Por Alejandro César Suárez | @alecesarsuarez
Luego de que el Presidente Fernández hablara de sus intenciones de terminar con las divisiones e hiciera una arenga contra los «odiadores seriales», el ex dirigente kirchnerista Luis D´Elía y el sospechado sindicalista «Pata» Medina coincidieron públicamente en pedir que Macri sea «colgado en la Plaza de Mayo». Unas semanas más tarde, el propio Presidente comparó a su antecesor con «una pandemia sin virus que sumergió a la gente en la pobreza». Para sumar más ondas de amor y paz, Hebe de Bonafini dijo que Fernández, al haberse reunido con un grupo de empresarios, se juntó «con los que explotan a los trabajadores y secuestraron a sus hijos». Y advirtió: «así nos vamos a pique».
Continuando con el «fuego amigo», Víctor Hugo Morales, que viene a ser una especie de empleado público del gobierno de Maduro, dijo que es «una vergüenza» que Argentina condenara los atropellos a los derechos humanos en Venezuela. Algo que firmó la figura más representativa de la Izquierda en América: Michelle Bachelet.
Agregando un poco más de leña al fuego, Mario Ishii, el eterno intendente peronista de José C. Paz, fue grabado contando su esfuerzo para «tapar a los que venden falopa» en las ambulancias de su distrito, uno de los más pobres del conurbano.
Son sólo algunos de los problemas internos que le toca atender al «gobierno de científicos», mientras tropieza en sus idas y vueltas por la Pandemia y la inseguridad aumenta, incrementada por la liberación de miles de presos alentada desde muchas voces afines a la coalición gobernante.
En esta suerte de «tierra de nadie», con trabajadores encerrados y delincuentes libres, donde los jubilados se defienden por sí mismos de las lacras que tomaron las calles, nadie puede vivir con tranquilidad. Ya sea por el miedo al contagio de COVID, por la incertidumbre económica, o porque cualquier malviviente parece tener el derecho y la protección de un sistema jurídico corrupto para entrar a la casa de quien quiera, torturarlo y hasta matarlo impunemente.
Y como nadie se hace cargo de sus actos, ni paga por ellos, desde el político que se enriquece ilícitamente, hasta el juez que libera a un asesino o un violador, seguimos condenados a sobrevivir en un medio que nos es hostil, en el que los únicos privilegiados son los que se aferran al poder y hacen de este su medio de subsistencia.
Pero la indignación siempre es de los que mandan hacia los que disienten, preferentemente los periodistas no alineados con el relato –en los últimos días fue otra mujer, Viviana Canosa, la que declaró sentir miedo por una advertencia que el Presidente envió a su celular- o hacia los que protestan –como pasó con el masivo «banderazo» del 9 de julio, a cuyos manifestantes se los descalificó como si los únicos habilitados para manifestarse fueran los oficialistas o los piqueteros.
Sostener que los que piensan distinto son «odiadores» no es más que una forma velada de sembrar odio. Néstor Kirchner decía «no miren lo que yo digo, miren lo que yo hago». Al Presidente le vendría muy bien tomar en cuenta el consejo de su mentor. Y reemplazar los discursos grandilocuentes por la contundencia de los hechos, que nunca pueden ser rebatibles.