Una semana después de cumplir 100 años fui a votar



Sociedad » 09/12/2023

Ivar Benjamín Laursen nació el 15 de octubre de 1923 en su casa (Avenida Patricios 52) del barrio porteño de Parque Patricios. Es padre de Liliana Inés (66) y Rubén Horacio (61), abuelo de Gastón (43) y Luciano (16).

Ivar Benjamín Laursen nació el 15 de octubre de 1923 en su casa (Avenida Patricios 52) del barrio porteño de Parque Patricios. Es padre de Liliana Inés (66) y Rubén Horacio (61), abuelo de Gastón (43) y Luciano (16).
Su padre, Sigbaldo Gustavo, era dinamarqués, capitán de ultramar de barcos de vela, que en uno de sus viajes a la Argentina durante la Primera Guerra conoció a su madre entrerriana. De esa relación nacieron dos hijos: Gustavo y Benjamín, quien no pudo conocer a su madre biológica ya que falleció en el parto. Don Benjamín tuvo una madre de leche que lo alimentó mientras era un bebé. Su hermano, apenas era un año mayor. Luego su padre se casó con Lola, quien se convirtió en su madre de crianza.
La familia vivió en La Boca hasta que compraron una quinta en el barrio La Sirena (todavía está la vieja casa) y un campo en Dolores. De capitán a estanciero, el dinamarqués se dedicó a la cría de animales y a la siembra del campo viajando cada quince días de un lugar a otro.

-¿Qué nos puede contar de su infancia y adolescencia en aquella época?
-Yo nací del otro lado de Parque Lezama. Viví con mi abuelo materno cuando era chico. Luego compró un conventillo en la calle Balcarce 1381. Recuerdo de esa época que me llevaba a una maestra particular y de ahí las matemáticas me gustan mucho, soy bastante bueno… Fuimos a la escuela en San Juan 850, un colegio bilingüe, de inglés. Allí estábamos pupilos y salíamos cada quince días, cuando mi papá nos iba a buscar y nos traía a Varela.
Mi papá vivía con Lola acá en una época muy difícil, porque había ladrones. Más de una vez andaba a los tiros con la gente. Porque antes era así. Él salía a tirar a los ladrones y Lola le cargaba y le llevaba el revólver para defender lo suyo.
Él viajaba en el Provincial, en el ramal del tren que iba de Avellaneda a La Plata y las estaciones que estaban cerca eran Monteverde por un lado y Solano por el otro. De ahí se venía caminando. Cuando terminé la primaria, me llevaron a vivir a Varela. El colegio secundario lo hice en el Pueyrredón, en la calle Chacabuco de Capital. Viajaba todos los días en el Expreso Buenos Aires, una línea de colectivo que iba de Constitución a La Plata. Recuerdo que lo tomaba en donde está La Caminera, en Camino General Belgrano. Por acá era todo de tierra, entonces me iba en sulky de la chacra hasta allí, lo ataba en el palenque del almacén de Leal, la esquina frente a la estación de servicio, me iba al colegio tranquilo. A la vuelta me volvía con mi papá, que me pasaba a buscar por lo de mi abuelo, ya en esa época tenía auto.
«Después intenté seguir la facultad, la carrera de Ingeniería, pero no prosperó. Me dediqué al campo. De grande estudié para agrimensor y me recibí a los cincuenta años», agrega Benjamín a Mi Ciudad.

-¿Cómo era vivir sin tanta tecnología?
-El primer teléfono de la zona lo trajo mi padre. Él necesitaba estar comunicado por el trabajo. Entonces lo hizo traer desde Capital Federal porque cuando él lo había pedido, le dijeron que no, que solo si él se hacía cargo del tendido se lo daban… y así fue, él pagó todo el cable y los postes.
Y para tener luz en la casa mi papá había comprado un equipo de 32 o 36 volts, no sé, pero era un generador con batería para tener electricidad. Teníamos gallinas, entonces teníamos incubadora para tener los pollitos. Los pollos los criábamos, los comíamos o los vendíamos, pero nunca comercialmente.
-¿A qué se dedicó en su juventud?
-Con 24 años entré a Obras Sanitarias. En esa época tomaban examen para ingresar. Pedí que me lo tomaran y luego de unos meses me llamaron para trabajar. Desde el 4 de noviembre de 1948 hasta que me jubilé trabajé ahí. Hice carrera. Ingresé como dibujante de planos del servicio de agua y cloaca y fui ascendiendo hasta llegar a jefe de instalaciones de distrito.
Después cuando me puse de novio fui parquetista, como adicional de trabajo. Todas las épocas fueron duras… Primero vendía parquet y luego colocaba los pisos. Los pisos del cine de Varela los coloqué yo.
-¿Cómo conoció a su compañera de vida?
-A comienzos de los 50, conocí a Vassa Lashuk, una ucraniana que tenía doce años menos que yo. La conocí en el loteo de la quinta. Sus padres habían comprado un terreno por acá.

