Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
María Emilia «Beby» Lando nació el 21 de diciembre de 1935, a algunas cuadras de su actual domicilio. «De esta casa me van a sacar como a Pichín. Directamente a lo de Scrocchi… Acá tengo todos mis recuerdos. Mi vida está acá adentro», dice. Justamente con su recordado marido, Pichín Fernández, tuvo un hijo, Claudio, quien es aficionado a los «fierros» como su abuelo, el mecánico Paulino Lando. Sus nietos son Patricio y Jimena, y tiene dos bisnietas: «son divinas y mellizas, se llaman Justina y Rufina, pero están lejos, en Olivos», cuenta con algo de resignación. Pero agrega: «Yo me divierto cuando las veo. Para mí lo más lindo son las reuniones de familia, tomar un café con una amiga, ahora que tenemos tantos lugares para elegir en Varela…». Aunque manifiesta su asombro por los cambios en la tecnología en las últimas décadas, asegura estar «un poco cansada de la computadora». Integró durante más de 20 años la Asociación de Padres del Instituto Santa Lucía y participó en la comisión directiva de los Talleres Protegidos «Luis Castaldo». Durante un corto período, también tuvo una marroquinería llamada «Brujas», en la Galería San Francisco. Casi al final del reportaje nos deja una confesión familiar: «Siempre fui la preferida de mis tíos. Pero no hace falta poner eso».
-¿Cómo fue su infancia?
-Hermosa. Ojalá todos los chicos pudieran tener una infancia como la que tuvimos mi hermana Nora y yo. La casa era tranquila. Vivíamos con unos tíos… Tenía fondo, quinta, árboles. Kinotos, mandarinas, naranjas… Alguna gallina. Y mi abuela en su casa tenía conejos. Y el baño estaba afuera. Si el baño estaba adentro era un lujo y recién lo tuvimos cuando nos mudamos a la casa de enfrente. La cocina era a leña. Cuando era chica, mi mamá me bañaba en la cocina, adentro de un fuentón galvanizado. Hacía mucho frío en invierno… Ella cocinaba muy rico, y hacía todos los días postres distintos. Era muy dulcera. Era tan ama de casa que se pasaba el día adentro de la cocina. Y también tejía, al crochet. Tengo cosas tejidas que parecen hechas por hadas. A la tarde venían sus amigas a tomar el té. Y mi papá… Los amigos venían sábados por medio a jugar a las cartas. Tuvo un taller mecánico durante muchos años en la avenida Sarmiento. Nosotros vivíamos al lado. Era muy buena persona. Me acuerdo que en el taller estaba el único teléfono de la cuadra, colgado en la pared, con la bocina en el costado. Y había que marcar para comunicarse con la telefonista para llamar a alguien. Yo tenía un silloncito hamaca. Y un perrito, que se llamaba Pituco, que era de cuando mi papá era soltero. Cuando se casó se lo llevó. Ese perrito no dejaba que nadie se acercara mientras me estaba hamacando. Cuando se murió, fue la única vez que vi llorar a mi papá.
-¿Quiénes eran los chicos con los que jugaba en el barrio?
- Con Alicia Cámpora prácticamente nacimos juntas y somos amigas desde muy chiquitas. Somos como hermanas. En el grupo también estaba su hermano Juan, que ya falleció, Nilda Motel, las chicas de De Sián… En esa época jugábamos mucho en la calle… Buscábamos bichitos de luz a la noche, saltábamos la soga, jugábamos a la rayuela, la mancha venenosa, la escondida… Hacíamos casitas con cañas y bolsas en los árboles…
-¿A qué escuela fue?
-A la escuela 11. La primera maestra fue Ñata Landi. Después, Lilita Selaya, y Pocha Ruiz, que siempre fue preciosa. Y Evangelina Mairac, que estaba casada con un Calvi. Entre mis compañeros estaban María Elena Barriani, Norma Grafitena, Marta Susana Grill, que era de Zeballos, los hijos del doctor Alberti, que eran terribles…
-¿Conoció a alguno de sus abuelos?
-A la abuela Emilia, que era la mamá de mi papá. Emilia Re. Era una viejita dulce. Tenía un pelo blanco, plateado, hermoso, que cuando se lo soltaba. sólo para peinárselo, le pasaba la cola… Siempre estaba vestida de negro. En invierno y en verano estaba con la misma ropa: zapatillas negras, medias negras, paraguas negro… Como Fúlmine. Vivía con el tío Juan, que era el hijo mayor, y venía de visita a casa una o dos veces por semana. Después cuando se enfermó la trajeron a casa. Estaba unos meses con nosotros y unos meses con la mamá de mi primo Quique. Murió cuando yo tenía doce años.
-¿Cómo fue su juventud?
- Linda, no tanto como la infancia, porque yo no tenía tanta libertad para salir como las chicas de ahora. Salías de día, te ponían una hora y ojo de hablar con los muchachos… Iba al Centro Cultural Sarmiento, a clases de pintura, y a leer. Eso siempre me gustó muchísimo. Deportes no hacía, Solo andaba en bicicleta. Igualmente en los clubes había equipos de básquet. Me acuerdo de que Lita Leonardini era una de las que jugaban.
