Ni un centímetro



Editorial » 03/07/2020

Cuando Cristina Kirchner apretó un botón y dejó sin voz a la oposición en el Senado hizo mucho más que cerrar arbitrariamente un debate. Estaba dando rienda suelta a su deseo más íntimo, el viejo anhelo de «ir por todo».
Cristina y gran parte de los que integran la coalición gobernante sueñan con un país sin oposición, o con una oposición debidamente disciplinada, y sobre todo, con un país sin periodistas críticos, donde solo tengan lugar sus conocidos adulones a sueldo.
El sincericidio del ex vicegobernador Gabriel Mariotto aclaró las pocas dudas que quedaban al respecto. «Si Alberto no hubiera sido moderado no ganábamos. Pero ahora es el momento de terminar con la moderación», dijo hace pocos días.
Y la moderación fue, efectivamente, dejada a un lado. Las viejas espadas y los viejos métodos del kirchnerismo aprovecharon la anestesia de la sociedad en la pandemia para emerger con ínfulas totalitarias y tratar de callar a los díscolos.
Primero fue Zaffaroni comparando a los medios libres con los voceros del nazismo y el stalinismo, lo que al menos incorporó al relato oficialista la novedosa crítica a una dictadura de izquierda. Después fue la vicepresidenta difundiendo un par de videos con gravísimas acusaciones –pero sin ninguna prueba- hacia periodistas que investigaron los casos de corrupción de su gobierno. El plan se completó con la habitual intervención de los serviles medios K. Ahí estuvieron –y están- los incondicionales de siempre para sembrar calumnias y erosionar el prestigio de los hombres y mujeres de prensa que le molestan a su jefa.
Y siguiendo con la misma línea, hasta el propio Presidente de la Nación perdió la paciencia dos veces en poco menos de un mes. En ambas, las víctimas de su maltrato dialéctico fueron mujeres: Silvia Mercado y Cristina Pérez, dos periodistas con similar prestigio pero muy diferentes raíces ideológicas.
Aunque el afán de «ir por todo» no se detuvo en pretender amordazar a los críticos. Empecinados en chocar contra la misma pared, y en una especie de deja-vu de «la 125» y el conflicto con el campo, Alberto o Cristina, o tal vez ambos, impulsaron la «expropiación» de la empresa Vicentin pasando por encima de la Ley, que establece claramente que habiendo un concurso preventivo y un juez a cargo, esa medida es inconstitucional.
Miles de personas en todo el país salieron a la calle a repudiar esa decisión. Lo hicieron sin banderas políticas, y sin ser arreados como ganado, sino motivados por una común sensación de rebeldía ante el autoritarismo.
Se trató de una muestra auténtica de cultura democrática, y una lección que Alberto, Cristina y todo el arco político deberían tener muy en cuenta.
En Argentina se terminó el tiempo de los liderazgos mesiánicos y de las faraonas exitosas. Queremos Democracia. Queremos República. Ya no hay lugar para ensayos totalitarios. Y somos muchos los que estamos decididos a no ceder nada, ni un centímetro, de nuestra libertad.


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