Por Cacho Sosa
Compartiendo algunos periodos en una comisión cooperadora escolar, tuve oportunidad de conocer -entre los padres y madres de alumnos- a la señora Araceli de Varela, vecina de esta ciudad.
Compartiendo algunos periodos en una comisión cooperadora escolar, tuve oportunidad de conocer -entre los padres y madres de alumnos- a la señora Araceli de Varela, vecina de esta ciudad. Al cabo de algún tiempo, en un encuentro circunstancial, de la charla evocativa de esa bella etapa surgieron temas referidos a nuestras familias; uno de los cuales fue enterarme de su apellido de soltera: Gardes, que, según se sabe, era el verdadero de Carlos Gardel.
A la obligada pregunta de que si existían vínculos familiares con el gran cantor, dice Araceli que, efectivamente, pertenece, en tercer grado, a la dinastía gardeliana que comienza a principios del siglo XIX en la Francia natal de sus antepasados.
Residente en nuestra ciudad desde 1970, aquí formó su familia, con su esposo Rolando Varela, -lamentablemente fallecido en 2002-, y sus dos hijos, Vanesa Isabel y Hernán Rolando, constituyendo el clásico hogar de clase media encaminado desde siempre a mantener los valores del trabajo y la educación; sin que el enorme bagaje que podría significar el famoso ancestro, motivo de especial halago, afectase su estilo de vida.
Pero no es menos cierto que el linaje heredado fue tema recurrente en el ámbito familiar y, en tal sentido, Araceli dice a Mi Ciudad que su prima, Elena Irene Gardes, se propuso a sí misma la misión de alumbrar los vínculos naturales del llamado «Morocho del Abasto» con los que llevan su mismo apellido.
Elena Irene -residente en el partido de La Matanza- docente (profesora de inglés)- realizó un paciente trabajo de investigación que culminó con la edición del libro Carlos Gardel y la raíz de mi genealogía (Ediciones Corregidor, 1996), actualmente agotado, y que clarifica a la luz de testimonios comprobables y material fotográfico, las innumerables versiones que tanto el fervor popular, como así también algún interés aleatorio pudiesen haberla desvirtuado, la verdad de la trayectoria personal y artística del notable intérprete.
Muy gentilmente, Araceli y su hija Vanesa -de un día para otro- me acercan una fotocopia del citado libro. Ya desde su prólogo se percibe la responsabilidad conque fue concebido y desarrollado, para rematarlo con el frondoso (valga la analogía) árbol genealógico.
De éste puede inferirse -salvo error de interpretación- que, tanto nuestra convecina Araceli Esther como su prima Elena Irene, se registran como «sobrinas segundas» del que se considera el máximo intérprete del tango argentino.
Sobre el padre de Gardel
Confirmado el lazo familiar de la autora y su prima Araceli con el cantor (motivo de esta nota), el creciente interés por la lectura hace escala en la resolución de una permanente duda que Elena Irene define textualmente: «¿Quién fue el verdadero padre de Carlos Gardel? Aquí revelaré el misterioso secreto sepultado durante algo más de un siglo».
Tomado del relato de su abuelo Eduardo Gardes, quien vivía con sus padres y hermanos, y por quien sentía especial afecto, Elena refiere que Berthe Gardes (la madre de Gardel – prima de Eduardo-) siendo una niña de 9 años, y a raíz del divorcio de sus padres, pasa a vivir con sus bisabuelos. Allí comparte su infancia y adolescencia con sus primos, uno de ellos José Gardes, el mayor de los hermanos y 3 años menor que Berthe. Al transcurrir del tiempo y despuntar la pubertad, la convivencia fue tornando esa relación -diríamos inocente- en una fuerte atracción personal, que Irene grafica de este modo: «En el corazón de ambos anidó la llama del amor, que fue creciendo hasta llegar a ser un inolvidable, apasionado e incontrolable fuego, que ardió y dejó huellas indelebles que perduran hasta el día de hoy».
Ubicándonos por un instante en los estilos de vida de hace más de un siglo, será comprensible la conmoción familiar desatada por la próxima maternidad en soltería de Berthe; baldón potenciado por la flamante condición de seminarista que había adquirido José, por influencia de un tío sacerdote, y alentada por su madre.
«Berthe esperaba un hijo, y ante la vergüenza que ello implicaba para la familia Gardes, la crítica y los prejuicios de los vecinos de esa pequeña aldea, hicieron que la excluyeran del grupo familiar. Para su amado José, el castigo no fue menor: el Superior de la Orden a la que pertenecía lo envió en reclusión a Africa para purgar su falta».
El nacimiento de Charles Romuald
Expulsada de la casa, Berthe se trasladó a Toulouse y trabajó como empleada doméstica de un matrimonio cuyos nombres no trascendieron; y relata Irene: «En esa ciudad, un jueves 11 de diciembre de 1890 nació Charles Romuald, a quien Berthe reconoció como hijo natural. Ella y el niño arribaron a la Argentina con dicho matrimonio en marzo de 1893».
Cerrando este capítulo fundamental de la historia, asoma la evidencia de la rigidez de conceptos morales de la época, lo que amerita una nueva cita textual del libro de Irene: «Ante la situación que se estaba viviendo, mi bisabuela Lucía decidió abandonar Saint Geniez d´Olt, y luego emigrar hacia la Argentina, llevándose a sus hijos, excepto Eduardo -mi abuelo- y José -el culpable de lo sucedido-. Esta decisión de cruzar el Atlántico, que también tomaron otros paisanos del lugar, no había sido motivada por ambición, sino por la vergüenza y humillación que sentían; según mi bisabuela, era una mancha en el apellido que sólo la distancia podría ocultar. Es así que emprendieron su viaje a fines de diciembre de 1890».