, lo tapaba bastante…
-Ah, eso sí. Vivíamos en la calle. No había problemas. No como ahora. Eso sí, mi mamá me tenía cortito. Pero los juegos eran en la calle.
-¿De qué trabajaban sus padres?
-Mi papá era operario, Trabajó mucho tiempo en la fábrica Alpargatas de la calle Patricios, y después, en la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires. Mi mamá era ama de casa.
-¿Cómo era él?
-Era un flor de tipo. Fuera de serie. Lamentablemente murió muy joven, a los 62 años. Había venido al país después de la Primera Guerra, en 1922, cuando tenía tres o cuatro años. El nació en República Checa.
-¿Cómo es el origen del apellido?
-Mi abuelo nació en 1885. Participó en la Primera Guerra Mundial. Era el cocinero del General Pisurski, que fue una figura histórica muy importante de Polonia. Era polaco, pero cuando nació era el Imperio Astro Húngaro. Hoy su pueblo, que se llama Usti Nad Orlici, pertenece a Ucrania. Tuve la suerte de viajar y conocerlo, y en otro pueblo cercano, Olomuc, pude encontrar una tía y dos primas, con las que con una traductora de por medio, pudimos charlar toda una tarde.
-¿Qué le enseñaron en su casa?
-Me enseñaron el respeto, la educación… Cosas que ahora se utilizan poco.
-¿Cuándo llegó a Florencio Varela?
-A los 14 años. Al lado nuestro, en Avellaneda, vivía un hombre, Vasconcelos, que era tío de Mario Campanella. El, con otro vecino que se llamabaAguado, unos tíos míos, y nosotros, vinimos después de comprar unos lotes que vendían Devincenzi y Fernández.
-¿Cómo era nuestra ciudad?
-Era divina. Con poca gente, y buena. Limpia, ordenada, prolija. Con gente que trabajaba mucho por Varela. Monteagudo era una de las pocas calles asfaltadas. Y ese asfalto todavía dura, pese al poco mantenimiento que le dan. No había rejas… Cuando estaban construyendo mi casa, veníamos todos los domingos a comer un asado. Un día quedó tirada en el jardín una pala. Y al otro día, un vecino nos la vino a traer porque la había encontrado. Igual que ahora…
-¿Quiénes eran sus vecinos?
-Pocos. En la esquina estaba el Colorado Devincenzi, y Francisco Manso, el más viejo del barrio, vivía acá enfrente. Había también un chalet con una gente paraguaya que se mudó… Y el chalet de la esquina que después fue de Risso. Yo salía corriendo a tomar el tren por los fondos de las casas, porque si daba toda la vuelta lo perdía. Éramos todos conocidos, no había alambrados.
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos?
-Los chicos de Manso, Jorge y Celia Risso… Más que amigo de ellos dos era parte de la familia.
-¿Cómo se entretenían?
-Íbamos a dar una vuelta en bicicleta y no mucho más.
-¿Recuerda los comercios de aquella época?
-Estaba la heladería de Pastor y la pizzería de Charlón, en Monteagudo entre Boccuzzi y Mitre. Y una confitería, La Estrella, que hacía unas facturas chiquititas. En el lugar que ahora está el Banco Provincia, estaba el Varela Park, donde se hacían peleas de boxeo, frente a la Estación estaba Quinca, que después se mudó para Monteagudo casi San Juan… La Tienda Los Angeles, Las Locuras… En esa época no había tiendas de ropa, y la gente iba a comprar a Quilmes. Pero después sí, pusieron «Benito lo Viste» en Monteagudo y Mitre, y «Monteagudo Sport»… Y en Sallarés y San Martín, donde ahora está Vía Cosenza, la Tienda de los Hermanos Vals. Enfrente, estaba el almacén de Angarola, donde trabajaban las mellizas, y en donde ahora está Supercam funcionaba el Corralón de López. De ese lado también estaba la panadería de Souto. En Boccuzzi y Monteagudo había un bar… Y acá a la vuelta, sobre Monteagudo, había un señor, Don Ricardo, que tenía un carrito con un caballo, que iba al Centro todos los días, hacía las compras y volvía.
-¿Cómo era el famoso Varela Park?
-El Varela Park era un predio con árboles, que en el medio tenía un ring. Ahí se boxeaba. Y duró muy poco. Después se vendió, se cerró y empezó a levantarse el Banco Provincia. Al lado estuvo la confitería La Candela, donde el Dr. Lozano trabajaba de mozo.
-¿Iba a bailar en su juventud?
-Poco… Alguna vez a Los Locos… O a Independiente, donde estaba «La Escala Musical», con conjuntos en vivo, al Club Regatas de Avellaneda, y ya con mi señora, a Mi Club, de Banfield…
-¿También hizo teatro?
Sí. En mi adolescencia, en el conjunto «Simiente» de Virginia, la esposa del Dr. Rosales. Hacíamos representaciones en Berazategui, o en La Patriótica. Lo integraban Atilio Adriao, Nano Usich, Anita Peiti, que era la hija del dueño del cine Palais, Salvador Bonacorso, Eva Gabiño, que vivía por el barrio Pista de Trote… En esa época también estaba «Bambalinas», que era el grupo de Juan María Melzi. Y después hice teatro en el Centro Cultural Sarmiento con Panchito Iribarren. En ese grupo actuaba Nuri Belmonte.
-¿Cómo recuerda a Panchito Iribarren?
-Era un tipo fabuloso. Tenía aspecto de tipo serio, pero tenía una chispa bárbara. Con él y otros muchachos fuimos a la inauguración de un boliche, que resultó ser Elsieland, que funcionaba en un chalecito que se llamaba «Mi ilusión»… Había poca gente. Tres o cuatro parejas, algunos varones y un par de mujeres. Y a la vuelta nos vinimos caminando a la madrugada por la Avenida Mosconi, que era toda de tierra.
-Así que estuvo presente en una noche histórica…
-Sí. El primer día de Elsieland… Histórico. Y ahí fuimos muchas veces después con María, e hicimos varios amigos, algunos con los que nos seguimos frecuentando.

