Miembro de una de las más tradicionales familias varelenses, Guillermo «Mito» Rodríguez tuvo siempre una estrecha vinculación con varias entidades locales. Integró la comisión directiva del Centro Cultural Sarmiento, el Club de Leones, la Sociedad Civil Mi Pueblo y el Club Varela Junior -éste último en la década del 50, y en la actualidad- siendo socio vitalicio del Centro Cultural Sarmiento, Varela Junior y Defensa y Justicia. A los 84 años, no sólo conserva una memoria prodigiosa, sino que sigue luciendo la «pinta» de siempre. Con él, dialogamos en su chalet de la calle Monteagudo de nuestra ciudad.
-¿Dónde nació?
-En Florencio Varela, el 22 de mayo de 1929. Éramos cinco hermanos. Eduardo, Tino, Ernesto, María Rosa y yo.
-¿A qué jugaba de chico?
-Al fútbol… Siempre andaba atrás de la de cuero. Una vez, mi tío Felipe me regaló una pelota número cinco y esa noche dormí abrazado con ella…
-¿A qué escuela fue?
-Tuve la suerte de integrar el primer grupo de alumnos del Jardín de Infantes del Sagrado Corazón, en 1936. Ahí, la Hermana Loyola, con su acento alemán, nos enseñó nuestros primeros pasos… Todos mis hermanos cursamos los estudios primarios en la Escuela Nº 1. La Directora era la señora de Cabral, que vivía con su familia en el colegio. Su marido era escribano y tenían dos hijos. Cuando egresamos, los cuatro varones, por no existir colegios secundarios en F Varela en esa época, fuimos, Eduardo, al Nacional de La Plata, Tino al Normal Santa Catalina, de Buenos Aires, Ernesto, al Nacional de Adrogué, y yo, a la Escuela Nacional de Comercio Nº 1 Joaquín V. González, de Buenos Aires. María Rosa siguió acá, en el Sagrado Corazón, donde se recibió de maestra. Mis tres hermanos varones egresaron con títulos universitarios de la Universidad de La Plata. Yo me dediqué al comercio y durante 50 años estuve al frente de la Librería Rivadavia, que fundé con mi hermano Ernesto en 1958. La librería empezó en la Avenida San Martín, frente al monumento a San Martín, desde 1958 hasta 1974, cuando nos mudamos a la Estación. En ese momento no había librerías, pero tampoco tantos alumnos como ahora.
-Cuéntenos cómo empezó la historia de su familia en nuestro Pueblo…
-Mi abuelo, Evaristo Rodríguez, vino de España, en 1880, con 22 años, sin destino fijo, y en el puerto conoció a don José María López y Romero, quien lo trajo a trabajar a Florencio Varela, en los hornos de ladrillo. Después se estableció en el campo con algunas vacas. Mi abuela nació acá, y se llamaba Matilde Estive. Y mi padre nació acá en 1891, cuando se creó el Partido. Eran 14 hermanos… Después mi abuelo se puso a trabajar de panadero sin conocer el oficio, en la esquina donde estaba la imprenta de Fidel Villar, frente a la Plaza, donde los hermanos Luis y Martín Villar tenían una panadería a principios de siglo. Además tenía una fracción con animales cerca del Arroyo de las Piedras. Ahí ordeñaban unas vacas y producían leche que también mi padre salía a repartir.
-Y su abuelo después fundó «La Moderna»…
-Sí. Se independizó y compró una fracción de tierra donde construyó, en 1906, la «Panadería de San Juan- La Moderna». Se llamaba la Moderna porque para la época tenía una tecnología de avanzada… Mi abuelo estuvo ahí hasta 1923, cuando construyó una casa en Contreras 39, donde ahora está la Oficina de Mandamientos, adonde se fue a vivir. Le vendió el fondo de comercio a cinco de sus hijos: Félix Evaristo - mi padre-, Emilio, Felipe, Armando y Daniel. La firma pasó a denominarse «Panadería San Juan, de Félix Evaristo Rodríguez y Hermanos». Ahí estuvieron desde 1923 hasta 1947, y en 1933 construyeron la esquina donde ahora está el Banco Francés y una panadería al lado de ese edificio. En esa época abastecían a toda la zona, y llegaban hasta Claypole. Se trabajaba tanto que se podía ahorrar…
-¿Ustedes vivían en la Panadería?
-Vivimos hasta 1947 en la panadería, cuando nos mudamos a la casa de Avenida Sarmiento, donde ahora funciona un Juzgado. Esa casona tenía nueve habitaciones y numeradas con unas chapitas, porque ahí había funcionado un sanatorio.
-¿Qué hacían en la panadería?
-En épocas de vacaciones o feriados, salíamos con las jardineras de dos caballos, uno de ellos, cadenero, que hacía falta por las calles de tierra, con 20 o 30 kilos de pan, a las cinco de la mañana y llegábamos a las tres de la tarde. Eso nos permitió conocer mucho todo Florencio Varela. Como una vez escribió Mi Ciudad, era el primer delivery de F. Varela… Llevábamos el pan a domicilio. Entraban cuatro piezas en el kilo, y también estaba el pan Felipe, que se hacía para las fondas del Camino Carretero, hoy Camino General Belgrano. Galletas, Y facturas, no tan elaboradas como las de ahora. El pan salía 20 centavos… La panadería tenía un portillo que siempre estaba abierto, porque todo el tiempo había gente trabajando adentro. En esa época también las casas quedaban abiertas. Había que mantener los caballos y el peón… Aunque el margen de ganancia no fuera grande, era suficiente para ahorrar, porque se trabajaba tanto que no había tiempo para gastarlo.
-Muchas veces hablamos sobre su hermano Tino, el fundador del Instituto Santa Lucía, pero no de su infancia. ¿Cómo era Tino niño?
-Tino era muy ingenioso, el que más se interesaba en los trabajos manuales y el que mejor lo hacía.
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