Por Nahir Haber
La abstracción que uno genera a partir de vivir en otro lugar diferente al que se crió, desnaturaliza lo que uno da por sentado y significa como genuino. La gente en la calle camina distinto. Las personas de la tercera edad no siempre se interesan en la vida del otro como si fuese la única novedad mientras barren la vereda. Los adultos no siempre discuten en voz alta a las puteadas y los niños, bueno, los niños son niños en todos lados. Sin embargo, esto no significa que el juicio de valor esté puesto en otro lado. Ni tampoco quita que la gente no se enoje o más bien se «caliente». La única y absoluta diferencia es el gesto. Lo que cambia es que acá no hay montoncito. La gente no entiende los montoncitos. A pesar de que todos saben lo que es, no es propio producirlo.
El otro día estaba en el gimnasio, y como siempre es más placentero observar a otros que a uno mismo, fui cómplice de una secuencia en la que un hombre fue a usar la máquina que otra persona estaba usando, haciendo un circuito que la incluía. El primer usuario de la máquina, le indica al «usurpador» que esa máquina estaba en uso y que por favor se retirara. Una discusión moral acerca de lo que está bien o mal se desató. Uno le quería enseñar al otro qué era lo correcto como es habitual en tierra de altos. La escena termina con el encargado del gimnasio haciéndole pedir disculpas al usurpador y a los otros maestros de ética en calzas sudadas que se metieron.
El montoncito es uno de los primeros gestos que aprendemos de nuestro lenguaje y es el símbolo más rico en significantes que tenemos. El montoncito resuelve el dilema de enfrentar la palabra agresiva. Y si bien los argentinos lo heredamos de nuestra inmigración italiana, también lo hemos modificado y hecho propio. El montoncito tiene diferentes formas. Si hay movimiento de muñeca, estamos diciendo un «¿qué te pasa?» Si la muñeca se queda quieta y los dedos se abren y se cierran, es un «¿tenés miedo?» Y si los dedos quedan muy apretados, la muñeca no se mueve, «estaba así de gente», como Olga, mi abuela, diría al volver del PAMI.
Cuando yo era chica me costó mucho sacar el primer montoncito. Pero me empecé a obsesionar a partir del doble montoncito (con las dos manos). Para mi los montoncitos hablan más de las personas que cualquier carta de presentación y considero que deberían ser las fotos de cualquier curriculum vitae. No hay persona en argentina que no entienda el gesto de parabrisa a parabrisa. El montoncito debería estar en el programa escolar de la primaria y todos deberíamos aprender simbólicamente sus significantes.
No alcanzarán las palabras de moral suficientes para explicar un montoncito. Los gestos están ahí para cuando queremos conectarnos con el otro que puede decodificar el mensaje. Porque no hay nada más hermoso en este mundo que ver a un enamorado que quiera desmentir a otro con una sonrisa detrás de un puñado de dedos.