Juntos o amontonados



Editorial » 02/01/2021

«Hice lo que me mandaste», le dijo Alberto Fernández a Cristina, en el mismo acto en el que su mentora mandó a «buscarse otro laburo» a los ministros que «no se animen» a hacer las cosas como a ella le gustan. La pública confesión no agrega nada nuevo a lo que ya se sabía: siempre estuvo claro quién manda en la Argentina. Pero los exabruptos de la ex presidenta superaron todos los límites en su última «carta abierta» en la que, al cuestionar a la Corte Suprema de Justicia y a la división de poderes consagrada en la Constitución Nacional, directamente puso en jaque al sistema republicano de gobierno, algo insólito desde la vuelta de la Democracia, postura a la cual insólitamente se sumó también el propio Presidente. Seguramente el modelo de poder con el que ella sueña es el que rige en la Venezuela de su amigo Nicolás Maduro, donde todo se decide según la voluntad del dictador, responsable de crímenes y persecuciones de opositores pero aún venerado por gran parte del kirchnerismo y la siempre vetusta izquierda vernácula.
Rogando que pese a las advertencias del propio Putin, las vacunas rusas sean suficientes –y eficientes-, sin poder explicar convicentemente qué fue lo que ocurrió con la vacuna de Pfizer, y con el ya indisimulable fracaso en lo sanitario –más de 42.000 muertos por el COVID- y en lo económico –más del 40 % del país sumergido en la pobreza- a cuestas, el gobierno sigue dando pena y encendiendo alarmas en cada uno de sus actos. Desde la triste imagen del Presidente intentando contener a la gente con un megáfono, en el incomprensible y multitudinario velorio de Maradona dentro de la Casa de Gobierno, auspiciado por los mismos que no te dejan visitar a tus padres o hijos «por la Pandemia», hasta la vergonzosa reivindicación de los guerrilleros asesinos de los 70, en el acto en el que Alberto y Cristina aplaudieron a los montoneros en la ex ESMA, la Argentina sigue a los tumbos y sin un horizonte claro.
Y así, se cerró un año atípico, con imágenes que perdurarán para siempre. Como las de las aulas vacías, y la de los barrabravas entrando libremente a la Casa Rosada. Un año con tarifazos y una inflación galopante, pero con toda la primera plana del poder político dedicada enfermizamente a desarticular las causas por corrupción que los involucran en lugar de solucionar el desastre económico y social que estamos sufriendo y en el que nos dejaron. Un año que puso al desnudo un país extraño, donde «el mérito» ya no sirve pero sí sirven los gobernadores como Gildo o los sindicalistas como Moyano, según la particular escala de valores del presidente.
Un país lleno de contradicciones que sigue sin encontrar un rumbo, en el que con su búsqueda y construcción del poder, la coalición gobernante demostró una vez más que una cosa es estar juntos y otra muy distinta, amontonarse.


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