CRONICAS VARELENSES

Corte de vías en Ardigó



Edición Impresa » 31/05/2025

A pesar de que me gustan los libros gordos como los de Alberto Laiseca o Thomas Pynchon o esas grandes obras maestras como lo son los grandes clásicos...

A pesar de que me gustan los libros gordos como los de Alberto Laiseca o Thomas Pynchon o esas grandes obras maestras como lo son los grandes clásicos, tengo devoción por un pequeño librito llamado Caminar, de Henry David Thoureau. Será por eso que a mi y a Shirley nos encanta caminar. Perdernos por la ciudad. Internarnos en ella. Pasar el tiempo en sus alrededores, ir por todos lados, ver la gente, los chimangos.
El concepto de chivo expiatorio está muy de moda en estos días, basta ver la tevé, o bien algún programa de chimentos, o las redes sociales. O trabajar y equivocarse. Probar otra vez, fallar otra vez, fallar mejor, como me dijo Marcelo Zabaloy que dijo Samuel Becket, el sucesor de James Joyce en las letras irlandesas. Siempre hay un culpable, alguien debe ser responsable del desastre en que se ha convertido vivir en la sociedad del cansancio. Quien se queda callado, quien cede ante los embates de los mea culpas, pierde. ¿Pero quién es el mea culpa del estado del servicio de los trenes chinos argentinos? Al parecer nadie, el espíritu santo, si hasta algunos le echan la culpa a la cantidad de población activa que se sumó a trabajar recientemente o a un crecimiento exponencial de las masas del conurbano que pueblan todos los días la gran ciudad. Ya sea por mayoría de edad, por necesidad, por esa falsa independencia que nos enseñan engañándonos de pequeños cuando nos preguntan: ¿Qué querés ser cuando seas grande? ¿Se sigue haciendo eso? ¿A estas alturas? Sentimos que nos engañan, como cuando vemos las cámaras en las estaciones de tren y vemos cómo funciona la cosa. Menos mal que íbamos a ser mejores padres, mejores todo. Pero a quién le importa hoy día por lo que se nos va a recordar, si no, basta ver la memoria del ingeniero, funcionario público y vaya a saber que más, don señor Dante Ardigó, que fue el jefe de obra cuando hicieron algunas estaciones del viejo tren allá a principios de siglo y también diseñó el Museo Histórico de Cañada de Gómez en la provincia … de ¡Santa Fe! Está bien tener respeto por los próceres, pero tampoco para tanto. Peor quizás sea la situación del ex Gobernador Julio A (A de ¿Argentino o de Ángel?) Costa, que fue el escritor de textos como Rosas y Lavalle, El Presidente, Entre dos batallas, Roca y Tejedor y Hojas de mi diario. ¿Pero quién se acuerda hoy del escritor si apenas recordamos su nombre al pasar? Nombres, nombres, nombres. Creo que nadie los recuerda. Creo que quienes peor la tuvieron son el viejo Ardigó y el viejo Costas, cuya zona apenas se conoce como el “kilómetro”.
En fin, quería hacer este breve prólogo para contar que el otro día cortaron el tren en Claypole. Vi como desalojaron a los pasajeros de la formación, eyectados hacia afuera, y vi como los muchachones que tienen esas camperas con la palabra ORIENTACION simulaban putear por lo bajo, como si realmente sintieran lo que pasaba y no lo estuvieran disfrutando. Y yo, que mi instinto, mi olfato periodístico me dijeron que prestase atención por una vez en la vida, decidí que iría por las vías. No quería esperar la eterna fila del colectivo, ni plata tenía para el Uber. Toda la gente siempre corriendo para llegar a sus casas. La hora pico. Así que decidí ir por las vías. No estaba solo, había otros. Juntos nos metimos en lo oscuro en una larga caravana. Yo quería ver la noticia, sentir el calor de la gente al fuego, descontenta por lo que la hacía realizar tal corte. Ver qué se podía hacer. Tal era la mala fama que se habían ganado. ¿Por boca de quién? Del altoparlante del tren Roca. Sorpresa fue la de todos cuando llegamos a la mismísima estación Ardigó y no había fuego ni rastros de este ni manifestantes violentos ni nada que se le parezca. ¿Entonces qué? Al otro día le conté al Buba, el guarda de la estación Varela, toda mi odisea. Y me respondió entre risas, como si me hubiese dicho un haiku que todavía no entendí: todo esto es para que camines, pa.


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