Por Federico Quinteiros
El hilo de Ariadna es una editorial Argentina que viene publicando al premio Nobel J. M. Coetzee. La novela llamada El Polaco reescribe la historia de La Divina Comedia. Una musa silenciosa y esquiva aparece luego de tanta invocación cuando ya es tarde. De la manera más feroz mediante el uso de la palabra. El polaco narra la historia de un músico octogenario y una mujer que hace de anfitriona suya en la visita de este a su ciudad.
El hilo de Ariadna es una editorial Argentina que viene publicando al premio Nobel J. M. Coetzee. La novela llamada El Polaco reescribe la historia de La Divina Comedia. Una musa silenciosa y esquiva aparece luego de tanta invocación cuando ya es tarde. De la manera más feroz mediante el uso de la palabra. El polaco narra la historia de un músico octogenario y una mujer que hace de anfitriona suya en la visita de este a su ciudad. El músico se enamora perdida e inexplicablemente de ella. Ambos personajes se encuentran y desencuentran a lo largo de la novela en algo que no termina de distinguirse entre sueño y realidad, comedia o tragedia. La novela es un despertar en medio del ocaso, del desgano, una pequeña obra maestra que trata sobre la vejez, el deseo y las oportunidades que se pierden o más bien se repiten sin cesar, casi como una especie de karma, como sucede en estos tiempos con la ansiedad, el celular. Tiempo de decisiones. Es un lunes de lluvia luego del domingo de elecciones. No quiero enterarme de los resultados. Salgo a la calle. Me pongo la campera que me dio mi abuela Haydeé. Una campera azul que usaba mi tio Búho para ir a trabajar a la 500. Una campera que aún conserva un olor parecido al de su pieza. Mi abuela me la dio una vez porque había ido a visitarla y mi campera estaba toda empapada. Usé poco esa campera porque mi tío me había dado otra color gris -o tal vez rosa- que me gustaba más. Mi tío me había contado que tenía otra campera que me gustaba, que se la había prestado a mi primo Kity pero este nunca se la devolvió. Esa campera que me gustaba se me rompió y nunca la cosí. Y empecé a usar otras. Una campera rompeviento que mi tío Ricardo había dejado en la casa de la abuela en una de sus estadías. Que también se me rompió el cierre para mi lamento. Y otra que mi papá le había regalado a mi abuelo y mi abuelo me la regaló a mi porque le quedaba grande. Empieza a llover. Yo sin paraguas. Nunca supe bien cómo usarlos y siempre que los usé me mojé una parte del cuerpo exageradamente. No sé si agarrarlos de muy arriba o de muy abajo y poner mi cabeza cerca del centro, porque cuando me muevo un poco para intentar ver más allá, sus ganchos de metal se enganchan a los pelos mi cabeza y me tironean fuerte. Entonces le tomé aversión a usarlos. Y salí siempre sin paraguas y cada vez que llovió me refugié en alguna parada de colectivo hasta que pare de llover. Llego a la librería y busco a ver si hay algún libro de Coetzee. Me recuerda a un escritor noruego que recomendó Hebe Uhart, llamado Kjell Askildsen, que me fascinó. Era un escritor de relatos cortos. Recuerdo haber mandado un mail a un periodista de Noruega para intentar contactarlo. Mi inglés no alcanzó. Murió hace poco. No encuentro lo que busco y salgo con otro libro cualquiera: La sabiduría de la comarca. Afuera sigue lloviendo. Salgo de la librería y me paro en un puesto de diarios. Una vez llovió tanto que se cortó la luz en zona sur como dos días. Con mi hermano salimos a recorrer las calles vacías y filmamos una película que titulamos Nadie a salvo. Yo quería ser director de cine. Creo que descubrí que me gusta más mirar películas. Saber contarlas, aprender a hacerlo, es otra cosa. Mi abuelo Oscar le dijo a mi abuela Chiche en medio de la pieza oscura: vieja, desapareció la luz en el mundo entero. A ver quien la hace aparecer.