-¿Iba a los bailes?
-Ir a bailar era todo un drama. Mi mamá me mandaba con mi hermana y mi novio. Yo me puse de novia con Pichín a los 14 años. Si mi hermana no quería ir yo me ponía mal. Después decía que sí quería ir, pero entonces la que no quería era yo. Así que mucho no íbamos.
-¿Cómo conoció a Pichín?
-Lo conocí en la calle. El paraba con sus amigos en la esquina de El Morenito, donde ahora está el bar Los Angelitos. Me saludaba hasta que un día me acompañó… Una vez nos vio mi papá, hablando en el molinete de las vías. Mi papá era buenísimo pero mi mamá era medio mandona, y me dijo: «tu padre vino horrorizado porque te vio con un muchacho. Decile que venga acá, a la puerta de casa.» Y a mí me daba vergüenza decirle eso… Pero me lo dijo él. Cuando le conté que mi papá nos había visto, Pichín me dijo: «¿se enojará si voy a la puerta de tu casa?» y le contesté: «eso es lo que me están pidiendo…» Y así empezó el noviazgo. Yo tenía 14 años, y él, 18. Cuando venía a visitarme, me saludaba con la mano. Ni siquiera me daba un beso en la mejilla. Antes era así. Yo no podía ni ir sola al cine con él. Y estuvimos once años de novios. Hoy no es así, y no lo veo mal. Ahora disfrutan más que nosotros. Fueron once años de novios y 60 de casados…
-¿Cómo era él?
-Era un tipo bueno, a veces demasiado protector. Pero siempre me dio libertad. Tuvimos una linda vida, en la que también hubo sacrificio. Cuando hicimos esta casa tardamos cuatro o cinco años para terminarla. Si había plata se construía, y si no había, no. El tenía un reparto de fiambres, hasta que se cansó y lo cerró.
-¿Cómo fue su paso por la Asociación de Padres del Santa Lucía?
-Muy bueno. Era toda gente linda, laburadora, que no le sacaba el cuerpo a nada… Tino era un tipo bárbaro, muy derecho. Con sus cosas… Pero nunca ponía palos en la rueda. Cuando yo entré estaban Elvira Bódega, Mario Mónaco, Orlando Ballerini. El piso del gimnasio era de tierra. Después creo que fue Verbeke quien donó el parquet… Se hacían dos asados con el sorteo de dos autos en cada uno por año. Yo sola llegué a vender 150 entradas. Te las sacaban de las manos. Y así se fue haciendo el colegio…
-¿Tiene alguna anécdota para contarnos?
-En el casamiento de Juani Demattei el padre Orsi me echó de la iglesia por cómo estaba vestida. Imaginate el escote que podía tener… Tenía mangas y guantes, que en ese entonces se usaban… Vino derecho a mí y me dijo que me fuera porque «estaba indecente»… El primero en no dejarme salir hubiera sido mi marido si estaba indecente… ¡Qué vergüenza! Dije, «no vengo más a la Iglesia…» Ese cura era joven, después se puso a vender vinos, dejó los hábitos y se casó…
-¿Alguna más?
-Cumplía 60 años Mary Scrocchi y me invitó… Me dijo que yo era la única persona fuera de la familia que iba… Y me pidió que no le fallara. Me dijo que iba a buscarme Griselda, su hija, pero le dije que no hacía falta porque yo ya había reservado un remis. Y me dijo que la fiesta era «enfrente de donde se dan los registros de conducir». Y allá fuimos con Pichín… Nos pidieron los nombres a la entrada y pasamos. Nos sentamos en una mesa lejos, con gente que yo no conocía. Pensé que a lo mejor eran clientes de la cochería… Muchos estaban con chicos. Y entonces ví los souvenirs, y eran para chicos… Vino una chica y nos preguntó si estábamos para esa fiesta. Pichín ya se había comido varios sándwiches y tomado una Coca Cola, pero yo no… Yo estaba intranquila, pensaba que ahí había pasado algo raro. Llamé a la cochería, a Mary, a Griselda, pero no me pude comunicar. Nos habíamos equivocado de salón. Fuimos a uno y la fiesta era en otro que estaba ahí cerca… Me dio un ataque de risa… Parecíamos Elsa y Fred, los de la película, comiendo de arriba. Fue un papelón…
-¿Qué le enseñaron sus padres?
- Honestidad. Mi papá era muy sencillo. No daba grandes discursos, pero nos decía a mi hermana y a mí: «piensen en las personas. Nunca hagan lo que no les gusta que les hagan a ustedes».
-¿Está contenta con su vida?
-Estoy muy contenta. Siempre estuve rodeada de gente buena. Le agradezco a Dios todos los días estar como estoy con los años que tengo. A mí no me gusta estirarme la cara ni ponerme bótox… No veo mal a los que lo hacen, pero eso conmigo no va.
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