ENTREVISTA

Francisco Gargiulo



Entrevistas » 01/04/2018

Francisco Gargiulo dice que «cree haber nacido el 30 de octubre de 1930», en Quilmes, pero, como era usual en otros tiempos, fue anotado el 1 de noviembre, por lo cual esa es la fecha oficial de su llegada al mundo. Con seis hermanos, tres varones y tres mujeres, es hijo de Rafael Gargiulo y Lucía De Maio, inmigrantes italianos. En 2019 cumplirá 60 años de casado con Dora Aramburu. Tiene dos hijos, Osvaldo y Gustavo, cinco nietos y tres bisnietos. Cuando se casó se fue a vivir al Cruce Varela, pero seis años después se mudó a la casa en la que aún vive, sobre la calle Mitre, y en la que nos recibe, rodeado de cuadros que son autoría de su esposa y novia de toda la vida. Conocido por haber estado casi medio siglo al frente de la popular «Casa Nani», con un elegido bajo perfil y siempre en silencio, colaboró con diversos clubes e instituciones de nuestra ciudad. Hoy, ya jubilado, sigue ayudando a su hijo Gustavo, el nuevo titular de la firma familiar, con la confección de tartas que se venden en el comercio. Aunque aclara que él «no las cocina, sino que solamente las arma», ya que la cocinera a cargo de los rellenos es su nuera Miriam, a la que elogia con inmenso cariño y cuyas virtudes resalta como orgulloso suegro.
Cuando no hace mucho calor, y mostrando su buen estado de salud, todavía puede vérselo caminando varios kilómetros hasta la zona del Cementerio, donde tuvo un campo con nogales, y pasa a visitar a algunos amigos. «También hago algo de ejercicio en casa», nos dice, mientras nos acomodamos para dar inicio a este reportaje.

 

 

-Empecemos hablando de su infancia. ¿Qué actividad tenían sus padres?
-Teníamos una finca en la zona de Amoedo y Avenida La Plata, en Quilmes, donde había de todo. Llegamos ahí cuando yo tenía seis años. Había varios frutales, y especialmente, flores, que se cultivaban. En esa zona se veían muchos durazneros. Y muchas veces nos tirábamos a dormir debajo de los árboles. A veces se nos caía un durazno maduro… Entre los vecinos estaba la familia Ferrari, y la familia Casazza.
-¿Usted ayudaba con las tareas del lugar?
-Todos trabajábamos. En esa época a los pibes se nos exigía un poco más. Yo trabajé ahí hasta los 15 años, después hice un secundario de artes y oficios y más tarde, seguí estudiando dactilografía, taquigrafía… Hasta que fui a trabajar a Obras Públicas, en la ciudad de La Plata.
-Volviendo a la niñez, ¿a qué jugaba?
-Andábamos en bicicleta por el barrio y jugábamos al fútbol. Yo conocí la pelota de trapo, la pelota de goma, la pelota con tiento, y la actual. Jugué con todas, aunque no llegué a crack…
-¿De qué jugaba?
-De arquero. Con el tiempo, se armó un equipo de fútbol que se llamó Balcarce, en un bar que estaba frente a una Fundición, en 12 de Octubre y Avenida La Plata. El dueño de ese bar armó el club, y ahí jugué yo.
-¿Cómo era su padre?
-Era muy serio y bastante estudioso. Tenía muchos conocimientos sobre floricultura. Además trabajó como jardinero en El Dorado.
-¿Qué le enseñó?
-Ante todo, a tener respeto. Eso era fundamental. Y me dio educación.
-¿Y su madre?
-Ella era algo sobrenatural por lo buena. Hasta para pedirme que le haga un mandado me decía, en su dialecto, «buen hijo».
-¿Cocinaba mucho?
-Sí. Y todo lo que se producía se consumía. Desde un pavo hasta un perejil o un jamón… Eran otras épocas. Teníamos gallinas, huevos…
-¿Iba a bailar en su juventud?
- Iba a bailar al club 12 de Octubre y al club Villa Elsa en Quilmes. Y acá, al club Villa San Luis, al Varela Junior, y a «Los que se divierten».
-¿Cómo llegó a Florencio Varela?
-Vine por primera vez a Florencio Varela cuando cambiaron la circulación del tránsito en la Avenida San Martín, allá por el año 1943 o 1944. Habíamos venido con un hermano y algunos amigos a conocer. Paramos en la Estación. En la esquina estaba la fábrica de pastas Nieto, la verdulería de Risso, y el almacén de Quintana y Cadabón. Era un pueblito lindo.
-¿Cuándo empezó con el negocio en nuestra ciudad?
-Acá abrimos el 2 de mayo de 1952. Yo estaba en la conscripción y mi hermano Antonio decía que en Florencio Varela había muchos habitantes y pocos comercios. Vino a buscar un local acá y en Monteagudo 284, donde había un galpón vacío, lo acondicionó y abrimos.
-¿A quiénes tenía como vecinos?
-A Oberto… El dueño del local era Lipa. Tenía un remis y trabajaba para la ORBEA, a la que le hacía repartos. Estaba la Farmacia de Cascardi, en Sallarés y Monteagudo, y en la otra esquina, la Farmacia Lorenzelli. Enfrente había unos baldíos. También estaba la Lechería de Nieva y en la otra cuadra, la Casa Gutani. Uno de los primeros amigos que hicimos acá fue Cuqui Martínez. Otros amigos fueron los Guglielmi. Y ahora, tengo una gran amistad con el vecino Peña.
-¿Qué vendían?
-Café, té y golosinas. Y trajimos algunas marcas que no entraban acá, sino solo por mayoristas, como Nestlé, Bagley, Terrabusi…
-¿Por qué se llamó Casa Nani?
-Porque era la marca del café que vendíamos. Éramos los representantes en Varela. Después la firma cerró y le pedimos autorización para seguir usando el nombre, con lo que no tuvieron problemas. Así que seguimos. Tanto, que a mí la gente no me conoce como Gargiulo, sino como Nani.

