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Francisco Manso, un hombre que nunca bajó sus banderas



Historias de Mi Ciudad » 01/09/2021

El 17 de diciembre de 2014, cuando tenía 93 años, falleció uno de los grandes hombres de la historia varelense: Francisco Manso. Gran impulsor de la imponente obra del Centro de Jubilados local, que presidió con mano firme y honestidad manifiesta durante décadas, tuvo una vida agitada, que incluyó su nada fácil supervivencia en los «años de plomo» pese a lo cual siempre se mantuvo fiel a sus convicciones, sin que nadie lograra hacerlo claudicar y mucho menos traicionar a sus representados.
Había nacido en Avellaneda el 1 de octubre de 1920, pero vivió en nuestra ciudad durante más de 70 años. Se casó con la española María Senra y tuvo tres hijos, que le dieron nietos y bisnietos que pueden sentirse orgullosos de su legado.
Su larga trayectoria como representante gremial y su inclaudicable espíritu de lucha a favor de la clase obrera le costaron la cárcel, tras la Revolución del 55, compartiendo celda con John William Cooke y Héctor J. Cámpora, entre otros, y también fue secuestrado y torturado por fuerzas policiales durante la dictadura de los años 70.
Reconocido desde todos los sectores como un hombre valiente y de bien, jamás bajó sus banderas y en una ocasión puteó cara a cara a un presidente que no había cumplido con sus promesas de campaña.
En una nota que le hicimos en 2004, nos dijo: «Toda mi vida fuí comunista y ser comunista es dar todo en favor de la comunidad y vivir humildemente, como viven los trabajadores. Pero no milito porque no estoy de acuerdo con el Partido. También defiendo a los peronistas, pero a los decentes, no a los corruptos. Nosotros homenajeamos a dos peronistas que fueron honrados y desinteresados, como Juan Baró y Ramón César Suárez, el fundador de Mi Ciudad».
En aquel reportaje, cuando Manso dirigía el Centro de Jubilados pero también trabajaba en el kiosco de diarios de la Estación, nos contó parte de sus recuerdos, que transcribimos a continuación:

-¿Qué recuerda de su infancia?
-Yo era muy rebelde. Sólo consiguieron dominarme dos maestras: la de primer grado y la de cuarto. Después, yo era terrible... Ese carácter todavía me dura.
-¿Cómo empezó su carrera laboral?
-De chiquito iba a la escuela y a aprender a una carpintería. A los 14 años, era oficial remachador en la fábrica de jabones Llauro, después entré a trabajar en un comercio donde habían inventado un cricket automático, y uno de los dueños me había prometido habilitarme un negocio, cosa que no cumplió. Como para mí la palabra vale mucho, me fuí, y entré a un frigorífico que más tarde pasó a depender de la Fundación Eva Perón. Después, pasé a Siam. Era una época en la cual los dirigentes del Sindicato andaban con el «38» en el bolsillo. Estando Perón como Presidente hicimos un gran paro en la UOM (Unión Obrera Metalúrgica). Nos tiroteamos, yo me tiré abajo de un tranvía... y todo se terminó cuando vino la Prefectura.

-Usted ya andaba aglutinando gente...
-Siempre me gustó organizar a los trabajdores. En Siam nos echaron a varios, y a mí me llamaron para elegir a qué fábrica quería entrar a trabajar. Les dije «si no entran mis compañeros, yo tampoco». Y no fuí. En Siam también mandaron un tipo a matarme, pero lo agarré en el baño y le puse una 8 milímetros en la cabeza, diciéndole que se cuidaran de mí, así que se fue. A ese tipo con el tiempo lo terminó matando su propia esposa, porque le hacía la vida imposible. Cuando cayó Perón yo dirigía a 5000 obreros. Fuimos a Plaza de Mayo, y en la CGT nos daban la foto de Evita, aunque lo que necesitábamos, eran armas.
-¿Cómo fue que cayó preso?
-Me vino a buscar la Policía. Me llevaron a La Plata, de allí a la Federal, después a la cárcel de Caseros, y después a Río Gallegos. Allí estaban presos Cámpora, Espejo, Kelly, Cooke, Rener... El Director de la cárcel pretendía que yo le trabajara gratis, y le dije que no, que si quería tenía que pagarme como en la calle. Al poco tiempo algunos se escaparon. A mí me habían invitado a ir con ellos, pero me quedé. ¿Por qué iba a escaparme, si yo no había robado nada? Yo sólo era un obrero... Después de la fuga, el Ejército ocupó la cárcel. Y luego nos trasladaron a Trelew. Allí también estaba preso Alejandro Olmos. En total, estuve encerrado por dos años, y sólo una vez ví a mi esposa y a uno de los chicos, porque en el sindicato los muchachos hicieron una colecta para que pudiera ir a visitarme. Cuando me soltaron, viajé hasta San Antonio Oeste y allí no querían dejarme seguir hasta Carmen de Patagones porque no tenía documentos, así que organicé un mitín, y me dejaron viajar.
-¿Es cierto que lo puteó a Frondizi?
-Frondizi me había mandado su libro «Política y Petróleo» a la cárcel, lo leí varias veces y era muy importante lo que planteaba. Un día, cuando yo trabajaba en la Italo, estaba arreglando un cable en la calle Charcas y lo ví bajarse rodeado de policías... No me aguanté. Me le fuí encima y le dije: «vos sos un hijo de puta... Escribiste una cosa e hiciste otra»... Al final me sacó la Policía, y le dije, «¿así que lo defienden a él? ¿Quién es el bueno y quién el malo?»...
-Los militares lo torturaron...
-Sí. Me secuestraron en Plaza Once, y me tuvieron nueve días, que fueron peores que los dos años preso. Uno de los que más me torturaba tenía un crucifijo colgando. Yo lo ví y pensé... «Si todos los católicos son así, estamos jodidos»... Pero no lograron que les dijera nada. Yo prefiero perder la vida que delatar a alguien.
-¿Cómo entró al Centro de Jubilados de F. Varela?
-En épocas de Cirilo Echavarría. Después él se enfermó y la Vice Presidenta María Medina me pidió que les diera una mano... Empecé trabajando gratis, levantando paredes, y terminé siendo Presidente por tantos años...
-Hicieron una gran obra...
-Sí. El último salón nos costó 200.000 dólares. Y todo, cobrando sólo 50 centavos a cada socio, que desde 2005 serán 1 peso, por decisión de la Comisión Directiva, aunque yo no estaba de acuerdo con el aumento.
-¿Y ahora? ¿Qué balance hace de su vida?
-Estoy muy contento con mi vida, y quiero seguir viviendo, hasta los 115 años. Yo estoy al servicio de la comunidad, no puedo estar quieto en mi casa... No quiero puestos ni dinero, quiero vivir en un mundo mejor, para mis hijos y mis nietos y bisnietos. Por eso lucho. Por mi país. Viví siempre sin manchas, con honradez, y así moriré.


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