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Lita Crespi



Entrevistas » 01/12/2021

A sus 85 años, Raquel «Lita» Crespi está espléndida. Nacida el 26 de septiembre de 1936 en Villa Susana, Florencio Varela, y ahora radicada cerca de sus hijos, Adriana y Claudio, y sus cuatro nietos en Adrogué, fue artífice de su destino y un ejemplo de resiliencia que supo trasladar a los suyos.

A sus 85 años, Raquel «Lita» Crespi está espléndida. Nacida el 26 de septiembre de 1936 en Villa Susana, Florencio Varela, y ahora radicada cerca de sus hijos, Adriana y Claudio, y sus cuatro nietos en Adrogué, fue artífice de su destino y un ejemplo de resiliencia que supo trasladar a los suyos. Vivió frente al club de su barrio natal hasta los 14 años, cuando su madre y sus tíos compraron una finca en la calle Alem, donde durante 20 años, tiempo después, llevaría adelante una popular forrajería. En charla con Mi Ciudad, nos cuenta sobre algunas tardes junto a su tía, Angela Bernaschina, que jugaba a las cartas y la lotería con sus amigas, «las chicas de Calvi», y sobre su tío, Pedro, el primer concesionario YPF de Varela, que repartía querosén y nafta por las quintas de la ciudad. También, que conoció al presidente de la Cámara de Comercio, Nito Piotrowski, cuando era vendedor en una sedería quilmeña llamada «Luis y José».

-¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
-Muchos. En Villa Susana con todos los vecinos éramos como una familia. Fui a la Escuela 11, con compañeros como Cacho Ruiz, Pesci, Leva, una chica que no iba a mi grado pero con la que nos queremos mucho, que es María Rosa Garlatti, Negrita Magaldi, María Antonia Rossi… Jugábamos a la escondida, a la mancha, a saltar la soga. Eran juegos muy simples, no teníamos la tecnología que hoy tienen los chicos. Y cuando nos compraban una bicicleta era una fiesta. Los compañeros de juego en el barrio eran la chica de Fano, Tete Pagano, que vivía pegado a mi casa, con el que nos criamos juntos, los Ben, las chicas de Dobal, los Guzzetti…
-¿Cómo era Villa Susana en esos tiempos?
-Muy tranquilo, muy familiar, nos conocíamos todos. De noche salíamos a la vereda a jugar. Los padres se sentaban afuera y nosotros jugábamos en la esquina, aunque como era hija única, no me dejaban salir mucho y jugaba en el fondo, a través de los tejidos, con Teté Pagano y con los Dobal. Era lindo, era otra vida.
-Hábleme de sus padres…
-Mi mamá estuvo conmigo hasta que fue grande. Mi papá murió muy joven, cuando yo tenía tres años. El era herrero. Era una época en que había muchos carruajes y lo que recuerdo de él es que los domingos venía a buscarme con un caballo que me parecía enorme, y me llevaba a dar una vuelta. Esa era mi diversión con mi papá. Después se enfermó y murió en poco tiempo. Quedé sola con mi mamá, luchamos mucho las dos… Cuando tuve quince años, como en Varela no había secundario y solo estaba el Colegio de Hermanas, que no se podía pagar, hice cursos en la Academia Pitman, que era lo que se usaba en aquellos años, y entré a trabajar en la fábrica Sirio, donde ahora funciona el Colegio Homero Manzi. Mi mamá también trabajaba ahí. Yo hacía seis horas por ser menor. Y a la tarde iba a Quilmes a estudiar un Secretariado.

(ver nota completa en la edición de pape. En todos los puestos de diarios de F. Varela )

