EL OTRO VOS

Lo imperfecto de lo impredecible



El otro vos » 02/01/2020

Una compañera de trabajo hace un mes me preguntó cómo son las fiestas en verano, le daba curiosidad saber qué siente la gente que no siente frío.
Siempre me pareció que las fiestas en verano no tienen sentido, le dije. Comemos frutas secas, harinas duras y adornamos un árbol con nieve de mentira que se derrite en el aire. Con Lucas nos tirábamos en el piso (el lugar más fresco de la casa) a mirar el «cine shampoo» de películas navideñas filmadas, producidas y recaudadas con capital extranjero comiendo garrapiñadas de José, de Monteagudo. Y aún así sentíamos que ¨Mi pobre angelito¨ nos hablaba a nosotros. Y como consecuencia, podemos estar una semana para recuperarnos de la ingesta de colesterol intensiva.
Y todo es fantástico porque el fin del ciclo escolar coincide con el fin del año y uno termina liviano. Hasta que te enteras que Papá Noel son tus padres porque un amigo te lo cuenta en noviembre o bien, descubrís al amigo de tus padres con un disfraz de pana que hizo tu mamá. Es tan grande la decepción de enterarse del fraude como la aceptación de esquematizar la creencia para recibir regalos el resto de tu vida.
Más grande es la decepción de enterarse cómo son las fiestas en el invierno, pensaba. En aquellos sitios donde el fin de año sólo se contabiliza como receso de invierno por dos semanas. La ciudad no se limpia en enero sino más bien estás en pleno julio/agosto con todo por hacer.
Los regalos no se reciben caído el 24 a la medianoche, sino el 25 entrada la mañana. Las fiestas en invierno son con gente reunida con sweaters ridículos y chocolate caliente. Los regalos tienen un presupuesto y nadie espera más que eso. La importancia, de hecho, está en la calidad del poema que se escribe junto al regalo y sobre todo en la comida.
Cada 15 de noviembre abren tiendas especiales que sólo venden unas galletitas chiquitas llenas de manteca que se llaman «pepernoten» y son como unos amaretis con gusto a canela. Esas tiendas tienen también «spéculoos», que son unas galletas con formas navideñas y gusto a canela y jengibre pero el ingrediente principal es también la manteca. Todos esperan a que las tiendas abran y se angustian cuando cierran porque sólo están dos o tres meses en el año.
Que hayan árboles de navidad reales y nieve con frío tiene más sentido que con 40º de calor. Sin embargo, la perfección del esquema de invierno no se compara con la imperfección del verano, le contaba a mi compañera. Tu tío no está adentro esperando el discurso presidencial para ver qué se trae el próximo año. Tu papá no se enoja con tu tío porque está adentro. Nadie recibe la noticia de un corcho en su cara ni experimenta la sensación de raspar la planta de los pies con el suelo a las 3AM bailando la peor de las cumbias. Nadie compite por el mejor vestido en la mesa y nadie se pelea a la salida de Survive. No hay campañas por la pirotecnia porque prácticamente no hay perros. No hay quien pida perdón llorando porque se mandó una cagada durante el año. No hay nadie que acompañe a personas en la calle que estén solas que pidan compañía. Y a nadie pero a nadie, se le resbalan los brazos al tocar el cuero sudado del otro cuando uno quiere abrazar fuerte.
No tienen sentido le dije, pero porque son imperfectas e impredecibles. Para mí esa era la magia de las películas que hablaban de navidad.
Se construye si se sabe lo que se comparte, me respondió.

 

 

Por Nahir Haber
Especial para Mi Ciudad, desde La Haya, Holanda.


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