-¿Se acuerda de algún cliente?
-Cuando abrimos Varela tenía 32.000 habitantes… Nuestro negocio les vendía el café a todos los bares. A Los Angelitos, al bar de los portugueses, que estaba sobre Avenida Vázquez… Teníamos una excelente clientela. En ese entonces eran amigos, más que clientes. La gente venía de todos los barrios, porque para comprar había que venir hasta el centro. Llegaban desde La Capilla, El Pato, el Cruce, el Cementerio. No había tantos negocios y el nuestro era bastante novedoso. La gente decía que sentía el «olorcito a café» cuando pasaba por la puerta. En una época los corredores pasaban cada dos o tres meses. Por ejemplo, el de Terrabusi, que pasaba cuando iba para Chascomús. O el de Nestlé, que los primeros pedidos nos los mandaba a nuestra casa. Muchas cosas cambiaron. Algunas marcas quedan pero no con el mismo sabor o contenido. Lo que antes era manteca ahora es grasa. Y una botella de sidra que antes era de tres cuartos, ahora es de 550.
-¿Recuerda alguna golosina muy pedida por la gente?
. Una golosina que fue de gran éxito en su momento fue la «bananita Dolca». En su época hizo furor.
-Después se mudó…
-Sí. Primero estuvimos en Monteagudo 284 y después en Monteagudo 21, donde estaba «La Patriótica».
-Usted ya no está al frente pero Casa Nani sigue adelante…
-Sí. Cuando me retiré, después de 48 años, quedó al frente del negocio mi hijo Osvaldo. Y ahora el que sigue es Gustavo, con su esposa Miriam, en Mitre 267. Ya no se vende solo café, té y golosinas, sino que el rubro se amplió. Yo voy a verlo todos los días. Es otra manera de trabajar, pero seguimos vendiendo el mejor café.
-¿Dónde conoció a su señora?
-La conocí en el negocio, porque venía a comprar golosinas. Yo no era muy conquistador pero, bueno, empezamos a conversar y nos pusimos de novios.
-¿Tuvo que hablar con su suegro, pedir la mano?
-Ella solo tenía a la madre, así que entré directamente y me recibieron muy bien. Eran once hermanos. Ya me conocían porque toda la familia venía al negocio. Mi señora siempre fue muy trabajadora y compañera. Eso no se puede desconocer. Me ayudó en el negocio cuando mi hermano se retiró y durante unos años atendió una heladería que tuvimos en Monteagudo, vendiendo los helados Sorrento, de Avellaneda.
-¿Cuánto duró el noviazgo?
-Cuatro años.
-¿Está contento con la vida?
-Sí. Tuve suerte. Mi compañera, mis hijos… Tengo 87 años, todavía ando. Dicen que los problemas son en los primeros 100 años, después ya no… Por ahí con los avances de la ciencia llego a aguantar algo más. Aunque yo le estoy consumiendo mucho al ANSES y al PAMI y no me van a querer…
-¿Qué mensaje les dejaría a sus nietos y bisnietos?
-Que luchen, que estudien… Uno de los bisnietos quiere ser jugador de fútbol, está practicando en Lanús…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Le agradecería todo lo que me ha dado en la vida. Estoy conforme. ¿Qué más puedo pedir? Tengo dos hijos, planté muchos árboles y me falta el libro, pero tengo un versito…

 

El versito resulta ser un largo relato campero con un final no apto para todo público, que nos cuenta con cuidada prosa y su habitual gracia y sirve como simpática despedida. Francisco Gargiulo, «Nani»… 87 años vividos en plenitud, y un ejemplo de trabajo y amor a su familia que enorgullece a los varelenses.


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