Nos cuenta Benjamín que andaba mucho a caballo por la zona hasta que la conquistó. En 1955 se casaron cuando ella cumplía sus veinte años de edad.
«En Quilmes nos hicieron la fiesta de las Bodas de Oro», dice.

Los últimos años vivieron en un departamento en Capital hasta la pandemia. Vassa sufría de Alzheimer por lo que recibió sus últimos cuidados en un asilo para ancianos donde falleció.
-¿Qué relaciones de amistad recuerda?
-Algunos del colegio... al Portugués, un vecino del campo de al lado. Recuerdo que siempre íbamos a la Caminera a comprar las cosas al almacén de Leal, también había un mecánico, que le decían que se iba a matar corriendo, y se mató trabajando, una fatalidad… Al centro de Varela íbamos para carnavales, durante el año no, solo a la herrería a herrar los caballos porque acá no había nada, era todo campo, estancias, quintas… Hasta que empezó Solano. Yo tenía pocas relaciones.

Y agrega: «Me ocupaba de arar, de cortar el pasto, hacíamos la parva para el invierno para los animales, carneábamos chanchos, hacíamos la grasa de cerdo (no usaba aceite), hacíamos manteca… Teníamos una vida tranquila de campo. Y teníamos dos caballos de carrera, que los cuidábamos mucho. Los criadores se los daban a mi papá y cuando ganaban nos pagaban un dinero».
-¿A qué se dedicó una vez jubilado?
-A los 80 años me compré un taxi de Capital y trabajé hasta 2007.

Comenta su hijo Rubén que le pidieron a Don Benjamín que dejara de trabajar ya que la calle se estaba poniendo muy peligrosa y ya lo habían asaltado dos veces.
Hasta que vendió la licencia del taxi pasaron unos años y siempre se mantuvo activo. Todos los años renovaba su licencia y registro de conducir. Manejó hasta antes de la pandemia. «Es un hombre muy vital. Una semana después de su cumpleaños lo tuve que llevar a votar a Capital», relata Rubén.

-¿Y ahora, Don Benjamín, qué hace?
-Y ahora no hago nada. Miro la televisión porque leer no puedo.
«Mira mucho lo que es noticieros, y también escucha la radio cuando se va a dormir»- nos cuenta su nieto Luciano.
-¿Qué es lo que más recuerda?
-Y quizás recuerdo todo. Todavía me queda algo de memoria. La memoria hay que ejercitarla.
«Le gusta mucho jugar a los juegos de mesa. Siempre le gustó hacer ejercicios de matemáticas, sudokus, jugar al ajedrez» , agrega Luciano.
-¿Cuál fue el momento más difícil que pasó en su vida? ¿Y el mejor?
-La verdad que el más difícil, no sé. Todos fueron buenos. Ahora, el más lindo, el más dulce… el casamiento.
-Estuvo muy enamorado…
-Sí. Siempre estuvimos muy enamorados. Nos llevábamos muy bien. Mi padre no quería que nos casáramos porque decía que yo era muy grande. Sin embargo, estuvimos juntos toda la vida, hasta que ella falleció. Tal vez ese haya sido el momento más duro, más en la pandemia.
-Habrá aprendido mucho en esta vida, pero ¿qué fue lo que más aprendió en estos 100 años?
-A respetar a los demás, tratar de no hacerle mal a nadie, ayudar a todos los que se pueda, a no abandonar a la gente… así se puede llegar a vivir… La verdad que el fundamento es no hacer mal al prójimo.
-¿Cuál es su mayor deseo hoy?
-Seguir viviendo con salud mientras pueda.

Nos despedimos de Don Benjamín agradeciendo su entrevista y preguntándole cuál es la fórmula para vivir 100 años… y simplemente nos dijo: «trabajar».

Lic. Claudia Elena Rial.


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