ENTREVISTA

Edgardo Combé



Entrevistas » 01/06/2018

Edgardo Combé nació el 25 de septiembre de 1945, en el consultorio de la famosa partera Doña Tomasa, sobre la calle Dr. Sallarés. Casado con Irma Memmo desde hace más de cuatro décadas, tienen dos hijas, Lucrecia y Verónica, y tres nietos, dos de ellos, nacidos en Galicia, España. Repuesto de una delicada operación de corazón, salió adelante con más ganas de vivir que nunca. Amante de los viajes, junto a su compañera y amigos recorre todo lo que el tiempo libre le permite, y siempre tiene un nuevo destino en carpeta para descubrir. Conocido comerciante varelense, primero por sus años en la Florería Palais y luego por estar a cargo de un negocio de reparación de televisores, es también integrante del Rotary Club del Cruce Varela, y en estos días pasará a presidirlo, reemplazando a Marcela Scarpato, quien tuvo una muy positiva gestión al frente de la benemérita entidad. Mi Ciudad lo visitó en su casa de la calle Brown y nos contó algo de su vida.

 

-Empecemos hablando de su infancia…
-De chiquito viví con mi abuela, en Cinco Esquinas, y en 1949 nos mudamos a la calle Sallarés 126, donde mi papá puso la florería Palais. Éramos tres hermanos, Mary, Titi que falleció, y yo.
-¿Cómo se llamaba y cómo era esa abuela?
-Se llamaba Julia Gianelli. Era macanuda, divina, una tana que nunca aprendió a hablar bien castellano. Hacía de todo y ubicó a cada hijo con familiares de Buenos Aires.
-¿Sabe la historia de sus abuelos?
-Mi abuelo era Antonio Carpentieri, que vino de Italia antes de la Guerra de 1914. Era importador y exportador, y dueño de un predio de 33 hectáreas, en Cinco Esquinas, que abarcaba desde el Instituto Biológico hasta donde están las Hermanas Azules. Tenía muchos negocios, uno con Schiantarelli, en la Estación, una fábrica de licores, un corralón y ramos generales en Buenos Aires. Pero después algo pasó y se pegó un tiro. Yo sé esta historia porque me la contó Tito Garlatti, que era amigo de la familia de mi mamá. Mi abuela perdió todo ese campo y salvó solo un caserón. Mamá se tuvo que ir a trabajar como criada con unos familiares a Buenos Aires.
-Eso de parte de su madre, ¿y de parte de su padre?
-De parte de mi papá, mis abuelos vinieron a Varela por la fiebre amarilla y se fueron a vivir a la zona de El Alpino. Ahí mi abuelo puso un almacén de ramos generales, en la época en que se pagaba con la libreta… Los quinteros compraban, se anotaba y cuando llegaba la cosecha, pagaban. Pero vino la langosta. Una nube negra, según me contaron, y no quedó nada. Mi abuelo no cobró ni un mango y se fundió. Eso pasó a principios del siglo pasado. Mi abuelo se mudó a la calle del Instituto Biológico, con su esposa, que se llamaba Justa García. Tuvieron doce hijos y ella murió a los 104 años. A mi papá lo crió Mayol, que le dio albergue y lo trataba como un hijo. A Mayol le decían «el Loco», y le decía a mi papá que nadie podía entrar al campo, ni los propios hijos de Mayol. En 1949 Mayol le dio una casa a papá para que viviera y pusiera una florería, que fue la primera de Varela. En esa cuadra estaba la Casa de las Locuras, el almacén de Cacho Rimoldi, el Cine Palais y el taller de Peite. Casi media manzana era de Mayol. Ahí nos fuimos a vivir y la florería terminó siendo un éxito.

