Mis dos mamás



Edición web » 20/02/2020

Un rato de búsqueda, un pasaporte perdido y un DNI encontrado. Ese podría ser el punto de partida de esta historia, que más bien sería una continuación que el destino ya tenía planeada.
¿Dónde remontarse?, ¿A cuál de todos los momentos que marcaron mi vida?... Meses y años que se agrupan… Octubre de 1970, febrero de 1971, 1973… Nada de eso. El invierno del 2000 es cuando volví a mi ciudad natal: La Plata. Tan linda y tan pintoresca en esos días helados, que me vieron caminar rumbo a Casa Cuna, ahora Hospital Sbarra en la calle 8, entrar a paso firme y seguro y buscar mi primer DNI. Ese que decía un nombre y apellido diferente al que tengo. Día, mes, año y número estaban correctos. Segundo nombre y apellido que me anoticiaban en ese momento cómo había llegado al mundo, eran la primera novedad.
Al costado del despacho de la directora, un ventanal y algunos nenes jugando y relojeando hacia adentro… De cuatro, seis y casi 10 años… Sus ojos abiertos asombrados delataban mucha ansiedad. Luego sabría el por qué… Ellos pensaban que yo podría ser su llave para salir de allí rumbo a un nuevo hogar. Con mi verde documento en la mano y un papel con unos datos anotados en su última página, volví afuera, compré una bolsa llena de golosinas, alfajores y galletitas y se los dí a una de las mujeres que me atendió para que los disfruten aquellos chicos, que seguían jugando entre ellos pero bien atentos a ese ventanal.

