Los chanchos



Editorial » 01/09/2021

No fue un error. Fue un delito. Y un delito por lo menos similar –o peor, dada su investidura- al que cometieron los 14.000 argentinos imputados por haber roto el aislamiento obligatorio que el propio Presidente decretó e incumplió.
Que Alberto Fernández haya estado participando de una fiesta en Olivos al mismo tiempo que en las calles las fuerzas policiales perseguían, controlaban, encerraban y hasta mataban a la gente es, además de una violación a la ley, un acto de inmoralidad y falta de empatía que la sociedad debería cobrarle en las urnas, y la Justicia, en los tribunales. Pero ya se sabe: la memoria no es algo que distinga a nuestra sociedad. Si hasta a los «vacunados VIP» se los premió con un ministerio, como pasó con el ex guerrillero Taiana, o con un lugar destacado en la lista de pre candidatos a diputados nacionales, como ocurrió con Julio Pereyra, décimo en la nómina que encabeza Victoria Tolosa Paz. El ex intendente de Florencio Varela fue otro privilegiado que recibió, entre gallos y medianoche, las dos dosis de la Sputnik en el Hospital El Cruce, meses antes que ancianos octogenarios, y con el agravante de figurar como «personal de salud». En pocos meses más tendrá una banca en el Congreso Nacional. El kirchnerismo lo hará posible.
Mientras el presidente levantaba autoritariamente «el dedito» amenazando a los que no cumplieran las restricciones, entraban a Olivos los amigos de su mujer, los Moyano y su familia, un empresario oriental que consiguió contratos con el Estado, peluqueros y hasta el entrenador de su perro. Al mismo tiempo que festejaba el cumpleaños de Fabiola, a la que después le echó la culpa de la celebración, miles de ciudadanos no podían despedirse de sus muertos, ni reunirse con sus padres o sus hijos. También, provincias como Formosa cerraron sus «fronteras» e instalaron insólitos y compulsivos «centros de aislamiento» violando los derechos humanos más esenciales y cientos de argentinos quedaron varados en el mundo, porque no se les permitía regresar al país. Las escuelas estaban cerradas y se culpaba de la propagación del virus a los «runners» de la ciudad de Buenos Aires.
Pero no todo es gratuito. Algunos casos quedarán por siempre en la conciencia de los responsables de esta nueva burla a la sociedad, y tal vez algún día hasta tengan sus merecidas consecuencias penales. Entre ellos, el del padre de Solange Musse, al que le negaron el ingreso a Córdoba, impidiéndole ver a su hija antes de que muriera por cáncer. O el de Milagros Jiménez, una nena también enferma de cáncer a quien su padre tuvo que cargar en brazos por cinco kilómetros, porque le negaron el ingreso a Santiago del Estero por carecer del «permiso de circulación». ¿Quién les extendió y bajo qué concepto ese permiso a los amigos de la «Primera Dama» para asistir a su banquete en momentos en que sólo podían salir a la calle los «esenciales»?. ¿Cómo llegaron a Olivos?
Las mentiras y la total desaprensión del Presidente, que empezó por negar la reunión, siguió por deslizar que la foto era falsa y terminó por admitirla, y la posterior aparición del video confirmatorio, astillaron aún más la confianza de un Gobierno que viene destrozando todo a su paso, con una inflación descontrolada, provocando el creciente éxodo de jóvenes que huyen de un país que no les da esperanza y la estampida de grandes empresas, fundiendo a miles de PYMES, y superando los 111.000 muertos por sus desmanejos durante la Pandemia.
«A los idiotas les digo: la Argentina de los vivos, que se zarpan y pasan sobre los bobos, se terminó… No voy a permitir que hagan lo que quieran. Si lo entienden por las buenas, me encanta, si no, me han dado el poder para que lo entiendan por las malas», dijo el Presidente, mientras millones de bobos respetábamos la ley, aunque para la Ministra Vizzotti, «todos los argentinos cometimos errores» –como el que ella considera cometió Alberto- durante el aislamiento. Aunque hay que reconocerle algo: al menos esta vez no estaba sentada al lado de la payasa Filomena.
Ya lo dijeron los chanchos que imaginó George Orwell, en «Rebelión en la Granja»: «todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».


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