-Hay muchas anécdotas sobre Mayol. ¿Escuchó hablar de su burro?
-Ese burro era famoso. Y era un burro degenerado. Lo tenía en el campo, junto a otros burros y caballos, sobre la calle Progreso. Era degenerado porque si pasaba un hombre no le daba bola, pero si pasaba una mujer se le iba al humo… Venía corriendo contra el alambrado.
-¿Usted conoció en persona a Mayol?
-Sí. Lo ví una sola vez. El vivía en Buenos Aires, en la calle Bustamante, en una casa que había sido de Florencio Parravicini, el artista. Yo fui una vez a ese lugar, con mi papá. La casa tenía un vidrio roto, que había quedado así por el balazo que se pegó Parravicini. Y Mayol nunca lo cambió.
-Volviendo a la infancia, ¿a qué jugaba?
-Jugábamos al fútbol, en la calle, sobre Sallarés.
-¿No pasaban colectivos?
-Nooo… Ni los pajaritos pasaban…
-¿Quiénes eran los compañeros de juegos?
-Enrique Dogil, Coco Rossi, Devincenzi, Pucho y Hugo Morbelli, Juan Lucero, y entre las amigas estaban las hermanas Pons, en los departamentos que eran de Cascardo, y Susana Cadabón. También andábamos en bicicleta, sin problemas porque en esa época nadie te la robaba. Aunque mucho no nos dejaban salir. Y trabajábamos. Yo de chico trabajaba en la florería. El negocio andaba muy bien, entre los clientes estaba la fábrica Peugeot, de Berazategui. También tuvimos producción en la Villa San Luis. Calas, claveles y crisantemos. Pero con el granizo eso se perdió. Los invernáculos eran de vidrio, en el año 1960 la piedra destruyó todo.
-Su primer trabajo fue en la Florería… ¿Cómo se inició con la reparación de televisores?
-Empecé porque Peite tenía un taller de televisión y radio al lado de la florería. Iba ahí a tomar mate y me gustó el oficio. Además yo quería salir de la florería, porque era un trabajo muy sacrificado. Hubo noches que íbamos al campo, a la Villa San Luis, a buscar verde para el relleno, a eso de las tres o cuatro de la mañana. A veces había que llevar una corona al hombro, tres o cuatro cuadras de barro, y se te venían encima los perros y te mordían… ¡Cada cosa hemos pasado! Como sería que cuando nos mudamos no quisimos poner teléfono en casa, para que no nos llamaran a cualquier hora. En ese tiempo era difícil conseguir un teléfono, y Ernesto Scrocchi, que dejaba su casa sobre la calle España me ofreció el que iba a quedar, pero le dije que no. En 1968 puse el negocio de reparación de televisores. Hice un curso en Lanús. Todos los días me encontraba con don José Moreno, y volvía a las diez u once de la noche, en tren. En esa época cada casa tenía un solo televisor. Si se te rompía, ibas corriendo a buscarme a mí o a Faraoni, que era palabra mayor… ¡Flor de persona y flor de técnico, Faraoni!. Ellos fabricaban los televisores y si me tocaba uno de esos yo saltaba de contento. Ahora, si se rompe un televisor, te lo dejan seis meses, total tienen otros… Ya no es negocio.
-En un momento salieron a la venta unas láminas azules, rojas, verdes, para poner delante de la pantalla y ver «televisión en color». ¿Lo recuerda?
-Sí. Eran una porquería, te sacaban las ganas de ver televisión. No tuvieron aceptación y fueron un fracaso.
-¿Cómo conoció a su esposa?
-La conocía de chiquito, porque los dos íbamos a la Escuela 11. Yo tenía nueve o diez años… Y creía que era hermana de Betty López, que en realidad era la prima.
-¿Ya le gustaba?
-Ya la miraba…
-¿Cómo se puso de novio?
-De jovencitos teníamos un grupo de amigos, con Elenita Scrocchi, Pilín Scholottauer, Edith Pizzorno, Roberto y Eduardo Moreno. Nos reuníamos en el bar lácteo, la lechería de Pastor Nievas, en Monteagudo, y más tarde íbamos a bailar a las casas… Yo a ella empecé a echarle el ojo en la casa de Quique Romero.