Agosto 2019. El frío de esa tarde, se asemejaba a aquel de hacía 19 años en la capital provincial. Ese verde del documento en cuestión asomó casi intacto ante mis ojos. Sonreí al verlo con un dejo de ternura y empecé a ojearlo… La sorpresa llegó casi de inmediato: un papel ya casi amarillento con unas inscripciones: Un nombre de un nene, su edad, una dirección y “Mercedes”.
Rápida de reflejos, mi esposa apenas esperó a llegar a la computadora. En Facebook aparecían varios perfiles con ese nombre… Nos decidimos por uno y era el acertado… Mensaje privado con una breve reseña de quien era yo y que buscaba. Y a esperar. Nada. Repetimos eso con el hijo de quien sería mi medio hermano y obtuvimos respuesta inmediata. Pero hasta ahí. Despúes, más silencio….
Luego de hurgar hasta por Posadas, hablar con una psicóloga clínica que en el 70 era una residente en el Hospital donde llegué al mundo, y una última chance a investigar por Buenos Aires, un mensaje breve pero arrollador en su contenido hizo que todo se precipitara de una forma jamás pensada.
“Mi mamá es tu mamá y siempre nos habló de vos”, se leía en la pantalla del celular que apenas podía sostener de los nervios… Un número de teléfono y una catarata de sensaciones se abrieron paso en mi mente. Estaba a nada de saber todo, había encontrado lo que estaba buscando: nada más y nada menos que a la señora que el 26 de octubre del 70 me dio a luz. Había encontrado a mi mamá biológica. Nada más y nada menos.
Preguntas, dudas, lágrimas, risas…Todo una gran mezcla de lo que un ser humano experimenta ante una noticia shockeante, lo estaba vivenciando en los minutos siguientes. Un mar de incertidumbres y certezas que volvieron del pasado y que atravesaron días, meses, años, décadas, a la velocidad de la luz… Imposible describir un sentimiento homogéneo. Pero no terminaban ahí las sorpresas: el remitente del mensaje, mi hermano Marcelo, me llamó a la noche y sin decir “agua va”, me pasó con Mercedes, o mejor dicho, mi madre.
Saludos de rigor, manos temblorosas, voz entrecortada de este lado. Sonido de una mujer fuerte y tranquila del otro. Mi mente armaba preguntas pero mi boca no reaccionaba. Recuerdo sí una: “¿Su marido es mi papá”?. “No, es otro señor”, dijo muy resuelta ella. Y así, casi sin darme cuenta, ya estaba terminando la llamada con la promesa de seguir el contacto que nos llevaría como corolario al tan imaginado alguna vez, encuentro de una madre y su hijo. 49 años después.
Me costó dormir por la noche. Esa y las noches que le siguieron y así como llegaban los días siguientes, también llegaban los hermanos. Aquellos hijos que Mercedes tuvo luego de mi y que estaban también revolucionados con el momento que nos tocaba vivir. Ellos estaban todos alrededor de ella, lo que me daba una certeza: una mujer así no abandona a un hijo. Qué le había pasado seguía siendo una incógnita que en breve iba a dilucidar.
Cada hermano con su familia, sus vidas, sus historias. Más para descubrir. Y todos ya con el mismo objetivo: conocernos. A exactos 10 días después de la tarde que lo cambió todo, enfilé hacia aquel pueblo pasando Luján y que tenía por nombre el mismo de mi mamá: Mercedes.
Además de los nervios, llevaba como acompañantes a mi esposa Angeles y a Fabián, un gran amigo del alma.
Y al llegar, la mirada tímida de una nena a la que hacía poco le había aparecido un nuevo tío y que en las fotos tenía un parecido conmigo. El barrio tranquilo acorde a la ciudad, casa blanca y baja, pasillo con dos curvas y ahí estaba esa mujer pequeña, mirada inquieta, manos nerviosas, actitud firme y voz lista para contar lo que siempre quise oír.
“Me casé muy chica, sí. A los 17…Tuve a Juan Carlos, me separé, conocí a tu papá pero él me pegaba mucho… Siempre. Hasta me echó de la casa estando embarazada y me dejó mal de la cabeza, muy débil de mente, así que me internaron, me tenían que dar de comer en la boca. Sí. Te tuve a vos pero tu abuela se hizo cargo de todo, ella te iba a ver todos los días y decidió darte en adopción. Yo no decidí nada porque seguía muy mal, de tantos golpes en la cabeza. Estuve internada un año más, y cuando salí, pregunté por vos… Ya no estabas. Así que volvimos con mamá a Mercedes”
Apenas podía creer lo que oía de labios de mi mamá. Un martirio infernal se le desató con la persona equivocada. Mi padre biológico era un violento, un pobre tipo al que le iba mal en la vida y se la agarraba con ella. Hoy tendría una restricción perimetral, varias denuncias y hasta un escrache en las redes sociales. Pero Argentina era otro planeta hace medio siglo y las cosas eran bien diferentes.
Luego de llegar a su Mercedes natal, mamá rehízo como pudo su vida y conoció a un buen hombre que lo único que hacía era trabajar, Mariano, con quien formó a su familia y tuvo más hijos: Abel, Marcelo, Esther, Miguel, Javier y Diego. “Y Fernandito, que se me murió a los ocho meses” , repite Mercedes casi imperturbable. Una familia con muchas privaciones, cero lujos, nada de cumpleaños ni fiestas, sólo trabajar y estudiar. Vida de campo, vida de pueblo. Esos hermanitos que siempre supieron de ese bebé que la mamá tuvo que dejar en un lejano hospital ya que ella les contaba en cuanta oportunidad tenía. También por esos primeros años de la década pasada, Mercedes buscó apenas en un hospital equivocado de La Plata cuál había sido mi destino pero sin suerte.
Hasta que por esas cosas del destino, estábamos sentados los dos frente a frente en una tibia mañana de septiembre, compartiendo mates y mirando fotos viejas…
Los días pasaron, la adrenalina del encuentro estaba bien firme todavía. Dios me dio otra mano cuando llegó el momento de contarle a mi querida mamá Mimi, quien luego de llorar juntos, abrazarnos y decirnos lo mucho que nos amábamos, preguntó: ¿”Y ahora no te irá a reclamar?”, lo que disparó una carcajada sonora bien típica mía. Que Mimi acepte todo muy maduramente y maravillosamente bien, fue otra bendición y todo este proceso sanador y liberador que empecé a transitar en septiembre, terminó un sábado de diciembre cuando ambas madres se conocieron. No puedo describir con palabras ese encuentro que tuvo lágrimas de alegría, nervios, expresiones de agradecimiento y valores que al oírlos, sacan el mejor sentimiento que tenemos los seres humanos: el amor. Ese amor intenso y fantástico que me brindaron Mimi y mi amado padre Rodolfo desde el primer momento, dándome una familia y haciéndome el hombre que soy hoy.
Así fue este hermoso regalo que la vida nos tenía preparado a los tres: Mimi, Mercedes y yo. Porque ahora estoy más seguro que nunca de que no existen las coincidencias, nosotros caminamos hacia personas y lugares que nos esperaban desde siempre. Sean felices.


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