Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
«Nunca dejes que te cambien tus ideales. Luchá por lo que querés», le dijo su maestra, la señorita Devincenzi, cuando estaba en quinto grado de la Escuela Nro. 1. Por ese entonces, estaba acostumbrado a discutir sobre política. «Ella era radical y yo peronista», nos cuenta nuestro entrevistado, y agrega: «ella amaba a Alberdi y siempre nos trenzábamos. Mis compañeros estaban contentos porque cuando pasaba eso no había clase». Héctor Pasquali nunca olvidó a aquella docente ni sus consejos y vivió de acuerdo a sus convicciones. «Aunque ahora aprendí a escuchar un poco más y tolerar la opinión del otro», nos confiesa, en la planta alta donde vive, sobre la calle Vélez Sársfield. Nacido el 15 de febrero de 1937 en Avellaneda, llegó a Florencio Varela cuando solo tenía siete años. Viudo de María Teresa Argento, tiene dos hijos, Gustavo y Mirtha, y cuatro nietos. Dice que ahora «trata de no hacer nada», aunque a veces le soluciona algún problema eléctrico a un amigo y nos cuenta que pasa la mayoría de sus días con Magdalena, su compañera de baile y de vida, con quien en estos días estaba por iniciar un viaje a Merlo, San Luis. Con él, dialogó Mi Ciudad.
-¿Por qué vinieron a Florencio Varela?
-Llegamos acá porque mi padre Leandro vino a trabajar al laboratorio YPF, con mi madre y mi hermana Martha. El era pintor de autos y colorista. También estuvo en el club Los que se Divierten y fue concejal peronista. Tuvo actividad gremial en el SUPE.
-¿Qué era ser colorista?
-Imitaba los colores con una capacidad pocas veces vista.
-Ahora eso lo hacen las máquinas…
-Claro, antes había que hacerlo a mano, ver lo que no todos veían detrás de un color. Una vez que estaba en un buen día, le pedí que me enseñara. El era muy bueno pero tenía un carácter muy fuerte. Agarró una chapa, en el taller que tenía en la calle Maipú 280, la pintó, esperó que se seque, y me la mostró. «¿Qué color ves acá?, me dijo. «Azul», le dije. Me llevó al sol y me hizo la misma pregunta. «¿Qué color ves?» Yo pensaba que me iba a dar una piña pero igual le dije: «Azul…». «¿Y no ves otro color que lo compone?» me contestó. «No»… «Entonces no te enseño un pepino..» , dijo, enojado, y tiró la chapa…
-¿Y su madre?
-Mi mamá era ama de casa, y fue una gran compañera, comprensiva, mi confesora. Sus consejos y enseñanzas me ayudaron mucho .Siempre daba en el clavo.
-¿Qué recuerda de cuando era chico?
-Ibamos a ver a los jugadores de fútbol que entrenaban en donde estaba el Riachuelo. Para cruzar el Riachuelo, unos 15 o 20 metros, había que hacerlo por un caño de seis pulgadas, y lo hacíamos a caballito. Después nos pusimos más cancheros y lo cruzábamos más rápido. Pero un día uno trastabilló y se agarró de mí… Y me hizo caer en medio de la pudrición y la grasa. Yo tenía la ropa impecable, un pantaloncito con tiradores y las zapatillas nuevas, era un domingo, me sacó un tipo que era de la Marina, y yo quedé con un olor a podrido… Dije «mi mamá me mata»... Fui a lo de un amigo, y me acompañó. Cuando mi viejo me vio, me mandó a sacarme la ropa y a la cama. A la noche no me dejó salir. Esa noche había un baile al lado, venía Julio De Caro y no me dejó ir. Ese fue el castigo.
-¿Ya le gustaba ir al baile con siete años?
-Sí, la música me encantaba. Los chicos íbamos a las clases, no a los bailes, pero yo me quedaba porque mi papá era de la comisión. En esa época había una gran despreocupación… No se tenía a los chicos agarrados de la mano por la calle, y uno salía con su barra de amigos.