La que interviene en la charla es la propia Irma, que, además de recibirnos con café y masas, trae a la mesa una colorida anécdota. «Cuando yo era jovencita a él no lo podía ni ver –cuenta- porque una vez pasamos caminando con Betty López y Marta González, las tres vestidas igual, porque nuestras madres nos compraban los mismos vestidos, y él nos tiró una chaucha y se metió adentro».

Pero la vida terminó juntándolos, y el amor pudo más que una travesura de juventud. Edgardo recuerda con sincero afecto a su suegro: «El padre de ella era un pingazo. Pasaba por la florería y se paraba a hablar conmigo. Era muy amable. Solo teníamos una condición cuando salíamos, porque íbamos con mi auto y yo siempre llevaba a otras chicas. El quería que cuando llevaba a Irma en el auto hubiera alguien más. Pero claro, yo la dejaba para el final a ella… Pero una noche llegamos y mi suegro estaba arreglando el colectivo, así que decidimos seguir de largo y fuimos a mi casa. Ahí desperté a mi hermana y le pedí el favor: que se subiera al auto para ir a lo de Irma con ella… Cuando llegamos lo saludé al papá… El noviazgo duró nueve años y después nos casamos».

-Y vino a vivir a la calle Brown…
-Sí. En 1971, cuando me casé, vine a vivir acá. La gran ayuda para hacer la casa me la dieron Babuin y Loisotto, con el corralón. También cuando hice los locales sobre Sallarés. Cuando fui a comprar los materiales yo tenía 19 años, y me atendió el Bocha Babuin. Sus socios eran Juan Babuin y Norino Loisotto. Me dijo que volviera al otro día, que iba a hablar con ellos, y cuando fui, me dijo «llevate todo lo que quieras», sin firmar nada… Y le fui pagando como pude. Todo lo que recaudaba se lo iba llevando. Cuando compré el terreno para hacer la casa, tres años después, volví al corralón, a ver si me daba alguna facilidad, y el Bocha me dijo: «si te lo dí cuando eras un pibito y cumpliste, ¿cómo no te lo voy a dar ahora?. Llevate todo lo que necesites»… Yo ya tenía el negocio y le pagué todo. Después me regaló una mesa bar cuando me casé.
-¿Quién fue su «personaje inolvidable»?
-Pucho Morbelli, que fue como un hermano mayor para mí. Yo iba a la Tienda de ellos, y ahí, en el fondo del negocio, Pucho tenía una yegua, Jenny. Así que íbamos a andar a caballo.
-¿Quiénes son sus amigos?
-Enrique Dogil y Hugo Morbelli. También Chacho Garlatti, que ahora vive en Brasil. Con su familia siempre tuvimos gran relación. Mi mamá era muy amiga de la mamá de Tito, Chacho y María Rosa.
-¿Qué nos puede decir sobre su esposa?
-Que es muy compañera, nunca tuvimos un problema, siempre tiramos para adelante. Ahora luchamos por los nietos.
-¿Está contento con su vida?
-Claro. Fue una vida feliz, tuve unos padres buenos, unos suegros buenos, una familia buena, sobre todo del lado de ella… Todavía todos los 24 de diciembre nos juntamos con los Memmo a cenar. Pero claro, cada año falta alguien nuevo…
-Y sus nietos…
-Mis nietos son mis ojos, los adoro… Los llevo y los busco del colegio, algo que no pude hacer con mis hijas porque tenía que trabajar…
-¿Qué le diría a Dios si lo tuviera enfrente?
-Gracias por todo… Mil gracias por mi familia, mis padres, mis suegros, mi mujer, mis hijas, mis yernos, mis nietos. Me emociono mucho, soy muy familiero. Y Dios me dio una chance de vivir por lo menos ya quince años más…


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