-¿Qué fabricaba la Sirio?
-Conservas de tomate de todo tipo, alcauciles, vegetales, y dulces y tenía sucursales en Mendoza y Pedro Luro. Ahí estuve siete años y después busqué un mejor porvenir y entré a la fábrica Spreáfico, gracias a una persona a la que recuerdo siempre con mucho cariño, que fue Mario Bódega, con quien nos conocimos cuando íbamos al trabajo en bicicleta. Ahí estuve otros siete años hasta que me casé.
-¿Ahí era administrativa?
-Ayudaba en lo que ahora se llama «Recursos Humanos», tomando a la gente, ayudando a Mario. Para mí fue un padre.
-¿Cómo conoció a Claudio, su esposo?
-Lo conocí por sus hermanas, que eran compañeras mías en Spreáfico. Estuvimos muchos años de novios y diecisiete años de casados hasta que Dios dijo basta.
-¿Eran de ir a bailar?
-Mucho. Con mi marido nos gustaba mucho bailar. Nos conocíamos de vernos en los clubes pero no de tratarnos. Íbamos a bailar al club Zeballos, a Defensa, al Nahuel. Esos bailes eran hermosos, familiares, todas íbamos con las madres al lado. Igual que en el cine, o ibas con tu madre o con una prima, siempre tenía que haber alguien. Era distinto, no sé si mejor o peor, pero distinto.
-¿En los bailes había música en vivo?
-Había grabaciones y también orquestas en vivo, como las de Biaggi, Varela y la Característica de Feliciano Brunelli.
-En esos tiempos se hacía la famosa «Vuelta al Perro». ¿Nos cuenta cómo era?
-Era una vuelta en la plaza, se hacía los sábados o domingos, ya que no había mucho más tiempo porque todo el mundo trabajaba. Las chicas iban con las amigas, y los muchachos se paraban en la esquina. Era una forma de conocerse.
-Como la misa…
-Sí, también la misa. El cura era Santolín, que me casó y bautizó a mis hijos.
-¿Cómo fue que abrió la forrajería?
-Mi marido tenía un taller de pintura al horno de bicicletas y motos, después se amplió, hicimos un galpón y empezó a pintar autos. Antes de abrir el taller, íbamos con una moto furgón a repartir panchos por los colegios, en Quilmes, Claypole, antes de entrar a trabajar… Hicimos mucho sacrificio. Después él empezó a trabajar con César Gatto, que más que vecino era familia, en gas y plomería. Cuando conoció a Claudio Dal Vecchio, pegaron una onda bárbara, y empezó a trabajar en obras grandes. Ahí nacieron los chicos y estuvimos bien. Cuando él murió, los chicos eran muy chiquitos. Claudio todavía no había cumplido un año, y yo alquilé el galpón. Tenía el departamento en el fondo. Estuvo así unos cinco años, hasta que el señor que alquilaba falleció y yo tenía que trabajar. Claudio estaba en Jardín y Adriana en la Primaria y no quería dejarlos solos, así que puse la forrajería. Hice cursos de plantas, paisajismo, jardinería, bonsái, que actualmente sigo haciendo. Teníamos que pintar y los chicos pintaban hasta los ventanales, que sería un metro del piso, y arriba yo. En dos días lo terminamos y empezamos a trabajar. De caradura fui a lo de Molinero y le pedí un surtido de cereal… En esa época todos tenían gallinas y otros animales en sus casas… Y Claudio, chiquito como era, con seis años, el primer día que abrí, se puso a vender carbón en la puerta. Estuvimos 20 años, fuimos agregando cosas… Y cuando nació mi primera nieta cerré y me dediqué a ser abuela.
-¿Quiénes eran sus clientes?
-Fernando Nardini, Moreira, todos los del barrio, porque el que no tenía perros tenía canarios… Los Gatto, los Ghio, Bodega, los Paz… El barrio nos ayudó mucho. Yo sabía que cuando tenía que hacer un trámite y no podía llevar a mis hijos, ellos me los iban a cuidar.
-¿Qué balance hace hoy?
-Tengo que agradecerle a Dios por la familia que pude formar y la que formaron mis hijos, por los nietos que me dieron y lo buenos que son conmigo. No fui una madre fácil, que decía todo que sí. No me dieron mucho trabajo pero había límites. No tenía a nadie que impusiera respeto atrás mío, estaba sola. Esa fue mi vida.
-Su vida fue un desafío…
-Un desafío continuo. Cada vez que caía, me fortalecía más. Es como que te da fuerza. Yo miraba para atrás y estaba sola. Entonces había que luchar. ¿Qué iba a hacer? Tirarme en una cama a llorar, no. Lloraba sí, pero por dentro. Tenía dos chicos que criar.
-¿De dónde sacó esa fuerza?
-Mi madre fue muy valiente, también, Y después, la vida. La vida te va presentando cosas. O caés, o salís adelante.


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