-¿A qué jugaba?
-Al fútbol, y seguí haciéndolo hasta después de casado. Tenía y tengo espina bífida y después de jugar dos o tres partidos los viernes tenía que acostarme… Pero me lo bancaba porque me gustaba. Y al balero. Cuando más tachuelas tenía el balero, era de mayor categoría. Pero las tachuelas había que sacárselas al Tano verdulero, que tenía el caballo con todos sus arneses. Vos levantabas la montura y te llevabas una tachuela, que ya tenía una historia. Una vez el Tano me agarró cuando se la estaba sacando. Era una tachuela que me había entusiasmado. Me llevó colgado del cuello, y le dijo al almacenero que llamara a la policía. Pero él le contestó que no, que conocía a mi familia, que era un buen muchacho, y me perdonó. Éramos muy traviesos… Cuando nos mudamos vinimos en el camioncito con mis amigos y cuando vieron las naranjas de los árboles se subieron y se llevaron un montón. Pero cuando las mordieron descubrieron que eran amargas…
-¿Quiénes fueron sus primeros amigos en nuestra ciudad?
-Tito Posca, Tito Da Costa, y Chiche Baigorri. Me acuerdo de que los vecinos venían a ver la tele que había en mi casa, que era la única del barrio.
-Fue a la Escuela 1. ¿Con qué compañeros?
-Gerosa, García, Caparé, De la Fuente, Domínguez...
-¿Y en su juventud qué hacía?
-Bailábamos. Un sábado vino Chiche Baigorri a escuchar unos tangos con mi Winco, y quería que le enseñe a bailar. Pero no había caso… Le dije «si el tango no te entra por la cabeza y te sale por los pies, no hay manera»… Siempre nos íbamos a bailar, a Dominó, que estaba en la calle Lavalle, a Sansoucci y La Nobel, de Avenida Corrientes… Un amigo que se llamaba Juan Cacherián venía con nosotros, a comer pizza, casi siempre a Las Cuartetas. Y después se iba. No iba a bailar, solo a comer. El era feliz con eso.
-¿Tiene alguna anécdota?
-Una vez fuimos a bailar con Oscar «Pochi» Suárez a Villa Vatteone, que hacía unas kermeses bárbaras. Estaba lleno de gente, nos sentamos en una mesa y una chica vino a vendernos unas rifas de un lechón… Se las compramos con una «vaquita» y nos lo ganamos… Pero no estaba cocinado, sino vivo. Después del baile nos lo dieron en una bolsa, y nadie quería hacerlo en su casa, así que decidimos soltarlo en la Estación y el que lo agarrara, se lo quedaba. Fuimos adonde ahora están los juegos. Ahí había unos pastos altos y un alambrado que separaba las vías… Y lo soltamos. Estábamos con las pilchas del baile, ya casi era de día… Nunca creí que un lechón era tan ligero. ¡Nos cagamos a golpes! Y lo perdimos. Lo buscamos por todos lados, pero no lo encontramos más.
-Otra…
-Una noche que fuimos a bailar con Pochi nos corrieron… Era su cumpleaños, y fuimos a Villa Giambruno. Parece que como teníamos mucha aceptación en el baile tocamos algunos intereses y cuando salimos, rumbo a Sourigues, para tomar el tren, había unos tipos que nos provocaron y nos corrieron. Seguimos corriendo hasta Ranelagh. Ahí, transpirados y cansados, nos quedamos hasta que apareció Mayuyo Fernández que era un rematador de Varela, con su auto, un Chevrolet 51, que era un sueño, y nos trajo. El domingo, en el Café de los Turcos, en Monteagudo, frente a La Patriótica, notamos que nos estaban cargando, porque sabían que nos habían corrido. Y nos dijeron que los que nos corrieron eran nuestros amigos, gritándonos que paráramos, para ayudarnos a darles la salsa a los otros… ¿Cómo íbamos a escuchar lo que nos gritaban?