-¿Cuál fue el primer trabajo por el que cobró?
-En plena escuela secundaria. Estaban haciendo la casa de acá al lado, y trabajé como peón con los albañiles, haciendo un pastón. Me pagaron muy poco y duré solo un día, pero fue la primera vez.
-¿Dónde trabajó después?
-Durante mucho tiempo, trabajé en Geygi Argentina, el laboratorio que hacía un cucarachicida muy famoso. Y en distintas empresas, hasta que entré al corretaje de herramientas, algo que sigo haciendo hace 20 años, aunque estoy jubilado.
-¿Cómo fue su trayectoria en los Scouts?
-Estuve 35 años… Empezamos en la Sociedad de Fomento «Juan Bautista Alberdi», en Alberdi entre 9 de Julio y Gutiérrez. Tuvimos una reunión con la gente del lugar y nos dieron todo para que arrancáramos… Ahí empezó el Grupo San Juan Bautista, donde estaban Cacho Baró, por poco tiempo, Perla Ercolano y su esposo Rodolfo Moreno. Después me convocaron desde Berazategui, para organizar el grupo de allá, estuve unos meses y volví a F. Varela, donde fundamos el grupo «Florentino Ameghino», con Perla y Rodolfo. Primero en el barrio 9 de Julio, y más tarde en la calle Lavalle , donde yo tenía un terreno y pusimos una prefabricada y dos tranvías.
-¿Quiénes eran aquellos primeros scouts varelenses?
-Los chicos eran Tomasito Mastronardi, Carlos Helver, los Unamuno…
-Después se hizo una fusión…
-El otro grupo scout, que había cambiado el nombre por el de General Gúemes, había seguido funcionando, y como tenía la sede pero no tenía chicos se sumó al nuestro. Así que en 1971 nos mudamos a la calle Alberdi, donde sigue estando hoy en día. Ahí estuve muchos años, y también ocupé cargos a nivel regional y nacional. Participé de varias conferencias internacionales, como en 1998, cuando fuimos a una campamento mundial, en Chile, con 35.000 scouts de 130 países. Fue algo impresionante. Y hace siete años me retiré.
-¿Tiene alguna anécdota?
-Una vez, en un campamento, yo les tomaba lista y tenía que darles Agarol a los que no habían ido al baño. Uno se enojó y le pregunté por qué... Y me dijo que el que no iba al baño era su hermano, y yo le daba el laxante a él... Me había equivocado porque los dos tenían el mismo apellido...
-¿Cómo conoció a su esposa?
-Por un amigo, Roque Ricciardi, que también estaba en el conjunto de teatro de Iribarren. Me dijo si quería participar de un grupo de acampantes, en la Parroquia de San Juan Bautista. Fui, y ahí estaba ella…

María, que participa en silencio de la conversación, interviene con una valiosa anécdota sobre ese día que le iba a cambiar la vida:

-El nuestro era un grupo que llevaba un largo tiempo, y cuando él vino, y lo presentaron como un participante nuevo, yo pregunté por qué tanto «espamento»… El Padre Santolín me miró y me dijo: «vos te vas a casar con él».

-Y no se equivocó… ¿Está contento con la vida?
-Sí. Llevo cincuenta años de casado al lado de una buena compañera, una buena familia… Nos damos los gustos, viajamos con matrimonios amigos…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Que estoy muy agradecido. Me siento muy dichoso de las bendiciones que me dio, con respecto a mi familia, y a lo que uno vive, No hay palabras…


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