-¿Cuál fue su primer trabajo?
-En YPF. Yo estaba en el cuarto año del Industrial Albert Thomas de la Plata, y le dije a mi viejo que quería trabajar para ganarme unos mangos. No quería y le prometí que no iba a bajar las notas… Así que me dejó. Entré como peón de limpieza. Después fui oficial, y a los 18 años me recibí de Técnico en Electricidad. Siempre anduve por varias empresas, no me gustaba fosilizarme en un lugar. Buscaba cambiar, pero evolucionando. Antonio Ramírez, de YPF, era muy amigo de mi papá y me ayudó mucho. Un día me dijo que pida licencia y me llevó a recorrer empresas, a los sectores donde nadie entra, Y me enloquecí con lo que vi… Después entré a Peugeot, cuando se hacía un coche por día. Ahí también me fue bien. Más tarde trabajé en AGFA, como supervisor, y luego volví a YPF. Y durante un tiempo hasta fui guardavidas en AMEMOP.
-También tuvo un comercio…
-Sí, abrí un comercio de electricidad y bovinado, en Av. Sarmiento junto con un amigo, Enzo Tassi, Después como no daba para dos personas yo le compré la mitad y abrí en mi casa. Acá estuve unos siete años. Un día estaba en el negocio y llegó un hombre que tenía una fábrica grande en la Rotonda de Alpargatas y venía de parte de Mario Coló,que siempre fue un amigazo, porque tenía una máquina rusa que no funcionaba… Me dijo si podía ir a verla y le dije que sí, con tres condiciones: iba cuando quería, que nadie estuviera al lado mío cuando trabajaba, y que yo iba a comprar los materiales que necesitaba. Me dijo que sí y fui. Encontré unos problemas y a la semana la máquina estaba funcionando… Y el tipo loco de la vida. Después empezó a decirme para que la arregle otras máquinas y seguí yendo hasta que dejé porque ya me estaba entusiasmando.
-¿Cómo conoció a su esposa?
-La conocí en un baile en el Club Almirante Brown de Adrogué. Íbamos mucho a bailar a esa zona, tocaban buenas orquestas y había un buen ambiente.
-¿Tuvo que pedirle la mano a su suegro?
-Sí. Me comprometí. ¡Ah, no…! Guarda con el Tano… Se llamaba Salvador. Cuando le dije qué intenciones tenia y todo eso, me dijo «yo no tengo problema si a mi hija le gusta, pero espero que si un día esto se termina venga y de la misma forma también me lo diga». Y bueno,,, Me casé, y tuvimos mellizos…
-¿Quién es su «personaje inolvidable»?
-Antonio Ramírez, de YPF, que me guió muy bien. No tenía por qué ser tan amable conmigo pero se preocupó por darme las armas que me hicieron progresar. También Chiche y más aún su padre, Julián Baigorri. Con él nos poníamos a hablar técnicamente… ¡Lo que sabía ese hombre!… Vino de España con Gurmendi, que tuvo una gran acería y al que Baigorri le prestó plata. Fue Director de Orbea, enviado a Europa por esa empresa, y fue Intendente.
-Nos contó que sigue yendo a bailar… ¿Adónde va ahora?
-A Lo de Celia, un local que está en Humberto Primo y Entre Ríos. También a Gricel o Los Consagrados, o El Obelisco… Todas en Buenos Aires.
-¿Está contento con su vida?
-Sí. Soy un afortunado de la vida porque estoy bien. Problemas graves no tengo, solo los achaques de los viejos, tengo una buena compañera, mis hijos y nietos están bien… Mi nieto Matías es luthier, tengo mucha afinidad con él porque es varón… Una nieta estudia Periodismo, otra es contadora y la otra es decoradora de ambientes. Todos están organizados.
-¿Y a Dios que le diría si lo tuviera enfrente?
-Le agradecería por todo lo que me dio, y por la salud de toda mi familia. Le pediría que no los desampare y los siga ayudando como hasta ahora.
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